Por: Carlos Alberto Furnieles Rojas/ La vida es de caminos y el hombre abre y hace camino al andar y de allí se forja futuro; o lo que es igual en el argot popular: lo que se siembra, se cosecha. Esto debe estar intrínseco en una persona para la toma de decisiones, sobre todo cuando se encuentra en los momentos cruciales de la vida como: la conformación de una familia, de una sociedad, el futuro de una región o de un país, entre otras y múltiples situaciones. Por tanto las decisiones deben ser el producto de una selección de opciones y oportunidades bien argumentadas, soportadas y/o analizadas, que nos conduzcan a un escenario cierto que afiance nuestro liderazgo, aportando innovación, como la fuerza motriz que nos permite alcanzar objetivos de crecimiento y bienestar.
Todo lo anterior se percibió embolatado en las pasadas elecciones presidenciales (sobre todo en segunda vuelta), que se celebraron recientemente en el país; donde el debate de barrio, en el trabajo y/o cualquier otro tertuliadero donde se disertaba sobre el asunto, los argumentos que se exponían, se encarrilaban sobre lo malo que era o podía ser el candidato contrario al de la preferencia del contertulio respectivo, esperanzado en que al país no se lo fuera a terminar carcomiendo la desgracia, o que se lo llevara el putas; sí, porque se esgrimieron argumentos variados y para todos los gustos como: Que este candidato estaba rodeado de corrupción y, la respuesta: que el otro de comunismo.
¡Qué vergüenza!, no se establecía una selección por el conocimiento de las competencias y/o por las estructuras planteadas, como el requerimiento de un escenario por objetivos para el bienestar y crecimiento social del país y desde luego para los ciudadanos en general.
Estos hechos y condiciones nos muestra que a los Colombianos nos queda un amplio trecho para madurar en la toma de decisiones, sobre todo políticamente; pero llegará el momento donde los principios y la moral sean cualidades, mas no impedimentos para calificar a cargos públicos, y el rasero con el que se mida a los diferentes candidatos tenga como base la estructura moral y las capacidades para ejercer el cargo, junto con una formación técnica que le permita a esa persona ponerse al servicio de los electores y no los electores pasen al servicio del elegido.
Afortunadamente, la contienda a pesar de lo polarizada; presentaba a dos excelentes candidatos que mostraban conocer muy bien al país con ópticas diferentes pero interesantes, que fue lo que no escudriñamos los electores en general; pero que hoy ante los resultados, hay aceptación y tranquilidad.
En lo particular considero: Por lo que conozco y observo; que ni Iván Duque es corrupto, ni Gustavo Petro es comunista. Entonces solo nos resta desearle al nuevo presidente, fortaleza y sabiduría para que lidere el cumplimiento de los propósitos de anticorrupción y desarrollo de los temas fundamentales del país; salud, educación y empleo, como prometió en sus últimos discursos de su campaña ¡Buen pulso y mente amplia!
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