Por: Cirly Uribe Ochoa/ Confieso que pensé mucho antes de escribir esta columna, porque como dicen en Santander, “el palo no está para hacer cucharas”, pero pudo más mi conciencia, mi indignación y mi compromiso de aportar a la construcción de una sociedad justa, solidaria y en paz.
En estos días llegó a mis manos unas imágenes de otro soldado que se había suicidado en las instalaciones de una guarnición militar, en cualquier lugar de Colombia. Me produjeron un infinito dolor, pensaba en qué pudo propiciar en este chico que podría no pasar de los 20 años, una decisión tan dura, tan radical; en verdad, no lo sé, solo alcanzo a imaginar que ha de ser (pienso yo) una situación extrema de dolor, angustia o decepción que lo llevó a terminar con su existencia, sin pensar quizás, que existen mil maneras de solucionar los problemas o suponer al menos, el dolor de su familia.
Esta realidad que pasa desapercibida, que no tiene grandes titulares en prensa, porque se considera solo cifras o como lo referencia esa frase cliché de políticos y militares “son casos aislados”, debería preocuparnos como sociedad, así ocurriese solo un caso, y a preguntarnos también ¿qué está pasando? ¿Quién o quiénes tienen responsabilidad en estas tragedias?
Duele porque son nuestros jóvenes (principalmente pobres) precisamente, quienes en la historia del conflicto armado han pagado desde todas las orillas (guerrillas, militares y paramilitares) el costo en sangre de haber nacido en un país al que pareciera, importarle un comino su futuro.
Cuántos de nuestros jóvenes de los sectores empobrecidos de este país (rurales y urbanos), pagan el servicio militar presionados por las condiciones de pobreza en que les ha tocado vivir; ilusionados en que una libreta militar les devuelva la esperanza de una oportunidad laboral, lo cual, la mar de las veces, se queda en solo eso, una ilusión. La mayoría de esos muchachos, llegan con el alma rota como consecuencia de las múltiples violencias que viven en su propio entorno, tanto familiar como social, además de la incertidumbre y la angustia que produce un futuro incierto…no merecen que encuentren allí, en vez de una oportunidad de vida, la muerte.
En un debate realizado en el Congreso en el año 2019, el senador Gustavo Petro denunciaba que “entre el 2000 y el 2016 se habrían suicidado 1155 miembros de la institución”. Igualmente, en octubre de ese mismo año, las Fuerzas Armadas reconocían que entre enero y febrero 46 militares se habían quitado la vida.
A este panorama hay que agregarle, la participación de miembros de las Fuerzas Armadas en los 6402 casos de ejecuciones extrajudiciales en contra de civiles inermes (en su mayoría jóvenes pobres), presentados como bajas en combate para ganar prebendas o cumplir con las metas de “litros de sangre” ordenadas desde altas esferas.
Soy por definición una objetora de conciencia, considero que nadie debe enlistarse para matar a otro ser humano, menos obligado por la pobreza, el desempleo y la falta de oportunidades. En cambio, estoy de acuerdo que todos esos adultos mayores que para defender sus intereses económicos promueven las guerras, sean ellos quienes se enlisten, al final, son sus intereses, pues hasta el día de hoy, toda guerra es como dijo Erich Hartmann “un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian, se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian pero no se matan”.
Por eso las mujeres seguimos repitiendo que no parimos hijos e hijas para la guerra, para ninguna guerra, porque en cada una de ellas, el Estado y la sociedad que deberían proveerles una vida digna, con oportunidades para que, a partir de sus talentos pudiesen construir sus proyectos de vida acorde a sus sueños y engrandecer con ellos el país que les vio nacer, les dan a cambio una tumba.
Pero, mientras los ciudadanos y ciudadanas quienes, según la Constitución política, tenemos el poder soberano, sigamos acolitando con nuestro silencio (por miedo, complacencia o indiferencia) “exhaustivas investigaciones” de los organismos estatales, que no pasan de ser anuncios vacíos para desviar la atención y acallar las voces que exigen cambios estructurales, continuaremos entregándole a la muerte, nuestro relevo generacional y por ende, nuestro futuro como sociedad.
*Ciudadana, Magister en Historia y docente.