Por: Diego Ruiz Thorrens/ El pasado 22 de enero Colombia superó, oficialmente, la dolorosa cifra de los 50.000 colombianos fallecidos por Covid–19. Son (más de) 50.000 los compatriotas (quizás más) quienes ya no están entre nosotros. La dimensión de esta tragedia, el número de fallecidos en los (algo más de) 300 días de pandemia, es equiparable al número de pobladores totales de municipios como Pamplona (Norte de Santander), Leticia (Amazonas) o Puerto Boyacá (Boyacá); o la suma de varios municipios pequeños (como Tona, Valle de San José, Vélez, Vetas, Villanueva, Zapatoca) en Santander. Esto es sencillamente escandaloso.
Sin embargo, no pocos están ‘asombrados’ por la cifra. Algunos consideran que la cantidad de fallecimientos es ‘menor’ en comparación con el número de muertes totales (a nivel mundial) o de los fallecimientos por millón de otros países, como si con ello estuviésemos dándole la razón a quienes insisten en decir que “estamos haciendo las cosas bien”.
No comparto esa visión. Para mí sí es terriblemente escandaloso: quienes partieron fueron amigos, parejas, familiares, esposos y esposas, hijos, hijas, seres queridos quienes lucharon con entereza ante un enemigo invisible y perdieron la batalla contra el Covid–19, muchos de ellos, personas sin ningún tipo de comorbilidad que pudiera, en apariencia, poner en riesgo sus vidas.
Estas muertes son muestra del más contundente abandono de todos nuestros gobernantes con sus ciudadanos. Absolutamente todos y cada uno de ellos tienen responsabilidad (desde el presidente, ministros, gobernadores hasta los alcaldes locales, pasando por asambleas y concejos). En muchos casos, su responsabilidad se desglosa de la nefasta improvisación en acciones orientadas a mitigar o frenar el avance del coronavirus en territorio nacional, responsabilidad que también se desprende de las mentiras que insistentemente nos vendieron como ‘acciones o tareas por realizar’ y que nunca se llevaron a cabo, de decretos improvisados que desconocieron la realidad laboral (formal e informal) de millones de colombianos, y del impulso que según muchos sectores empresariales, insistían que debíamos de tomar. “Había que reactivar e incentivar la economía”, nos dijeron. ¿A qué costo? A uno altísimo.
Para colmo, ahora se suma el retraso en la implementación de la estrategia de vacunación que ya otros países emprendieron. Poco a poco nos fueron acercando más y más al abismo, dejando rastros de una catástrofe cantada y que a pasos agigantados la vimos llegar.
La gravedad de la crisis también es resultado, el total de la suma, de males que vienen de tiempo atrás. El país tiene uno de los sistemas de salud más precarios de toda la región, con instituciones que en la actualidad mantienen absurdos niveles de endeudamiento y que, a pesar de ello, continúan prestando una atención en la medida que pueden. Son cientos de centros médicos y hospitales en todo el país que ahora, en plena segunda ola, tiene servicios a punto de colapsar, muchos de estos al borde, en todos los niveles posibles (fiscales, médicos, sociales, profesionales).
Aún existen hospitales públicos que llevan meses sin recibir un solo peso, profesionales que aún continúan esperando el pago de sueldos atrasados y que, a pesar de todo, de la precariedad, estos profesionales sorprendentemente continúan prestando la atención necesaria sin titubear (y lo hacen por vocación), aunque también por el riesgo a que sus pagos se demoren mucho más si llegasen a renunciar.
En plena crisis, somos gobernados por sectores incapaces de brindar salud y/o mínimos en saneamiento. Recordemos que en muchas regiones y territorios (incluyendo a Santander) existen municipios que aún no cuentan con servicios de agua, luz, alcantarillado. Lugares que por su geografía son mucho más vulnerables, y donde la pandemia ha golpeado de manera inmisericorde.
Tenemos un gobierno autocomplaciente, que se auto – felicita frente a los supuestos retos y logros que vienen asumiendo en bienestar de todos sus ciudadanos, comparando su gallardía con otros países que enfrentan problemáticas mucho más profundas y totalmente distintas a los nuestros, insistiendo en menospreciar la dimensión de un enemigo que sabíamos que podría, no solo desestabilizar y rebosar los centros de salud y hospitales, sino que terminarían cobrando las vidas de miles de personas más.
Escuché que el presidente Duque “lamentó” los más de 50.000 fallecidos, afirmando que los números seguirán en aumento durante todo el 2021. Esto es más que obvio, casi igual que decir que ‘el agua moja’. Pero no expresó nada, absolutamente nada, sobre mejorar los servicios de salud o impulsar acciones que amplifiquen la capacidad de la atención a pacientes graves que urgentemente necesitan de una Oxigenación por membrana extracorpórea (ECMO), o mucho menos, la posibilidad de una renta básica a miles de colombianos. Nada.
La pandemia también ha sido el perfecto escenario para promocionar acciones populistas que, ni tienen sentido, ni muchos menos, una columna vertebral. Sino, que lo diga el eterno presidente, ex – senador que defiende la ‘gestión’ de su pupilo y que propulsó la ‘idea’ de ‘alquilar camas UCI’ con “el talento humano” disponible, cuando lo que necesita el país no es un nuevo negocio sino mejorar la calidad en prestación de atención médica y la garantía de protección que necesitan los médicos para no fallecer realizando su labor; de cancelar los pagos pendientes a los centros de salud que están al borde de la quiebra; de adecuar y mejorar la infraestructura e instalaciones clínicas y hospitalarias que vienen prestando servicios 24/7 y, siendo también necesario, implementar tiendas, carpas y/o campañas en zonas rurales para atender a quienes así lo requieren, zonas donde la escasez de medicamentos está a la orden del día.
Esperemos que las cifras vayan disminuyendo, retrocediendo.
Este artículo va dedicado a todos los compañeros médicos, enfermeros, auxiliares, instrumentadores y demás personal Sanitario que vienen luchando en el departamento de Santander y el resto del país.
También, es una forma de honrar a los compañeros del Hospital Universitario que siguen luchando por salvar vidas.
A los 49 docentes que han fallecido en Santander, a nuestros abuelos en el asilo del municipio de San Andrés que fallecieron y para aquellos que siguen luchando.
Para usted, amigo/a lector/a. Para todos/as aquellos/as quienes han perdido a sus seres queridos.
*Estudiante de Maestría en Derechos Humanos y Gestión de la Transición del Posconflicto – ESAP Santander.
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