Por: John Jairo Claro Arévalo/ Juan del Valle es un vecino dicharachero, joven, le pongo unos 50 abriles, de conversa amena, entregado a su familia y evangélico por convicción. En varias oportunidades hemos hablado de muchas cosas de la vida, imagínense, ya son casi tres lustros de vecindad. Se le conoce y reconoce como un buen vecino, creyente, disciplinado, honesto e incorruptible.
Conozco a su familia de tres hijos, dos hombres y una mujer; y a su esposa, la señora Nohemí. En varias ocasiones hemos cruzado palabras y hablado de todo, pero desde hace un tiempo atrás, tocamos el tema de la paz y las trabas que ella ha tenido, de las consecuencias de la guerra, de los muertos de ésta y los horrores de la misma.
Entre charla y charla, empezamos a hablar de nuestros hijos y en ese momento aproveché para preguntarle sobre el servicio militar, me dijo que sus hijos varones no lo prestaron porque no los iba a exponer para que se los mataran por allá en el monte, que les había sacado la libreta militar con un amigo que tenía, una palanca en el ejército y que la “vuelta” le costó seiscientos mil pesos por los dos hijos más el trámite, que fueron la mitad de un salario mínimo de aquel entonces por cada uno, estamos hablando del año 2010, según cuenta mi vecino.
Cierto día que llegaba del trabajo al medio día, Juan del Valle, me aborda en el parqueadero del conjunto donde vivimos y me dice si conozco a un contador público para que le haga la declaración de renta, ya que sus ingresos son muy superiores a los topes que establece la DIAN para esos asuntos. Eso sí, me dijo que fuera alguien de mucha confianza, para que le acomodara las cuentas, porque él no le quería pagar un peso de impuestos al gobierno.
Mi vecino sabe que soy docente, profesor y recuerdo que el año pasado por esta época, me buscó para que le hiciera un favor, que si le ayudada a conseguir un cupo de sexto grado para una sobrina en la institución educativa pública San José de la Salle, porque le tocaba inscribirla en la plataforma de la alcaldía y eso era muy complicado.
Un día cualquiera, fuimos con mi señora a tomarnos un café a Juan Valdés de Megamall, en ese mismo momento en el almacén de cadena que está contiguo a la cafetería, estaban de promoción de electrodomésticos y tecnología, nosotros, ni cortos ni perezosos, nos fuimos sólo a “chismosear” los precios, ya adentro, nos encontramos con nuestro vecino y nos comentó que quería comprar un computador para su hija que próximamente entraría a estudiar a la universidad.
Él, Juan del Valle, nos pidió el favor que, si teníamos la tarjeta de crédito de ese almacén, porque habían descuentos hasta de un 50%, que de vuelta a casa nos daba la plata que costó el computador, la suerte estaba del lado de él, ya que nosotros si teníamos la tarjeta de ese almacén, dicho y hecho, se la facilitamos para que hicieran la compra del laptop para su hija.
Amaneció y Juan del Valle no apareció con la plata, bueno, dije yo, algún problemilla tendría. No obstante a quince días de prestarle la tarjeta a mi vecino, sin que me devolviera la plata, nos encontramos de sopetón en el ascensor del conjunto y aproveché el momento para pedirle que me pagara, sin embargo, fue tal mi sorpresa, que él, de manera airada y desencajado empieza a insultarme, que yo era un mal vecino, un tramposo, un deshonesto, un corrupto porque no le ayudé a conseguir el cupo del colegio para su sobrina, ni le recomendé un contador público para le hiciera su declaración de renta.
De esto ya han pasado seis meses y me he enterado que Juan del Valle, mi vecino, es un próspero comerciante y que, además, es el pastor de una iglesia cristiana del sur de la ciudad. Así como él, hay millones de colombianos, de todos los estratos, de todas las creencias políticas y religiosas que actúan y son como Juan del Valle, porque en el fondo algo tienen de él: “Buenos vecinos, creyentes, disciplinados, honestos e incorruptibles”
*Licenciado en música, artista, docente, compositor del himno de Bucaramanga, exconcejal de Bucaramanga.
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