Por Pablo Arteaga/ La celebración de los 97 años de fundación del municipio de Barrancabermeja no ha despertado entre las autoridades municipales un entusiasmo colectivo. La desidia, la indiferencia, el desdén por la patria chica pareciera ser la nota dominante. Si acaso este aniversario interesará a algún grupo de habitantes, sería al sector de adultos mayores.
Y es explicable. Ellos llevan en su memoria emocional los años y días de dificultades, pujanza en que construyeron familia y organizaron espacios de vida. Ese cuento es algo que solo les interesa a viejitos nostálgicos, diría estos días un representante de las nuevas generaciones. Pareciera que el espíritu cívico hubiese entrado en decadencia.
La riqueza cultural de la barranqueñidad, construida durante décadas a partir del encuentro de diferentes grupos regionales atraídos por la industria petrolera, no resulta un elemento de atracción y de valor a destacar. La pluralidad en el tipo de comidas, ritmos folclóricos, multiplicidad de bailes, cultos religiosos y una pujante zona para diferentes negocios constituyen junto con sus gentes el patrimonio vivo de esta ciudad. Si hay razones para celebrar, pero el sentimiento de afecto por la tierrita está marchito.
Y es explicable. No hay señales desde la institucionalidad civil, y mucho menos desde los órganos de control, que dejen mensajes claros de seguridad y justicia. La ciudad es hoy un cuerpo manejado por una cabeza de dirigencia política y gremial, sumida más en turbios negocios de enriquecimiento o de acomodamiento a las oportunidades del mercado para sobrevivir. Es como si viviéramos en una economía de escasez y de guerra, cuando la realidad muestra otros indicadores: Hay abundancia de opciones en el mercado que están siendo aprovechas por capitales y empresas golondrinas que chupan del néctar de los negocios pero que se llevan sus utilidades a otras latitudes.
Uno ve crecer fortunas rápidas de parte de los operadores de los asuntos públicos y ello ha creado una epidemia de “participación política”, más como oportunidad de negocios con la plata de los presupuestos que como oportunidad de apalancar procesos de bienestar colectivo y dentro de ellos vigorizando el entorno para los negocios del sector privado. Esto está mal, está al revés, y por ello de pronto se explica la falta de fervor en torno al cumpleaños de la municipalidad.
Por fortuna no todos estamos desalentados. Hay una pequeña masa crítica que cada vez se reúne en privado a explorar nuevos caminos de renovación y cambio de rumbo de la vida pública. Hay pálpitos significativos en las aulas universitarias, en algunos centros religiosos y en organizaciones civiles. Se ven aflorar nuevos liderazgos de pronto aún no totalmente visibilizados. En torno a lo ambiental por ejemplo, hay voces fuertes que han superado las persecuciones y exclusiones como lo son el médico Yesid Blanco, el abogado Leonardo Granados, el politólogo Raúl Barba y el ambientalista Oscar Sampayo, y hay más por cierto.
Hay nuevos líderes ciudadanos que jadean con fe en torno a lo público y que se reúnen en torno a la idea de la planeación como sucede con el grupo que colidera Jaime Ariza, o el grupo de Barrancabermeja Mejor, donde “veteranos de causas Públicas” como Jorge Padilla, Amilkar Galindo, César Portacio, Román Jiménez, no dan su brazo a torcer y convocan a diálogos ciudadanos de lata significancia. Hay mujeres que, desde lo público como Claudia Patricia Andrade, Delfina Alcocer Peña, Edelmira Valencia, Mirian Guerrero, entre otras y muchas más ponen en escena sus visiones de ciudad. Eso nos anima en medio de la marea del desaliento.
De allí que desde la Barrancabermeja Corporación Compromiso de Todos hayamos decidido apalancar acciones de valor reflexivo en torno al aniversario de la vida municipal de la ciudad. Hay hombres y mujeres que no han renunciado a la idea de hacer de la tierra del agua y el petróleo un escenario inmenso y potencialmente fuerte de oportunidades de grandes, prósperos y legítimos negocios. Celebramos con fe un nuevo aniversario. No tenemos la capa caída.
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