Por: Óscar Prada/ Alegría, tristeza, desenfreno, euforia; entre otras pasiones encontradas despierta el seleccionado de futbol; sin embargo, aquellos sentimientos viscerales no distan mucho de nuestra selección política en el campo de juego.
Al igual que un partido de fútbol es inseparable de la pasión futbolística, los partidos políticos en el campo del juego político ostentan un rol pasional –un tanto irascible –que entreteje los fenómenos de la política nacional. Aquellos -partidos- actúan con la convicción ferviente de representar a sus electores; empero se simplifican en un fin, que en múltiples ocasiones satisface intereses meramente particulares.
Al constituirse los partidos políticos en agrupaciones de personas con idealización común de visión nacional, simplificándose en fines; los anteriores obstan en la visión colectiva del interés general; el cual es severamente afectado por la miopía del individualismo caprichoso. Es por eso que figuras como George Washington, advertían del peligro de los partidos con visión discriminatoria, arraigada en las fuertes pasiones humanas; convergentemente Simón Bolívar en su última proclama, declaro: “Y si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajare tranquilo al sepulcro”.
En toda democracia saludable, debe coexistir la diversidad partidaria, materializando opciones que representen de la manera más aproximada al pueblo; no obstante, la supremacía constitucional del fortalecimiento de la unidad nacional –plasmada en el preámbulo de la Carta Magna colombiana-, es gravemente transgredida por la incontinencia pasional de los fines egoístas que son inherentes a la práctica del partidismo personalista.
Los miembros de la selección Colombia, forman un unísono con armónica sincronía, superando toda diferencia personal al colocar en el pedestal la unidad del equipo con el fin de trabajar por los mejores resultados en medio del acontecer del juego. El seleccionado de futbol colombiano, muy a pesar de sus vicisitudes genera muchas más muestras de unidad nacional; inclusive supera con creces los objetivos de propiciar el bien común y el interés general con respecto al actuar propio de la clase política dirigente de la nación. Contrariamente; por su parte, aquella ultima-la selección política-, en el suceder de los días se comporta más bien como si no perteneciese a su propio equipo; prácticas como el auto infringirse lesiones, sabotearse a sí mismos y jugar con insidia esquivando la pelota de la responsabilidad; son jugadas típicas de los jugadores del campo político.
Las últimas actuaciones como el hundimiento por parte del congreso de la Matricula Cero, aduciendo la no garantía en la financiación del proyecto de ley; y en simultaneidad, de manera desvergonzada e incoherente proceden las figuras políticas del Congreso de la Republica a avalar casi instantáneamente 500 nuevos cargos en la Procuraduría y 1000 plazas nuevas en la Defensoría del Pueblo, sin mostrar un ápice de interés en el gasto que conlleva. Lo último, deteriora flagrantemente el erario público, fruto del sustento de los contribuyentes ignorados en tan deshonrosas actuaciones del juego político.
Lo partidos de gobierno que detentan el poder, deben obedecer el dictamen de la conciencia colectiva nacional-detallada con minucia en la columna previa. La conciencia del pacto social suscrito por la colectividad, subyace el fundamento del poder público que es el pueblo mismo. En perjuicio, la disciplina del partido, o coloquialmente llamada la fidelidad del voto partidario, lesiona gravemente el bien común del pueblo, al coaccionar a los miembros de los partidos a sufragar acorde a la voluntad del partido a sabiendas que dicho voto no beneficia a la mayoría desfavorecida; sino contrariamente a las minorías privilegiadas.
El juego dadivoso y clientelista, se ha consolidado como patrimonio inmaterial del actuar cotidiano del colombiano, no solo en el campo político. Los cimientos de tan repudiables características del modo de juego de la política colombiana-el clientelismo a cambio de dadivas-, se encuentran enquistados en la genética de la cotidianidad nacional. Para nadie es ajeno, el escuchar airoso de aquellos que eximen un comparendo por medio del soborno a las autoridades; como tampoco es extraño oír que por requerimiento tradicional para obtener un empleo o un contrato es necesario compensar mensualmente al funcionario encargado del proceso de selección, por más preparación y méritos que tenga el beneficiario.
La voluntad partidaria, en teoría debe ceñirse a las reglas de juego por muy incómoda que sea su posición; y no por el contrario alabarse frente a un espejo, con la plena vanidad en el pensar, que la figura contemplada conforma la totalidad del poder; siendo todo a la inversa. Aquel gobernante que se echa un vistazo en el espejo de la soberbia no se da cuenta que la figura de su autocomplacencia es un miembro más del equipo; y no “aquel que todo lo puede”.
La contradicción nacional, es bastión del juego de los partidos de la política en Colombia. El electorado se tiene que conformar con escuchar el juego fuera de la cancha, y solo es tenido en cuenta cada cuatrienio, para que ratifiquen que las figuras políticas del momento son las verdaderas estrellas en forma de delfín que solucionaran las consecutivas malas rachas de los juegos netamente clientelistas de la política nacional.
La lucha de ideas mediante partidos, conforma sin duda el ideal representativo de cada nicho ciudadano que confía su soberanía en una colectividad partidaria particular de la que siente identificación. Por ello la concepción de la generalidad despectiva y estereotipada entre comunistas contra el régimen titiritesco, contribuye como un verdadero golpe demoledor, que exacerba y encarna los verdaderos demonios del desenfreno irascible de la violencia sin fundamento.
De manera mitológica el gobierno que por “aparente” omisión deja abierta su propia versión la caja de Pandora nacional, saliendo sin parar de la caja gubernamental el origen y las mutaciones de todos los males que aquejan al pueblo que es el verdadero soberano del Estado -art 3 C.P de Colombia-.Desde los palacios lujosos, se juega el partido de la selección política, en donde patean una pelota caliente que estalla sin fin, en el cuerpo del pueblo soberano.
La realidad del juego político nacional y sus respectivos partidos, han consolidado a los miembros de la más noble casta política como las verdaderas celebridades a nivel mundial en lo que concierne a la corrupción en su más pura denominación. Marcan goles, cobran penales y faltas a favor de la corrupción, siendo el perdedor invicto el pueblo mismo, como auspiciante de tan grotesco y costoso juego.
¿Es posible que se llegue a un consenso constructivo en beneficio del pueblo?; quizás con los últimos acontecimientos generadores de la apatía política, aquel cuestionamiento dista que se empiece a laborar por el bien común desde el ámbito político. En una Colombia donde el abstencionismo y la indiferencia electoral supera el 50% del electorado, no es extraño asociar que tan alarmarte cifra sea letal para la democracia; y su vez de manera paradójica sea un fortín para el juego de los partidos políticos. Los anteriores al no sentir la presión del escrutinio público, su margen de maniobra se maximiza y se comporta como verdadero aceitador de su longeva pero efectiva maquinaria letal.
Ante tan deplorable panorama, lleno de caos, indiferencia, segregación, satanización, violencia, corrupción, clientelismo, crisis, muerte y pandemia; se perfilan las anteriores singularidades como verdaderos males salidos de la mítica caja de Pandora nacional; no obstante, se espera que las manos pandorescas del gobierno no cierren la caja de los males obstruyendo la salida de la tan anhelada esperanza. ¿Cuál será la próxima jugadita?; y siendo la esperanza lo último que se pierde, ¿ustedes creen que Colombia tiene esperanza? -aclarando que no se trata de Esperanza Gómez-.
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*Ingeniero Civil, estudiante de Derecho.
Twitter: @OscarPrada12