Por: Juan David Almeyda Sarmiento/ La dinastía Aguilar ha dominado las tierras santandereanas desde el inicio del siglo XXI y a su paso no ha quedado más que una estela ideológica que ha impregnado el estilo de vida de los santandereanos tanto en la ciudad como en las zonas rurales, a saber, la lógica paramilitar como alternativa política a todo problema que así lo requiera.
Una tesis fácilmente defendible es que el paramilitarismo nunca desapareció, solamente cambió de piel, en su defecto, se puede afirmar que cambió con los colores de las banderas que mejor lo favorecieran. Ejemplos hay por todo el país, no obstante, por motivos de extensión, lo que sigue corresponde únicamente al caso Santander.
El temor que subyace con la candidatura de Nerthink Mauricio Aguilar, actual candidato a la gobernación de Santander, es el retorno de esa maldad política que hasta el momento se ha mantenido contenida por el esfuerzo humano de incontables personas que no se han rendido ante el contexto de muerte que actualmente existe en el país, y del cual Santander no es la excepción.
Para delimitar ese concepto anteriormente mencionado es pertinente traer a colación lo dicho por Alan Wolfe: «La maldad política hace referencia a la muerte, destrucción y sufrimiento intencionados, malévolos y gratuitos infligidos a personas inocentes por los líderes de movimientos y Estados en sus esfuerzos estratégicos por conseguir objetivos realizables». Este concepto es una manifestación práctica de la violencia que sobrepasa los límites que un individuo podría llegar a alcanzar estando solo.
La característica principal de esta forma específica de maldad, que se aleja de su forma general, es la capacidad de ejercer acciones de manera colectiva que calan en los hábitos de los miembros de una comunidad. Esto último, en aras de generar una praxis basada en la destrucción que agilice los procesos de control social al limitar todo tipo de principio de libertad y responsabilidad por el otro.
Actualmente, el fenómeno paramilitar ha retornado a Santander, o quizá ya no teme mostrarse descaradamente tal cual es, dejando un mensaje de miedo ante una ciudadanía que encuentra que no existe problema en utilizar soluciones viejas ante problemas nuevos.
La dinastía Aguilar se ha encargado de encestar golpes directos a la capacidad de juicio de los ciudadanos por medio del terror, el cual no posee una forma especifica que lo caracterice (sino que se adapta a como el contexto lo requiera), para poder interferir directamente en la forma que tienen los ciudadanos de tomar decisiones.
La maldad política que representa la dinastía Aguilar, en este caso manifiesta en Mauricio Aguilar, busca la forma de democratizarse, nuevamente, de modo que el alcance de sus objetivos particulares no se vea interferido.
Además, propende a que aquello construido con tanto esfuerzo por la capacidad humana de crear, instituciones y prácticas, se retuerza para poder perseguir un propósito alejado de la idea original de permitir la plenitud de la vida humana.
La aparición de este tipo de maldad hace que deba replantearse qué ha ido mal para que se recurra a esta alternativa como una opción válida para solucionar las crisis de una comunidad. Cabe agregar, que las soluciones de esta dinastía no funcionaron en el pasado, más aún, solamente aumentaron la brecha que divide la capacidad de co-existir de los ciudadanos, y la dignidad misma de la que estos son poseedores, por medio del derramamiento de sangre disfrazado de democracia.
Es menester superar el terror y recuperar el juicio propio para poder entender que los problemas nuevos requieren de una acción creativa que propenda a superar los errores del pasado para encontrar una transformación hacia el bienestar en el futuro.
Pensar requiere dejar de lado el condicionamiento que el miedo produce, y la dinastía Aguilar no conoce otra forma de acción que no se fundamente en que todo fin justifica los medios.
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