Por: Javier García Gelvez/ Con este artículo espero que soñemos con unas buenas vacaciones, pensando por nuestra salud que vendrán días mejores.
He visto a diario como un grupo de personas han tomado la decisión de eliminar de toda posibilidad un post-Covid, condenando a la humanidad a no pensar que volveremos a una vida que se parezca a la que dejamos.
Sus razones tendrán, están en todo su derecho a sentirse irritados y agobiados, nos ha tocado sumergirnos en un encierro mundial indefinido sin excepción; pero con todo y lo que nos ha tocado vivir, me he encontrado sorprendentemente irritado últimamente, algo que han vuelto más popular en tiempos de pandemia: la propaganda fatal.
Lo he escuchado mucho más en este encierro, el primer cierre fue esperanzador porque no sabíamos a que nos enfrentábamos ni cuánto tiempo podría continuar la situación o qué tan mal el gobierno podría manejar la crisis. El segundo se sintió con más optimismo porque teníamos la promesa de la Navidad, pero con el tercer encierro, apareció la legión de terroristas del Covid.
Son legión. ¿Por qué tanta gente se ha dedicado a esta pequeña y lúgubre empresa? ¿Por qué algunas personas parecen tener un placer macabro al profetizar que, por ejemplo, las nuevas variantes no responderán a ninguna vacuna actual o futura y nos confinarán en nuestros hogares por el resto de nuestros días de nacimiento natural, apareciendo solo para dejar a nuestros muertos en la acera? ¿De dónde provienen estas afirmaciones, en gran parte infundadas, de que la pandemia nunca va a desaparecer?
De alguna forma es comprensible esta postura, es más fácil ser pesimista que optimista. El apoyo de las redes sociales lo hacen aún más fácil; todo el mundo quiere llegar primero a lo “correcto” de un tema, y de ahí que la gente piense que el fatalismo es una buena opción.
La esperanza de que las cosas mejoren no nos ha llevado muy lejos como sociedad últimamente. En cambio, el fatalismo sobre este tema puede engrandecerse a sí mismo; puede llegar a hacerte sentir como el más sabio y que entiende las cosas como realmente son, cuyo solemne deber es informar a los menos sabios. Es más hacedero y menos vergonzoso ser pesimista.
Estas posturas de miedo y terror han encontrado en la pseudoarqueología o arqueología fantástica el mejor abono para el terreno en donde se cosechan teorías con explicaciones indemostrables e irracionales, además de contradictorias con el discurso histórico generalmente aceptado.
La pseudoarqueología se caracteriza por tratar de explicar los hechos mediante supuestos basados en la ciencia ficción. Gracias al éxito, debido al sensacionalismo, que suele encontrar en los medios de comunicación y en las redes sociales, la gente no suele distinguir entre noticias falsas (fake news) o reales y acepta este tipo de teorías como ciertas. Además, la idea de desmontar a la ciencia tradicional es muy atractiva para el público no experto en la materia.
El éxito de la pseudoarqueología radica en que mientras la ciencia no puede ofrecer explicaciones completas a todas las preguntas, la arqueología fantástica si tiene respuestas para cada misterio. Si bien es cierto que sus teorías siempre se caracterizan porque no se pueden demostrar, cierto público no siempre consigue distinguir entre los resultados de la investigación histórico-arqueológica realizada por estudiosos profesionales y las aventuradas hipótesis que plantea la pseudoarqueología.
Nadie quiere que la gente se sienta demasiado optimista sobre el coronavirus y, como resultado, corra riesgos. Obviamente, hay que encontrar un equilibrio entre un optimismo ciego y revolcarse en las predicciones que nos llevan directo a un cercano The Walking Dead.
No estoy diciendo que la gente deba comenzar a enviar spam a los grupos de WhatsApp con memes #LiveLaughLove y comenzar cada día agradeciendo al sol. Pero tampoco creo que lo mejor que podemos esperar es la aceptación estoica de nuestra irreversible marcha hacia la tumba, y no creo que sea productivo animar a otras personas a pensar de esa manera.
Hacer frente a la situación actual soñando sobre cuándo las cosas «vuelvan a la normalidad» no hace ningún daño a nadie. Quizás estas esperanzas resulten un tanto ingenuas, pero es buena para todos, ayuda a nuestra salud mental e incluso física. En todo el mundo, los estudios muestran que la ansiedad, la depresión y la desesperación generalizada van en aumento, y no necesitamos de logias que acrecienten estos síntomas.
Llega un punto en el que la propaganda fatal no solo es molesta, es irresponsable. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad individual de mantenernos seguros a nosotros mismos y a los demás. Ninguna esperanza de un mañana mejor significa menos motivación para hacer las cosas necesarias para llevarnos a todos allí.
*Contador Público y Especialista en Revisoría Fiscal y Contraloría.
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