Por: Juan David Almeyda Sarmiento/ Lo dicho hasta ahora trae consigo a un actor imprescindible: la fragilidad. Hasta el momento, se ha hablado de la manera en que se ha estructurado una jerarquía arbórea de sentido atornillado que se ha convertido en una ética hegemónica de autosuficiencia donde imperan principios absolutos y totales de un yo completo en sí mismo. Ahora, llega la luz se pone sobre el opuesto, a saber, la fragilidad inherente e indestructible que subyace a todo ser humano en tanto que ser que nace en lo mundano y que muere sin superar los límites de la mundaneidad.
Hablar de fragilidad es traer consigo la relación profunda que existe entre lo frágil y la debilidad, es decir, es traer a colación la analogía resistente y persistente entre lo endeble y lo inconsistente. La contingencia y el devenir constante son elementos que fundamentan la existencia humana, son condiciones de existencia y de posibilidad; por este motivo, la cualidad de fragilidad es irreductible.
El ser humano, se cultiva alrededor de su devenir, de su contingencia, de su inestable condición de existir en tanto que simple mortal. No es posible para el ser humano pensarse como una entidad externa a la debilidad, esta última es una paradoja en la medida en que la fragilidad inestable que caracteriza todo ser humano es lo que fundamenta lo único que es permanente en el ser humano. Nacer es nacer en estado de debilidad, es exponerse a un mundo al cual nunca se pidió llegar y al cual se despide sin ninguna razón; no es que la fragilidad sea una simple incompetencia que no encaja en los estándares del “buen sentido” de la ética de la autosuficiencia; la realidad, es que la incompletitud es imposible de ser eliminada en todo sentido del ser en cuanto tal, se nace incompleto, se vive de la misma manera y al final solamente somos conscientes de lo que queda de esa constante inestable que es la fragilidad de los humanos.
Se vive en la paradoja, nunca se pasa por sobre ella; es una casilla vacía que se adapta a las posibilidades de las cuales dispone el sujeto en su vida. La posibilidad de un existir fuera de la paradoja es una fantasía lejana a toda realidad posible, sí algo tienen en común los humanos es la condición de fragilidad, la cualidad constante de los hombres es una condición de inestabilidad y contingencia.
Vivir en frágilmente es mostrarse como tal, no rehuir de nuestras propias grietas. El encuentro con los otros es, en últimas, un encuentro con la única cualidad común de los humanos; el aparecer frente a los demás es reafirmarme como sujeto único y, a su vez, como sujeto común. Enaltecer la fragilidad humana es una manera de traer al debate la profundidad y la superficialidad del tema de la relación con los otros. La paradoja del vivir, la cual solamente es posible en la existencia en tanto que sujetos débiles, permite al ser humano entrar en los senderos del mundo sin miedo a la impotencia, puesto que la debilidad es irreductible.
La fragilidad humana permite el encuentro con el otro, rompe los límites de la sensación propia para ir a la sensación compartida. Destruye el solipsismo del sí mismo para encontrar, en la paradoja del vivir, nuevos horizontes de sentido que permitan la proximidad con los demás. El círculo de la autosuficiencia, no se conjuga con la fragilidad; son ambos su propia excepción, la frontera de la paradoja se ubica en la distinción entre estos dos polos opuestos de la manera en que conocido las ideas de mi mundo: en otras palabas, la única paradoja que no es posible es la de una fragilidad de la autosuficiencia, debido a la exclusión tajante de la una sobre la otra.
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