Por: Carolina Rojas Pabón/ Líderes de todos los gremios al unísono coinciden en la necesidad de reactivar todos los sectores de la economía, cada uno con sus justas y válidas razones.
En casa, millones de padres de familia observamos con incertidumbre “la reactivación para los niños”, la cual han denominado: alternancia, que significa, más aprendizaje en casa, con un poco de presencialidad en el aula.
El Gobierno Nacional irradia certeza, control y absoluta normalidad cuando comunica la directiva ministerial número 016 del 9 de octubre de 2020 con las orientaciones para la implementación del plan alternancia educativa 2020-2021.
Dicho documento concede un plazo de 30 días para que todos Municipios y Departamentos diseñen y construyan su plan de alternancia, de acuerdo a las herramientas y condiciones de cada localidad.
Cuando se refieren a las condiciones de cada localidad, hablan por supuesto, de infraestructura, recurso humano, tecnológico y operativo. En ninguna parte aparece la preocupación por la evolución de los niños en materia pedagógica y de aprendizaje en medio de esta crisis sanitaria.
La Nación con el propósito de apoyar y cofinanciar la implementación de los protocolos de bioseguridad para el plan de alternancia, asignó 92.000 millones de pesos a través del Fondo de Mitigación de Emergencias FOME. Más allá de la importancia de recibir recursos del Gobierno Nacional para las instituciones educativas públicas, que entre otras cosas les viene muy bien una inyección financiera, y de los esfuerzos inimaginables de las instituciones privadas, que como siempre les toca solas.
La cuestión aquí es, ¿cómo están los niños?
Organismos internacionales hablan de una “catástrofe” en la educación, según lo publicó el periódico El Tiempo en su edición del pasado 11 de octubre.
La deserción, la deficiente conectividad para los estudiantes en los sectores rurales, el cambio de metodología, la alteración en las competencias socioemocionales de los niños, la sobrecarga sin herramientas para los docentes, entre muchas, dan cuenta de que la misión de la educación en el país esta crisis.
Los niños, para quienes la educación es un derecho fundamental, están sometidos hace siete meses a una metodología, en donde han intentado hacer lo mejor que se pueda, aislados, cohibidos y escuchando como postergan su reactivación.
Y como si ellos no anhelaran volver a su vida relativamente normal, la Ministra de Educación asegura que los niños no retornarán a las aulas, hasta tanto no exista la vacuna contra el Covid-19.
Quizás miles de padres de familia coincidan con mantenerlos en casa hasta que una vacuna asegure que estarán a salvo y es que padre no quiere proteger a sus hijos.
Sin embargo, una cosa es protegerlos, otra reconocer que los niños necesitan socializar de alguna manera y que su nivel de aprendizaje ha sido inferior en esta modalidad, que inicialmente sería por unos meses y ahora se habla del 2021.
Existen indicadores de todo en tiempo de pandemia, pero a los niños nadie les ha preguntado: ¿Cómo les ha ido con la metodología implementada? ¿Qué tanto han aprendido? ¿Han sentido los esfuerzos presupuestales del Gobierno?
En los hogares colombianos todos los días se vive la realidad de nuestros hijos sin ir al colegio, pero no es relevante para muchos, en comparación con la necesidad de la reactivación económica.
Los docentes también han sufrido la consecuencia del discurso, cuando en realidad son ellos los que se han tenido que reinventar para llegar a sus estudiantes.
Sin mencionar las mujeres que por obligación o convicción abandonaron su vida profesional para acompañar a sus hijos en este reto, impactando la economía del hogar y su salud emocional.
Los padres y madres de niños que aún por su edad no pueden conectarse a clase solos y necesitan regresar a su vida productiva, les resulta impensable, quedarse en casa, para continuar un año más como docente auxiliar de su pequeño hijo.
La lista no se detiene, que tal si hablamos de los cientos de padres de niños en edad de jardín infantil que los retiraron, por considerar que podían perder un año y el año siguiente estarían en normalidad, sorpresa, el otro año las cosas no cambian, los niños crecieron y ya dos años sin estudiar, es un dilema para estos padres.
Irónicamente los adultos se reactivaron y todos los días vemos erróneo uso de tapabocas, aislamiento y empresas con deficiente control de bioseguridad; en cambio los niños no les permitimos volver a su normalidad, pero siempre tienen tapabocas, se lavan las manos y se desinfectan al llegar a casa. No van al colegio, pero son conscientes del autocuidado, los niños aprenden del ejemplo.
La infraestructura es necesaria, tenemos una deficiente para esta situación, pero los niños requieren una mayor inversión en campañas de autocuidado, en preparación para volver a la normalidad, en su desarrollo emocional por el aislamiento y en un modelo educativo que no les apague la ilusión de aprender.
Un estudio de bienestar escolar arrojó que tan solo el 53% de las Instituciones educativas públicas están aptas para la alternancia. Los colegios privados no todos tienen la capacidad tecnológica y económica para tener sus estudiantes en el aula y simultaneo un sistema de cámaras que permita conectar con quienes están en casa.
Entonces, será más de lo mismo, cada quien haciendo lo que puede, unos de manera acertada, otros como se pueda. Y los niños en el medio, los padres en el estrés constante de convertirnos en maestros y las bases de un buen aprendizaje abriendo más brecha a la desigualdad.
Este modelo de reactivación para los niños se oye muy bien en la alocución presidencial, pero la responsabilidad la dejaron a cada territorio, no es un modelo diseñado de manera unificada que garantice bienestar laboral a los docentes y desarrollo a los niños. En la mayoría de hogares colombianos los niños tendrán retroceso en muchas competencias.
Esperar una vacuna para que los niños retornen a su vida normal, es una sentencia demasiado larga, los adultos no aguantaron cuarenta días. Existen otras formas, un cambio de horarios para ir al colegio, jornadas más cortas para dividir estudiantes por salón, una reducción de asignaturas que permita que las básicas se vean en la presencialidad, en fin, otras tantas, que expertos en el tema, pensando en los niños, podría diseñar. Un niño que aprende matemáticas por cámara, no recibe la misma claridad que uno que está en el aula.
Los niños también pueden aprender el autocuidado, esta es la nueva realidad; mientras regresamos a la vida normal anhelada, ellos no pueden perder su valioso tesoro, la niñez.
*Abogada Unab, Especialista en Derecho Administrativo y en Derecho Constitucional U del Rosario. En curso Maestría en Políticas Públicas y Desarrollo Unab.
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