Por: Juan David Almeyda Sarmiento/ Cada tanto, aparecen en distintas zonas de las ciudades colombianas panfletos que aseguran ser de las Águilas Negras.
Igualmente, cada tanto distintos sectores de la población son amenazados, ya sean estudiantes de universidades públicas, trabajadoras sexuales, consumidores de droga, líderes sociales, sectores de la comunidad sexualmente diversa, habitantes de calle, gente que sale durante los toques de queda que estos grupos anónimos imponen, personas que se relacionen con alguna de las categorías anteriores o, sencillamente, gente que no les agrade.
La capacidad de infundir miedo por medio de amenazas sutiles, que funcionan como una especie de trueque en donde se intercambia la libertad por una simulada seguridad informal, permite a estos grupos generar una necesidad dentro de las comunidades y las hace sentir que su presencia es un imperativo para poder convivir todos bajo un solo «buen sentido» donde nada malo puede ocurrir, se entrega la libertad a un solo Gran Hermano que, más allá de vigilar, no teme erradicar lo que genere molestias dentro de las comunidades.
Sin embargo, ahora se ha generado un nuevo brote de adaptabilidad de estos grupos respecto de las comunidades en las que buscan arraigarse, sus víctimas. En la actualidad, con todo el fenómeno migratorio proveniente de Venezuela no era de sorprender, debido a lo habituado que está el colombiano a la amenaza del otro, que tarde o temprano ellos también fueran a ser objetivo de este tipo de métodos paramilitares.
La nueva lógica de los métodos clandestinos en las ciudades, por lo menos en caso de Bucaramanga (capital del departamento de Santander), es la de perseguir y eliminar tanto a los migrantes venezolanos como a aquellos que les den algún tipo de apoyo.
Existe algo particular, pertinente para análisis, en este fenómeno que permite apreciar una nueva cara de ese fantasma, que jamás desapareció de Colombia, llamado paramilitarismo.
Hasta el momento, el miedo que infundía este tipo de amenazas siempre fue problema de los ciudadanos colombianos, siempre era entre nosotros mismos que nos veíamos como objetivos militares debido a que algunos sectores no compartían las mismas perspectivas que otros y, por extensión, eran considerados objetivos a eliminar.
Pero, en este caso, se ha sabido internacionalizar este tipo de miedo que es tan común en Colombia, ahora tanto venezolanos como colombianos tienen algo más en común que los une, el miedo a ser sistemáticamente perseguidos, torturados y eliminados.
Quizá, este tipo de miedo y preocupación que nace de forma inmediata de la nueva comunidad amenazada sirva para despertar a ese sector de colombianos acostumbrados a la amenaza pública cada tanto.
Es fácil normalizar las amenazas de muerte en Colombia cuando la historia del mismo país es la historia misma de un conflicto interminable, la habituación al miedo es un común denominador en muchos colombianos que prefieren entregar la libertad y la responsabilidad a costa de la seguridad que se provee al sacar del juego a todo el que no encaje en mi visión de mundo.
Cabe recordar las palabras que Roy Batty, el «villano» de la película Blade Runner, le dice al protagonista, Rick Deckard, por el final de la cinta: “Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo”.
Eso es precisamente a lo que llama esta nueva etapa de la historia del miedo en Colombia, a pensar la forma en la que se hace sencillo normalizar situaciones que para otros seres humanos que no han crecido en nuestro contexto son señales obvias de alarma y de amenaza contra la integridad y los derechos humanos.
La reflexión para tener en mente es qué nos dice el retorno de este tipo de amenazas sobre la sociedad en la que vivimos. Cierto es que la llegada de los migrantes venezolanos ha generado inconformidad en muchos sectores de la población colombiana, muchos infundidos, otros por mero pánico mediático y pocos empírica y rigurosamente comprobados.
¿Se debería ser esclavo del miedo únicamente por no poder encontrar una solución conciliadora a una problemática social?
La historia del siglo XX y parte de lo que va del siglo XXI tiene un historial donde se ha respondido afirmativamente en innumerables ocasiones a dicha pregunta, pero quizá sea tiempo de tener esperanza y empezar a vivir sin ser esclavos del miedo.
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