Por: Jhon F Mieles Rueda/ Es una oportunidad para recordar de dónde venimos, quiénes somos y por qué sentimos el pecho henchido cuando alguien dice «¡santandereano tenía que ser!». Porque sí, ser santandereano es motivo de orgullo, y no por arrogancia, sino por historia, cultura y herencia.
Nacimos como Estado Soberano el 13 de mayo de 1857, en una época de grandes cambios para Colombia, y desde entonces hemos sido protagonistas en la construcción de esta nación. No hay rincón de Santander que no tenga algo que contar: desde las hazañas de los comuneros en El Socorro, quienes se alzaron en 1781 contra los abusos del poder colonial, hasta la valentía de mujeres como Manuela Beltrán, que rompió el edicto del cobro de tributos con una determinación que todavía nos define.
Y es que ser santandereano va más allá de la cédula o del lugar de nacimiento. Es una actitud. Una forma de hablar con fuerza, con acento recio, con esa musicalidad única del dialecto que nos identifica. No es solo el “quiubo mano” o el “no sea pingo”, es todo un legado lingüístico que nos recuerda nuestras raíces campesinas, indígenas y mestizas. Aquí las palabras tienen carácter, como la gente que las pronuncia.
Nuestra gastronomía también habla de nosotros. ¿Quién no se ha rendido ante una buena bandeja de mute, un cabrito con pepitoria, una carne oreada con arepa de maíz pelado o unas hormigas culonas tostadas al sol de Barichara? Comida con identidad, con sabor a tierra y a historia.
No es casualidad que nuestra cocina haya conquistado paladares dentro y fuera del país. Cada plato es una muestra de ingenio, de respeto por lo autóctono y de orgullo por lo propio.
Y qué decir de nuestros paisajes, que parecen haber sido esculpidos por manos divinas. Desde el Cañón del Chicamocha, imponente y majestuoso, hasta los verdes cafetales que se extienden en las montañas del sur, pasando por los páramos sagrados y los ríos que corren con fuerza, como si también llevaran sangre santandereana. Nuestro territorio es tan diverso como hermoso, y ese mismo paisaje ha sido testigo de la tenacidad de un pueblo trabajador, berraco, echado pa’ lante.
Santander también le ha aportado mucho a Colombia, aunque a veces no nos guste hacer alarde de ello. Lo hacemos trabajando, emprendiendo, estudiando, liderando. Somos tierra de ingenieros, de médicos, de educadores, de artistas, de campesinos incansables. El santandereano no espera que las cosas le caigan del cielo: las busca, las lucha, y si no existen, las inventa.
A nivel económico, somos potencia en café, cacao, ganadería, turismo, y ni hablar de la infraestructura vial que conecta el oriente colombiano con el resto del país. Pero quizás el mayor aporte ha sido siempre nuestro espíritu. Porque donde hay un santandereano, hay empuje, hay honestidad, hay franqueza. No nos andamos con rodeos. Decimos las cosas como son, duélale a quien le duela.
Hoy, cuando algunos parecen olvidar lo que nos ha costado llegar hasta aquí, vale la pena recordar que Santander no se construyó desde la comodidad. Aquí todo ha sido con sudor, con lucha, con amor por la tierra. Somos herederos de una historia rica y compleja, y tenemos la responsabilidad de mantenerla viva, de seguir construyendo sobre lo que otros levantaron con tanto esfuerzo.
Celebrar los 168 años del Estado Soberano de Santander no es un acto nostálgico. Es una reafirmación de identidad. Es decir, con orgullo: “sí, yo soy de aquí”. De la tierra donde se respeta la palabra, donde el paisaje enamora, donde el carácter se lleva en la mirada. De la tierra que ha dado tanto y que aún tiene mucho más por ofrecerle a Colombia.
Que esta fecha no pase desapercibida. Que nos sirva para seguir sembrando sentido de pertenencia en las nuevas generaciones. Que no se nos olvide nunca de qué estamos hechos, porque mientras sepamos quiénes somos, seguiremos caminando con paso firme hacia el futuro. Y eso, sin duda, es motivo de orgullo santandereano.
…
*Profesional Agroforestal, escritor y político local.
Facebook: Jhon F Mieles Rueda
Twitter: @meideijhon
Instagram: jhon_f_mieles