Por: Miguel Ángel Moreno Suárez/ De John Claro sé que es músico y concejal, no sé más. Lo sé porque varias veces fue a mi claustro de formación a personificar jocosas letras de “música para el pie izquierdo”. Lo sé porque compuso la melodía del himno de la capital santandereana. Y lo tengo claro porque ha acompañado todas las labores del ingeniero Rodolfo en el Concejo Municipal, menos una, la reciente moción de censura.
Como se puede inferir, eso no me da suficientes elementos de juicio para decir si John Claro es o no un “bandido”, un “vendido”, o un “corrupto”, como he visto se le satanizó en redes. Tampoco estoy defendiendo su gestión.
Lo que sí sé, es que la violencia genera más violencia y que alentarla es darle un mensaje claro a la sociedad: Las cosas se solucionan a los golpes cuando las palabras no son suficientes y es tolerable cierto grado de violencia irracional. Errado mensaje para las niñas, niños y adolescentes, diamantes en bruto en proceso de tallado.
Por eso es que marchar, conmemorar hace ocho días el Día Internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer, pintarse los labios de rojo, taparse un ojo amoratado o simular un acto de violencia hacia la mujer para desaprobar la violencia de género, se hace como alegoría a lo que no debe ser. Pero avivar el fuego de otros tipos de violencia es ilógico. Es tanto como justificar algún tipo de discriminación por considerar una superioridad estereotipada, diciendo que es inferior una mujer por razones de sexo, un indígena por razones de raza, un musulmán por razones religiosas, un “mamerto” por razones políticas o hasta un pastuso por razones de origen natal, eso además no es ético.
Ahora, nada estético resulta acentuar más el falso estereotipo fuertemente arraigado de que los santandereanos somos atravesados, de genio volado y que por eso no progresamos. Santander es otra tierra, otra cultura, otra forma de ser; somos amables, amorosos, amistosos, alegres, emprendedores y berracos.
Jesucristo, Gandhi, Mandela, Russell, Thoreau o David, son recordados con júbilo. Hitler, Goliat o Pinochet construyeron su reprochable recordación.
Colofón de esto es que hago una invitación a desaprobar los actos violentos, siempre que no sean producto de un balance de razones real y no de la irracionalidad. Una cosa es la legítima defensa y otra cosas es la desproporcionada agresión. Menos estoy invitando a generar rechazo hacia alguna persona en especial, mal haría.
Desarma más al espíritu agresivo, una rosa, aunque esta tenga espinas. La sed se calma con agua, no con hisopos de vinagre. A una herida no conviene pretender aliviarla poniéndole sal: En la administración pública se tiene que actuar con mente equilibrada, con templanza, con tolerancia y la única violencia aceptable en ese escenario es la legítimamente utilizada por el Estado, para mantener la soberanía y el orden público, con los límites establecidos en los teneros de los derechos humanos.
¡A reconstruir el tejido social! Con educación y sana convivencia, no a los totazos.
Twitter: @MiguelMorenoSu