Por: Argemiro Castro Granados/ Desde mi hermoso rincón campesino, lugar de mi confinamiento desde el 22 de marzo, he analizado de vez en cuando (no quiero imaginar el estado emocional de quienes lo hacen a diario), el acontecer de esta crisis originada por la pandemia del Covid-19 y veo con preocupación cómo las medidas tomadas por parte de los gobiernos, se han convertido en un cuadrilátero, donde gobernantes, políticos, autoridades de salud, académicos, economistas y ciudadanos de a pie, tienen su propia percepción del problema y creen tener la fórmula para salir de este atolladero.
Cuando me encuentro regando mis lechugas o viendo el retozar del becerro recién nacido, le doy toda la razón a los infectólogos y epidemiólogos que asesoran a los gobiernos y a las autoridades de salud, cuando aconsejan, siguiendo los lineamientos de la OMS, que toda vida se debe proteger “todo se puede recuperar, menos la vida”, por esos las medidas para proteger la población deben ser extremas, evitando al máximo el “contacto social” para quitarle al virus su vehículo de transmisión y por ende hacer que este desaparezca al no encontrar más personas para reproducirse; puede que tengan razón.
Luego veo un poco de TV, de reojo las redes sociales y páginas de opinión y observo en el ring los gobernantes junto a los políticos de gobierno y de oposición, cada uno argumentando a punta de normas o de gritos, tener la mejor solución ante la crisis.
Hay quienes se aventuran a un “confinamiento social voluntario” y sin mayores restricciones, caso Suecia, USA o Brasil, entre otros, cuyos presidentes argumentan que el virus no es más que otro de los tantos que afectan la humanidad por períodos cíclicos, ligeramente más dañoso que una gripe común (Su tasa de mortalidad es inferior al 3%), pero que una vez se infecte toda la población, este se extinguirá conforme llegó (inmunidad del rebaño) y que los efectos de cuarentenas y paros de la economía, en el largo plazo, van a traer más muertos que la misma pandemia; pueden que tengan razón.
Otros estilos de gobernantes dictan estrictas normas de confinamiento obligatorio, de toques de queda y ley seca y sacan toda la fuerza pública para hacerlas cumplir. Están los populistas que primero atemorizan la población y luego buscan el apoyo popular mostrando que el paraíso está cerca y solo siendo estrictos llegaremos pronto a la meta; también están los que viven de las estadísticas y se pelean porque estas no muestren un crecimiento de infectados, así sepan que este indicador quiera decir que la situación esté mejor.
En nuestro caso, el Presidente Duque expidió una avalancha de decretos legislativos, de declaratorias de emergencia sanitaria y económica, normas de orden público, de restricción de las libertades, de manejo de la salud, de la educación, de la economía y hasta de libertades muy personales (Puede montar en cicla, pero sin alejarse más un Km de su residencia). Luego vinieron las normas de preparación para la reactivación económica (de manera gradual y ordenada); pero deja en manos de los gobernadores y alcaldes las facultades para que, dependiendo de las circunstancias y coyunturas de sus territorios, expidan las correspondientes normas de restricción de la circulación y hasta el manejo de protocolos de bioseguridad para que un negocio o empresa pueda abrir.
Facultades que estos Gobernadores y Alcaldes aprovechan para mostrarse, medir o mejorar sus índices de popularidad según la mayor o menor presencia en los medios, lo que se traduce en el que más grite, el que más siga las redes sociales, el que más restricciones establezca, el que mayor número de comparendos imparta, el que menos infectados muestre; todo ello así tengan que ir en contra del Presidente (Lo que más rating les genera), de las políticas o de las directrices del gobierno central.
Luego de leer el manejo de esta crisis, según las perspectivas de los epidemiólogos, los entiendo; o de analizar las decisiones de los gobiernos en una u otra vía, entiendo a los políticos (sobre todo a los populistas), salgo a la ciudad en pos del aprovisionamiento (aunque estando en el campo es poco lo que se necesita ir hasta allá, a no ser a pagar los impuestos) pude ver la otra cara de la moneda: La del desempleo, de la inseguridad, del desespero de la población que vive del rebusque diario, de la falta de ingresos, del hambre ( los mercados con los atunes de $20.000 no llegan), los locales cerrados ante la quiebra, las empresas en quiebra, en fin, la desesperanza; ahora si paso a escuchar y hasta entender a los economistas.
Las estadísticas muestran unas cifras que inquietan a los economistas: Un desempleo a mayo del 20% (significa la pérdida de 5,5 millones de empleos), un crecimiento negativo del PIB del – 5% (recesión de la economía mundial), reducción drástica del consumo de los hogares, reducción de las exportaciones, crecimiento de la deuda externa, caída dramática del índice de confianza del consumidor (ICC); cifras que tienen gran impacto no solo en la economía del país sino en una gran crisis social y una exacerbación de la pobreza y la desigualdad.
Esta crisis económica no solo es para este año, sino que se convierte en ciclo recesivo para la economía y que según cálculos optimistas causarán efectos negativos por más de cinco años o hasta diez para volver a los niveles actuales. El impacto social de la crisis económica tiene repercusiones en la redistribución del ingreso y en la concentración de la riqueza (los ricos cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres), atacando sobre todo a la clase media -profesionales y comerciantes- (No la clase media del Dane, la que según ellos gana más de 400.000 mensuales, la que es para nosotros la pobreza).
Con las anteriores cifras, la visión de los economistas (La vida de la economía de un país, es tan importante como la vida misma), con todo respeto, me parece no tan alejada de la realidad, pues mirando con frialdad las cifras de muertos que ha generado y que terminará dejando esta pandemia (según las proyecciones será de menos del 0.01% de la población mundial, que no es una catástrofe comparada con otras pandemias que ha sufrido la humanidad, que han acabado hasta con el 40% de la población de un país), serán relativamente menores a las cifras de muertos que generará en el futuro el paro total de la economía mundial y la de Colombia en particular, pues muchas muertes vendrán producto del desempleo, el hambre, la escasez, la desesperanza, la inseguridad, la salud, las que tal vez superarán las cifras de la pandemia.
Vuelvo a mi huerto junto a mis acelgas, lechugas y tomates y concluyo (solo para con ellas, pues pueden tener razón los epidemiólogos y los políticos -tanto de derecha como de izquierda-) que el mundo, los gobiernos, los medios de comunicación, las redes sociales y la población misma, estamos dejándonos llevar por un miedo exagerado a la pandemia del Covid-19, cuando existen otras pandemias actuales que causan mayores estragos y no hemos movido un dedo para salir de ellas, como las pandemias de la corrupción, la pandemia de la impunidad, la pandemia del ataque diario al medio ambiente, la pandemia del racismo, la pandemia de la intolerancia y no sigo porque se me cayó un tomate.
*Economista, Abogado, Especialista en Evaluación de Proyectos de Desarrollo y Especialista en Derecho Público y Penal.
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