Por: Édgar Mauricio Ferez Santander/ Clau había comenzado su carrera política con una energía incuestionable. Se ganó el corazón de muchos del reino como una mujer combativa, una académica brillante que hablaba claro y sin tapujos. Su imagen como luchadora anticorrupción la llevó a la alcaldía del reino, con promesas de un cambio profundo en la ciudad oscura.
Al principio, Clau parecía encarnar la esperanza de una ciudad más justa, más ordenada, más verde. Su discurso feminista, inclusivo y de lucha contra la desigualdad resonaba fuerte. La primera mujer abiertamente diversa en llegar a la gobernar, era un símbolo de progreso para muchos. Sin embargo, pronto las cosas comenzaron a desmoronarse.
La ciudad era un monstruo ingobernable. Las calles, saturadas de trancones, se volvían cada vez más intransitables. El sistema de transporte público, lejos de mejorar, seguía siendo una pesadilla diaria para millones de ciudadanos.
La inseguridad crecía, y los gobernados se sentían más inseguros cada día que pasaba. Las decisiones de Clau comenzaron a parecer apresuradas, sus discursos más lejanos de la realidad y sus promesas, incumplidas.
El estallido social, contra el reino fue uno de los momentos más críticos de su mandato. Clau, que alguna vez había sido vista como una voz del pueblo, terminó enfrentándose a los manifestantes que exigían cambios. Su alianza tácita con el gobierno nacional, y su defensa de la fuerza policial, la hicieron perder el apoyo de quienes antes la veían como una líder del progreso. En lugar de la gobernante que luchaba contra el sistema, muchos la empezaron a ver como parte de él.
Sin embargo, Clau no estaba dispuesta a caer en la irrelevancia política. Sabía que su tiempo en Bogotá estaba limitado, que cada vez más personas comenzaban a verla como alguien que no había sabido manejar una ciudad tan compleja.
Pero Clau tenía otro plan. Mientras otros candidatos, como Gusi, peleaban por mantener su relevancia política, ella observaba con cautela. No estaba interesada en el caos de la política local. Sus ojos estaban puestos en algo mucho más grande: en mandar en el reino
Empezó a mostrarse como una figura de orden en medio de la tormenta. Mientras otros políticos luchaban entre sí, Clau se fue perfilando como una opción «moderada». No era ni la extrema izquierda de Gus ni la derecha pura de los seguidores de la derecha. Clau quería ser el centro, la opción sensata. Empezó a hablar de unidad, de reconciliación. Poco a poco, intentó distanciarse de los problemas de la ciudad, proyectando una imagen de alguien con visión de Estado.
Sin embargo, la realidad era ineludible. Muchos la veían como una persona que no había logrado gobernar, y si no pudo con una ciudad, ¿cómo podría con todo un país? Cada vez que aparecía en los medios, la sombra de su gestión en la capital la perseguía. Las críticas a su mandato no cesaban. Su manejo de la pandemia, los enfrentamientos con los manifestantes, la percepción de como había sido su gobierno de derecha camuflado, todo pesaba en su contra.
Pero Clau, siempre calculadora, sabía que en política, la memoria es corta. Empezó a capitalizar los errores de sus rivales. esperando, lista para bailar sobre sus restos políticos. Cada vez que un adversario caía, ella se mostraba como una alternativa viable. «Si no soy la mejor, al menos soy la más estable», parecía ser su mensaje.
Ahora a esperar como se presentará como candidata a gobernar el reino.
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*Historiador, Magíster de la Universidad de Murcia y Candidato a doctor en estudios migratorios Universidad de Granada-España.