Opinión

Preparación para la vida

En medio del desasosiego constante que puede generar la noticia de una muerte, cercana o lejana, es bueno preguntarse un poco la importancia que cobra la muerte en nuestra cultura y la relación que esta tiene con la vida misma.

Por: Fray Andrés Julián Herrera Porras, O.P/ La muerte es una realidad de la que ningún ser humano puede escapar. Más allá de las creencias o increencias religiosas, cada persona parece llegar en algún momento a preguntarse por lo que puede haber o no después de la muerte, por el dolor o no del acto de morir y por otros interrogantes que hasta hoy escapan a cualquier comprobación científica.

Esa constante reflexión, esa pregunta por la muerte que nos ronda, siempre estará limitada por la propia vida, por el acto de vivir.  Pareciera que lo más cercano a nuestra muerte es la muerte del otro, del que está cerca y alguna vez vimos vivo. Sin embargo, no es así, lo más cercano a nuestra muerte es el minuto a minuto que va muriendo, las células del cuerpo que mueren cada segundo, eso es lo más cercano a nuestra muerte.

Ahora bien, vale la pena preguntarnos: ¿de qué sirve a nuestra existencia preguntarnos por lo inevitable e incomprensible?, ¿para qué nos preocupamos por algo que no tendrá solución y que nadie tiene idea de cómo acontecerá?, ¿sería mejor dejar de cuestionarnos por la muerte?

Parece ser que tantas preguntas sobre la muerte podrían generarnos una cierta zozobra al no poder ser resueltas. Sin embargo, hace poco leía en el último libro del profesor Camilo López, La dimensión cosmoteándrica de la muerte, una frase del gran Raimon Panikkar que dice: “Una vida llena es la única preparación para la muerte, la preparación para la muerte consiste en la preparación para la vida en todos sus sentidos”. Quizá ese es el sentido de la pregunta por la muerte, la preparación para la vida misma.

En Occidente, hablando de la preparación de la vida, se ha venido vendiendo desde hace algún tiempo la idea de proyecto de vida, se ha confundido vivir con una especie de paso a paso, como si se tratará de un camino fijo e inamovible que se determina y se empieza a cursar sin mayores desvíos. Sabemos que la vida no es así, que si bien es necesario proyectar algunas cosas, siempre seremos un proyecto en sí mismos y por ende, esas majaderías de proyectar la vida completamente de forma ciega no funcionan, puede servir hacer algún tipo de obtención de herramientas para vivir la vida reconociendo siempre las variaciones que se pueden dar en según las circunstancias en que nos corresponda vivir.

Volviendo a la pregunta por la muerte, todas las culturas de seres humanos alrededor del mundo se han preguntado por lo que puede existir más allá, por la trascendencia. Es un elemento fundamental, ¿Se termina todo con la muerte? o ¿queda algo después de la misma? La respuesta más evidente, sin entrar en el plano espiritual cristiano donde me matriculo, es que somos nosotros, los vivos, quienes quedamos después de la muerte de los muertos. Es la huella que queda en nosotros de quienes parten la evidencia de que hay algún tipo de trascendencia.

No quiero escandalizar a ningún creyente y advierto que no estoy negando las verdades de la fe que profeso, simplemente estoy tratando de ampliar la visión de la muerte para que quienes no creen comprendan que la pregunta por la trascendencia sigue siendo relevante, temas como el cuidado del planeta, dejar una sociedad mejor de la que encontramos, buscar la paz, entre otros elementos son la búsqueda de dejar una huella mejor cuando tengamos que partir del mundo.

La muerte es también, según el libro del profesor López, una posibilidad de redescubrir una nueva relación. Con la ausencia física de quien muere la relación con quien ya no está se transforma, se redefine, ya no lo podremos ver, pero seguramente su recuerdo, su presencia, seguirá siendo importante para nosotros. Observo que mi relación con mi padre cambió enormemente desde su muerte, ahora es una relación más sólida desde la eternidad en la que creo.

En el mundo acelerado en el que vivimos, el que nos corresponde compartir, la preocupación por la muerte puede llevar a dejar de vivir. Puede llevarnos al sinsentido existencial que nos vacía y agobia, quizá ese sea el origen de buena parte de la pandemia silenciosa de las enfermedades mentales que atravesamos hoy y que lleva a tantos al sinsentido de su vida, a la muerte en vida.

Frente a todo esto no queda más que hacer una apuesta por vivir para trascender, es necesario prepararnos para ser sujetos responsables y respondientes. Responsables de nuestras acciones, de nuestras libertades, de nuestras posibilidades y respondientes en cuanto al entorno en que vivimos, las necesidades de los demás, las obligaciones para con la creación entera.

Apuntaciones

  • Aplaudo las declaraciones de Mancuso y el acceso que hemos tenido todos los colombianos a las mismas. Preocupante la relación con algunos políticos como Francisco Santos, o con empresas de renombre. También genera mucha zozobra que se atreva a decir cosas como “Yo soy hijo directo de ellos” refiriéndose a las fuerzas armadas y su entrenamiento. Mucha de esta información no es nueva; sin embargo, lo que sí puede ser nuevo serán las consecuencias que acarreen.
  • Aunque ya se menciona en la columna, sigo felicitando al profesor Camilo López por su publicación de La dimensión cosmoteándrica de la muerte. Buddhismo y cristianismo en diálogo, por la Editorial Herder. Se trata de un texto teologal que seguramente ayudará a muchos en sus procesos de comprensión de la muerte.

*Abogado. Estudiante de la licenciatura en Filosofía y Letras. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.

Twitter: @FrayGato

Instagram: @FrayGato

(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor)

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