Quizás su voz había llegado demasiado lejos. El que aparecía como uno de los rostros más visibles del rechazo a las violaciones de derechos humanos en Nicaragua, está ahora privado de su poder de alzar, justamente, la voz.
El obispo de la Diócesis de Matagalpa, monseñor Rolando José Álvarez Lagos, cumplió este viernes 26 de agosto una semana detenido después de un destierro que prendió todas las alarmas de las organizaciones de derechos humanos, nacionales e internacionales.
Este sucedió cuando la ciudad de Matagalpa todavía estaba envuelta en la penumbra. A las tres y media de la madrugada del viernes 19 de agosto, las fuerzas especiales de la policía nicaragüense irrumpieron en la Curia Episcopal de esa ciudad y sacaron al obispo Rolando Álvarez
Desde entonces, permanece en «resguardo domiciliar» en Managua. ¿Su delito? Participar «en actividades desestabilizadoras y provocadoras», según las palabras del Gobierno.
Un obispo con sermones críticos hacia el poder
Si el hecho causó tanto revuelo en el país y entre los medios internacionales, es porque el hombre era una de las voces más críticas dentro de la jerarquía católica de Nicaragua. Desde su púlpito, rechazaba las violaciones de derechos humanos, la persecución religiosa y los abusos de poder de la pareja gobernante, Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Esta última, justo antes del destierro del obispo de Matagalpa, había hecho referencia a esa voz pastoral: «Todavía quedan algunos personajes que son bufonescos, que hacen el ridículo, sin estatura moral alguna, personajes que creen que el tiempo no ha transcurrido o que pueden ocupar lugares de autoridad que tal vez no merecen». La vicepresidenta no mencionó nombres, pero sus palabras resuenan ahora como amenazas premonitorias.
«Hay un contraste terrible entre esa voz noble, pacífica que es monseñor Álvarez, y la barbaridad de la acción estatal en su contra», deplora Pedro Vaca, Relator Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Dentro de Nicaragua, varias voces críticas al Gobierno de Daniel Ortega aseguraron que la intención inicial de la pareja presidencial era empujar el obispo al exilio. Un plan que el propio clérigo adelantó que no seguiría, cuando en una de sus misas dejó claro que no «se iba de su patria».
Pero los acontecimientos que le rodeaban dejan pocas dudas acerca de la existencia de presiones en su contra. Fue en ese mismo departamento norteño donde el presidente y su esposa cerraron también a principios de mes siete estaciones de radio católicas administradas por la misma Diócesis de Matagalpa.
Abanico de medidas contra la Iglesia católica
No en vano, los expertos hablan de una campaña de terror contra la Iglesia católica nicaragüense. En el último año y medio, las autoridades expulsaron del país al nuncio del Vaticano así como a 18 monjas de la orden Misioneras de la Caridad, fundada por la Madre Teresa de Calcuta. Actualmente, se encuentran también encarcelados ocho religiosos.
Hostigamiento a templos, ataques físicos, interrogatorios de sacerdotes, impedimento de oficiar misas o realizar procesiones religiosas en las calles son otras ofensivas que han denunciado los eclesiásticos bajo el régimen Ortega-Murillo.
Pero para dimensionar el impacto de esta cruzada hacia los actores religiosos, se necesita entender el rol de la Iglesia católica en Nicaragua. Resulta, en efecto, difícil comprender cómo un país donde el 90% de la población se considera de confesión cristiana se vea envuelto en esta persecución a la Iglesia.
«Como uno de los países más católicos de la región, la Iglesia es un actor de peso que puede desafiar la narrativa oficialista. Los ataques a sus miembros muestran cuán lejos Ortega y Murillo están dispuestos a llegar en su irracional represión contra voces críticas», declara a France 24 la subdirectora para las Américas de ‘Human Rights Watch’, Tamara Taraciuk.
Templos como últimos espacios de libre expresión
«Es la última trinchera de expresión civil que queda en el país», resume por su parte Juan Diego Barberena, integrante del Consejo Político de la Unidad Nacional, el movimiento opositor más amplio de Nicaragua. Y es que tras 15 años de gobierno sandinista cada vez más autoritario, las iglesias católicas se convirtieron en la única institución que lograron escapar al control de sus élites.
Así, los eclesiásticos fueron asumiendo un papel de contrapoder, mientras las catedrales acogieron en su seno discursos de libre expresión que hacían falta en el resto del espacio público de Nicaragua. Una libre expresión cada vez más socavada: France 24 contactó a varias entidades de la Iglesia católica nicaragüense y no obtuvo respuesta.
Una situación agravada a partir de 2018
Las más graves tensiones entre el Gobierno de Ortega-Murillo y la Iglesia católica se han dado a partir de 2018. El estallido social que nació en contra de una reforma a las leyes de seguridad social fue violentamente reprimido, y la misión profética de justicia y paz de la Iglesia católica empujó a una mayoría de sacerdotes a dar refugio a los manifestantes que huían de la represión policial y paramilitar. «El rol histórico de la Iglesia es estar del lado de los más necesitados, de los reprimidos por el poder», explica Juan Diego Barberena.
Los sacerdotes también trataron de ser mediadores de un diálogo nacional por la paz, pero la respuesta del mandatario fue llamarlos «golpistas» y «terroristas». La primera dama, por su parte, se mostró más creativa, calificándolos de «diablos con sotana».
«Desde entonces, el régimen se ha dedicado a hostigar y amedrentar a quienes abiertamente denunciaron violaciones de derechos humanos, lo cual llevó, por ejemplo, a la salida del país del obispo Silvio Báez en 2019 en medio de amenazas de muerte», recuerda Tamara Taraciuk.
Sin embargo, la cruzada actual contra la Iglesia católica y el partido gobernante tiene un antecedente histórico, como recuerda Diego Barberena: «Durante los años 80, los sacerdotes ya sufrieron una persecución por parte de los sandinistas. Pero ni en esa época la represión llegó a ese nivel».
Es probablemente esta escala de gravedad la que motivó al Papa Francisco a hacer una rara referencia a la represión en Nicaragua el domingo 21 de agosto, compartiendo su «preocupación y dolor»: «Quisiera expresar mi convicción y mi deseo de que por medio de un diálogo abierto y sincero se pueden todavía encontrar la bases para una convivencia respetuosa y pacífica».
Finalmente, la naturaleza de estas detenciones y la postura de los actores implicados demuestran que no se trata de una batalla ideológica sino política. «Hoy están atacando la Iglesia católica, pero mañana será la Evangélica. Y pronto, en Nicaragua la guerra será de ‘tierra arrasada’, contra todos», advierte el miembro de Unidad Nacional Azul y Blanco.