Por: Jhon F Mieles Rueda/ Hay capítulos que, aunque no figuran en los grandes libros de texto, resuenan con la fuerza del coraje y la determinación de un pueblo. Uno de estos capítulos es la Batalla de Pienta, un evento que, a pesar de ser un evento olvidado, marcó un antes y un después en la lucha por la libertad.
Lo primero que debemos aclarar es que para algunos historiadores la “Batalla del Pienta” fue más bien una masacre, y podríamos decir nosotros una inmolación, debido a la desigualdad de las fuerzas en combate, y esta diferencia con la batalla de Boyacá ha hecho surgir la pregunta de si fue más importante esta última o los mencionados hechos de Charalá.
La Batalla de Pienta, ocurrida el 4 de julio de 1819, no fue una batalla librada por soldados profesionales. Fue el pueblo mismo el que tomó las armas: campesinos, artesanos, madres, hijos… gente común que decidió impedir el paso de las tropas españolas del Coronel Lucas González compuestas por al menos 800 hombres, que iban a reforzar las del General José María Barreiro en Boyacá.
La resistencia en Pienta no fue en vano. A pesar de la superioridad numérica y armamentística del ejército realista, los patriotas de Charalá lograron retrasar su avance, creando un espacio crucial para que Simón Bolívar y su ejército se concentraran en batallas decisivas como la del Pantano de Vargas y la posterior Batalla de Boyacá.
Aunque los patriotas de Charalá sufrieron una dura derrota ya que, según los historiadores, fueron asesinadas alrededor de 300 personas y el pueblo fue saqueado e incendiado, su sacrificio no fue en vano. De hecho, la resistencia en Pienta fue un factor que contribuyó al eventual triunfo en Boyacá, un hecho que pocos recuerdan hoy en día.
Pero más allá de la estrategia militar y los resultados tangibles, lo que verdaderamente importa de la Batalla de Pienta es el espíritu que encarna. Es un recordatorio de que la independencia no fue solo obra de grandes generales y batallas épicas, sino de miles de personas comunes que, en pequeños pueblos como Charalá, Coromoro, Cincelada, Riachuelo, Belentino y Ocamonte, decidieron que su libertad valía más que cualquier cosa.
Es fácil perderse en los números y los grandes relatos, pero en Pienta lo que realmente resuena es la humanidad de sus protagonistas. No eran héroes en un sentido épico; eran personas con miedos, esperanzas y familias que dejaron atrás para defender un ideal más grande que ellos mismos.
Imagina a esas madres, a esos jóvenes y adultos mayores empuñando machetes y herramientas del campo como si fueran armas, mirándose unos a otros con determinación, sabiendo que podrían no ver el amanecer del día siguiente. Esa es quizá la esencia de la Batalla de Pienta: la humanidad en su forma más pura y valiente.
Y aunque la historia oficial a menudo pasa por alto estos detalles, es en esos momentos donde realmente se forja el carácter de una nación. Pienta es un ejemplo vivo de cómo el coraje y la resistencia pueden surgir de los lugares más inesperados y cambiar el curso de la historia.
Hoy, más de dos siglos después, la Batalla de Pienta sigue siendo un capítulo que merece ser contado y, más importante aún, reconocido de manera oficial. No solo por lo que representó en términos de estrategia militar, sino por lo que dice sobre nosotros como pueblo santandereano.
Recordar la Batalla de Pienta es honrar no solo a quienes lucharon y murieron allí, sino también a la idea de que la libertad, la verdadera libertad, es algo que se construye día a día, con sacrificio, coraje y, sobre todo, con la firme convicción de que un mundo mejor es posible.
Así, cada vez que pensemos en la independencia de Colombia, no deberíamos olvidar a esos valientes charaleños que, armados con poco más que su voluntad, plantaron cara al poder colonial para que nosotros 205 años después, podamos disfrutar de la libertad que hoy tenemos.
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*Profesional Agroforestal, escritor y político local.
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