Por: Gustavo Herrera Acelas/ Todo aquello que llamamos presente es el momento exacto en el que estás leyendo estas líneas, eso es realmente lo que existe.
Eso que llamamos tiempo es trivial, los autos serán devorados por la corrosión y la moda, los juegos de sala y alcoba por el comején, los objetos electrónicos son más efímeros y serán reemplazados por esa misma tecnología que los creó, entonces las cosas terminan siendo irreales, solo soplos de ilusiones y sueños rotos.
Inclusive nosotros mismos; nuestra vanidad terminará tarde que temprano querámoslo o no en una mortaja de madera y la materia se transformará en lo que una vez fue «polvo».
Dentro de escasos 100 años que es un soplo comparado con la majestuosidad del universo ya todo el afán que nos mueve habrá cesado.
Realmente somos muertos vivientes deambulando por las calles, un armazón de huesos y carne esclavizados por el estómago, todo será historia, espectros de desapareceremos, solo seremos un nombre esculpido en una lápida más en un campo santo en el mejor de los casos.
La vida realmente es muy corta para comprenderla, es implacable y confusa
No es pesimismo ni una invitación o apología al nadaísmo o a ser miserables» simplemente es la dialéctica de la vida. Por eso debemos vivir la vida como si fuera el último día. Vivimos de apegos triviales, creemos que se nos derrumba el mundo porque el ser amado nos dejó, porque el coche se estrelló o porque nos despidieron del trabajo.
Si nos detuviéramos por un instante a recordar un poco atrás, esa persona que se amaba no existía en nuestro destino y aun así éramos felices.
Por eso hay que darle más importancia al hogar que a la casa, al conocimiento que a la universidad, al goce de caminar por el sendero que al calzado, al abrazar que al Whatsapp. Porque en tan solo 200 años absolutamente nadie sabrá que alguna vez existimos y absolutamente a nadie le haremos falta.
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