En el departamento de Santander pareciera que hablar de feminicidio o violencia contra la mujer continuase siendo un tabú.
Por: Diego Ruiz Thorrens/ El pasado 05 de marzo se registró un nuevo feminicidio en el departamento de Santander. La víctima, Mariela Ortiz León, de 51 años de edad, fue asesinada a manos de su excompañero sentimental cuando el victimario transportaba a su víctima camino al conjunto donde residía. Todo aconteció rápidamente, sin posibilidad u oportunidad para evitar el crimen. Un golpe, una apuñalada certera, acabó con la vida de Mariela, quien solo pudo dar unos cuantos pasos antes de derrumbarse en el suelo. Su vida se deshizo con unas cortas y últimas palabras: «Auxilio, él me pegó».
Este nuevo feminicidio, ocurrido días antes de la conmemoración internacional del día de la mujer, adquirió dimensiones mediáticas profundizando más en detalles vacuos y pormenores de lo sucedido antes, durante y posterior al crimen, casi rayando en lo morboso, elevando al victimario como un ‘pobre hombre’ que actuó enceguecido por el rechazo, el dolor o el despecho, (casi, casi) encontrando lógica a los motivos (móviles) por los cuales el crimen fue consumido.
En medios y redes sociales las opiniones respecto al abominable crimen giraron a un aspecto, un detalle, de la conducta del agresor. Según un testigo presente en la fiesta donde Mariela compartía con su seres queridos y familiares, manifestó que (tanto Mariela como su exesposo) “estuvieron por algunos momentos compartiendo con los demás integrantes de la familia, sin problemas y no se veía ningún inconveniente. Ni siquiera discutieron durante la fiesta”. El debate en redes giró a que el agresor actuó “sin problemas” frente a familiares y amigos previo a la ejecución del delito, es decir, que para muchos internautas las razones que llevaron al crimen pudieron responder a la “actitud” de la víctima, no del agresor, resultando (nuevamente) en la barbárica justificación de “si algo pasó, ella quizá sea responsable”. Esta lógica, barbárica, atroz y equívoca, acentúa la responsabilidad de la víctima (por encima del victimario) por los hechos ocurridos.
Por esta razón, buscando aportar en un tema que ha sido abordado infinidades de veces en medios por profesionales en salud mental, por periodistas que trabajan en temas asociados a mujer y género, entre otros, consulté a un colega psicóloga su opinión sobre las razones y/o los rasgos que caracteriza a un feminicida con la siguiente pregunta: “¿cómo identificamos a un feminicida?”.
“Determinar los rasgos de un feminicida no es sencillo, puesto que este no tiene un patrón de conducta, haciendo que cada caso sea distinto. No obstante, existen una serie de patrones en común o un “común denominador”: son personas con fuertes carencias afectivas, incapaces o con incapacidad de sentir empatía por los demás; son personas que no tienen sentimientos de culpa”.
Para entender mejor esta respuesta, debemos partir sobre la explicación de qué es un feminicidio. Según Onumujeres: “El feminicidio se refiere al asesinato de una mujer por el hecho de serlo, el final de un continuum de violencia y la manifestación más brutal de una sociedad patriarcal. Este fenómeno ha sido clasificado según la relación entre víctima y victimario en cuatro categorías: i) Feminicidio de pareja íntima, ii) Feminicidio de familiares, iii) Feminicidio por otros conocidos y iv) Feminicidio de extraños, todos estos atravesados por las diferentes opresiones que viven las mujeres día a día. El feminicidio hace parte de las múltiples y complejas violencias contra las mujeres, y no puede entenderse sólo como un asesinato individual, sino como la expresión máxima de esa violencia, en la que el sometimiento a los cuerpos de las mujeres y extinción de sus vidas tiene por objetivo mantener la discriminación y la subordinación de todas.”
En el departamento de Santander pareciera que hablar de feminicidio o violencia contra la mujer continuase siendo un tabú. Por ello, urge impulsar acciones orientadas a erradicar la violencia contra la mujer, transformando (eliminando) la subordinación de las mujeres frente a los hombres, subordinación que tiene como origen la falta de equidad entre los géneros y la discriminación constante en diferentes escenarios de la sociedad.
No podemos ni debemos permitir que esta violencia se convierta en costumbre. No podemos. Se lo debemos a Mariela, a Diana, Carolina, Liliana, Marcela, Sara, Angy, Daniela y todas aquellas mujeres quienes perdieron la vida a mano de sus parejas, ex parejas, amigos, cercanos o conocidos.
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*Estudiante de Maestría en Derechos Humanos y Gestión de la Transición del pos-conflicto de la escuela superior de administración pública – ESAP seccional Santander.
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