Por: Diego Ruiz Thorrens/ Se dice que son los jóvenes los encargados de cambiar el mundo. Que gracias a su inherente pasión por vivir (contagiante como arrolladora) el mundo logrará los tan deseados y muy necesarios cambios sociales.
Que gracias a que nosotros los adultos nos hemos encargado día tras día destrozarles la realidad, es en los jóvenes donde yace la responsabilidad de (re)construir el mundo, levantarlo de los escombros, potenciando el renacer y la creación de nuevos escenarios que sólo serán posibles a partir de la potente fuerza y de la energía esencial, única en todas ellas y ellos. Sin ellas, sin ellos, nunca lograremos un mejor y próspero futuro.
Se dicen muchas cosas sobre los jóvenes, algunas brutalmente lógicas. Otras no tanto. Sin embargo, pareciera que cada vez que hablamos de los jóvenes, de la labor y la responsabilidad que derramamos sobre ellos, lo hacemos partiendo de una retórica trivial, vacía, sin mayor sustentación que el simple hecho de decir ‘los jóvenes cambiarán el futuro”. Así, sencillo. A secas.
¿Por qué carajos cuando decimos “los jóvenes son el futuro”… nunca adherimos la frase: “son el futuro a partir del presente que como adultos logramos garantizarles, a todas ellas, a todos ellos, cuando les brindamos verdaderas oportunidades como desde el acceso a la salud de calidad a oportunidades para potenciar su creatividad sin segregaciones por razones de género entre hombres y mujeres, donde sencillamente se les permita ser quienes quieren ser, con total libertad?
¿Por qué es tan difícil hacerlo sin presionarlos ni empujarlos al absurdo amoldamiento de patrones políticos, sociales y culturales, patrones que alguna vez nos fueron obligados e impuestos cuando en su momento nosotros éramos esos jóvenes? ¿Por qué insistimos en decir que debemos “apostar por el futuro de los jóvenes” cuando ni siquiera “invertimos” en esa llamada apuesta? ¿Por qué nos encargamos de borrar la rebeldía de aquellos que su momento marcaron hito, de los inconformistas?
Algo que he venido aprendiendo, que ahora tengo muy presente, es que si realmente les brindamos a todos los jóvenes la oportunidad de la educación, sin dogmatismos, fundamentalismos y abiertos a la confrontación del saber, nuestro país podría ser verdaderamente distinto, diferente.
Sin educación los jóvenes están a la deriva en éste mundo, en la oscuridad, a las garras de figuras y viejos mañosos que buscan (y que lograron) perpetuarse en el poder y que por distintas razones (delitos, pecados, delirios de megalomanía, ganas de fastidiar a los demás o sencillamente ganas de no soltar la vara del poder que les permite controlar a los demás) necesitan una población sumisa, pobre, devastada por la violencia, lista para la guerra, siempre con hambre y con ansias de protección, esa misma protección que aquellos que sustentan el poder dicen “pueden garantizar”, así sea mentira.
No obstante, aquellos que se aferran al poder también reconocen que es necesario formar nuevas generaciones que alimenten sus ideales: jóvenes que no distinguen entre la realidad del opresor y del oprimido, jóvenes que encuentran en la guerra, esa que es lejana a ellos, un escenario dónde la muerte aniquila lo que no se quiere, lo que no se comprende.
Por ello, necesitamos encontrar personas y jóvenes que nos regalen nuevamente la esperanza, gratificante e innovadora. Necesitamos encontrar personas que logren hacernos pasar de ser ciudadanos escépticos y reacios de los procesos políticos a ser ciudadanos que nos reencontremos en aquellos jóvenes rebeldes, libres, librepensadores y sin ataduras a dogmatismos o prejuicios.
Sí, necesitamos creer que los jóvenes son el futuro, pero para lograrlo debemos ser claros y brutamente, poderosamente entregados al beneficio y futuro de ellos. Así me lo ha hecho comprender Miguel A. Ardila, uno de los más grandes referentes de juventudes de nuestro departamento de Santander, que consiguió ayudarme a observar la realidad desde otro ángulo.
No buscaré explayarme o dilucidar en comentarios sobre la vida de éste personaje que seguramente será un actor visible de nuestro escenario político Santandereano (especialmente de Bucaramanga). Con éstas palabras busco es invitar a los lectores a sumergirse a un dialogo que llamaré “dialogo a dos bandas” (así como en el billar): hacer el análisis desde la perspectiva de las necesidades que tienen los jóvenes, en contraste a todos aquellos elementos que podemos aportarles, brindarles a todas ellas y ellos.
Aprovecho para agradecer sinceramente el dialogo con Miguel Aguilar Ardila y que dio como resultado la materialización de ésta reflexión.
La conclusión es sencilla: Sí, debemos apostar en, para y por los jóvenes. Pero nunca, nunca desde lo abstracto y la vacuidad.
Pregúntese, ¿usted, cómo puede apostar por el futuro de los jóvenes?
Twitter: @Diego10T