Por: Débora Melissa Escudero Sepúlveda/ Después de cinco años de abuso y más de un año lejos del abusador, poder dar respuesta a las preguntas más lógicas y repetitivas en la cabeza de todo aquel que no ha vivido algo así.
¿Por qué no lo dejó al primer insulto? ¿Por qué esperó que la golpeara? ¿Por qué no le dijo a nadie?
Aclaro, con esto no intentaré justificar ninguna conducta, es un análisis propio de mi experiencia personal para llegar a entender a las víctimas y sobre todo para entenderme a mí misma.
Es fundamental entender el por qué de nuestra sumisión y de cómo el miedo y la culpa juegan un papel protagónico, aunque, no es mi intención entrar en controversia con los grandes estudiosos de la psicología y de la conducta humana.
Lo explicaré, lo entenderemos y no servirá para nada. Pero por lo menos tendremos el criterio suficiente para no entrar en el juego del agresor, de sus infinitas ganas por revictimizar y de que todos sintamos la necesidad de culpar a la víctima.
Y digo que no servirá para nada, porque una persona en ese estado de sumisión y abuso, es como un fumador al que le puedes demostrar de todas las formas posibles el daño que se hace al fumar y aun así prende otro cigarrillo.
Así que esto no va dirigido a esas personas, sino a usted, el que no logra entender la conducta irracional de la mujer que se queda y protege a su marido golpeador, de la mujer que culpa a la mesa de noche por los golpes que pintan su piel de púrpura.
El miedo por definición es una emoción descrita por una sensación desagradable que es provocada por una percepción de peligro, en otras palabras, es un aviso del cuerpo alertando que está a punto de sentir dolor. Esto lo sabe muy bien un abusador, porque ese sentimiento es el que alimenta su perversión.
Cuando el agresor conoce a la víctima, se mostrará como un refugio de confianza, donde sus historias, pecados o secretos están bien guardados y que bajo su custodia esa información está a salvo. Luego esa información, cuidadosamente obtenida, será el material utilizado para extorsionar, chantajear y amenazar a su presa.
Piense usted, ¿hay algo en su vida que sea lo suficientemente vergonzoso como para que usted pudiera ceder a amenazas, extorsiones y chantajes? Para algunas una simple flatulencia lo es, para otras, un aborto clandestino o tapar huecos financieros con tarjetas de crédito. En general, es relativo, lo que sí es cierto es, que todos somos pecadores.
La culpa es un paso más avanzado en este ciclo de dominación, porque es responsabilizar completamente a la víctima por las acciones del agresor. Llegar a esto para un dominador es definitivamente un logro cumplido. Aquí vale la pena aclarar que el agresor es consciente del daño que causa, solo necesita justificar sus actos. Una excusa que demuestre en su lógica que no tenía más opción.
En este punto podemos enumerar los miles de casos en los que la víctima tiene la culpa, por usar mini falda la violaron, por sacar el celular lo robaron, se emborrachó y dio papaya, en fin, el pobre abusador no tiene de otra -en complicidad con una sociedad hipócrita- de sucumbir al mísero estallido de maldad provocado por esas personas que van por la vida creyendo que nada malo les va a pasar, y que para eso está él, para enseñar que no es así, que la vida es dura.
Para no generalizar tanto, les contaré una pequeña historia de culpa: Noté un comportamiento obsesivo compulsivo de mi pareja con respecto al orden y el aseo, no había que tener más de dos dedos de frente para saber que ese comportamiento había sido heredado de su madre.
¡Ya sé a quién le sacaste lo de andar limpiando! – comenté en medio de risas.
¡Con mi mamá no se meta! – me lanzó un puño en la sien del que aún recuerdo el zumbido en mi cabeza y las más de 15 cachetadas una tras otra, las primeras para hacerme entrar en sí y las otras, no sé.
Para mí era cierto, yo era una atrevida. Esa fue la conclusión del día, un “no lo vuelvo a hacer”. Era tal el sentimiento de culpa que sentía que merecía el castigo. Un golpe directo al autoestima, para mí solo era una sobrerreacción un poco exagerada e incomprendida.
Es obvio que yo misma me hago las mismas preguntas, porque yo sabía que estaba corriendo a toda, rumbo al abismo; pero el miedo y la culpa no me dejaban salir de esa bola de nieve. Solo me aferraba a la poca fe, invocando al Espíritu Santo que tuviera misericordia de mis hijos y de mí.
Sentir empatía por un abusador violento es muy fácil, porque es lo que nos han enseñado en cada una de las películas de acción, por el contrario, sentir empatía por una víctima es más difícil, porque en parte sentimos que lo merece o que algo malo tuvo que haber hecho. Si entendemos que no podemos actuar sometidos a los temores naturales de supervivencia, hemos llegado a un nivel superior como sociedad.
Y no es tan descabellado pensar que con un poco de humanismo y valentía nos podemos convertir en mejores personas, empecemos por no revictimizar, por no juzgar, por tratar de entender, por estar en el lugar correcto, no olvide usted que ninguna víctima pidió serlo, y que nadie está exento de caer en manos de un sociópata.
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