Por: Luis Carlos Heredia Ordoñez/ ¿Por qué? Pues porque la historia nos ha mostrado que donde hay riqueza natural, aparece un caudillo con ganas de quedarse con todo el poder. Y si no, miren a Venezuela.
Venezuela, ese país que una vez fue el más rico del continente, hoy es el mejor ejemplo de cómo los recursos naturales, especialmente el petróleo, pueden convertirse en la raíz de una dictadura.
En la tierra del oro negro, ese que hizo que todos los ojos del mundo se fijaran en ellos, el petróleo pasó de ser una bendición a un arma que consolidó el poder de unos pocos.
¿Y quiénes son esos pocos? Pues la clase gobernante que, agarrada a la silla, se ha vuelto más difícil de sacar que un chicle pegado en la suela del zapato.
Es que cuando hay tanto billete de por medio, se enreda la cosa. En Venezuela, el petróleo se convirtió en el sostén de un régimen que no tiene intenciones de soltar el poder. Y no es solo cuestión de política; es que esos barriles de crudo financian no solo el gobierno, sino también la represión.
Si nos ponemos a hacer cuentas, el país tiene las mayores reservas de petróleo del mundo, pero ¿qué ha pasado con todo ese dinero? Ha servido para mantener el control y callar a la oposición, mientras el pueblo, ese mismo que debería beneficiarse de esas riquezas, sufre las consecuencias.
Ahí está el truco: cuando el petróleo se convierte en el principal sustento de la economía, el gobierno se siente dueño del país. Ya no necesita depender de la gente, porque el verdadero poder está en las reservas subterráneas. Entonces, el autoritarismo crece, se afianza, y la democracia se va desvaneciendo como el humo de un cigarro en la brisa.
Y es que la cosa no solo pasa en Venezuela. Miremos alrededor, y veremos que, en muchos países de nuestra región, donde hay recursos naturales abundantes, las tentaciones autoritarias son más fuertes.
Es como si el oro, el gas, los minerales, y, por supuesto, el petróleo, fueran un imán para los dictadores, que ven en ellos una manera de eternizarse en el poder. Y lo más triste es que el pueblo sigue siendo el que paga los platos rotos.
Pero no se me depriman, mis queridos compatriotas. Porque, aunque este panorama parece desolador, hay una esperanza. Esa esperanza está en que las voces de nuestros pueblos, esas que nunca se callan, sigan exigiendo transparencia y justicia. Porque mientras haya un ciudadano que alce la voz, habrá una posibilidad de cambiar el rumbo.
La historia de Venezuela nos deja una lección: cuando el poder se concentra en las riquezas del subsuelo, los gobiernos se olvidan de que su verdadera riqueza está en su gente.
Y es por eso que debemos seguir luchando por una Latinoamérica en la que nuestros recursos se utilicen para el bienestar de todos, no solo para el beneficio de unos pocos. Porque, al final del día, la verdadera patria no es la que tiene el petróleo, sino la que tiene un pueblo libre y feliz.
Es triste, pero cierto: mientras en el mundo, los deportistas se preparan para dar lo mejor de sí en los Juegos Olímpicos, en nuestros países, muchos políticos solo piensan en cómo quedarse con la medalla de oro del poder.
Y el resultado es un pueblo que sigue luchando por sobrevivir, mientras sus recursos son saqueados y su libertad es pisoteada.
Pero no todo está perdido, mis queridos compatriotas. Porque la verdadera competencia, la que importa, es la de mantenernos firmes en la defensa de nuestra libertad y nuestros derechos.
Es como en los Juegos Olímpicos, donde no gana siempre el más fuerte, sino el que tiene más corazón. Y nosotros, como latinoamericanos, hemos demostrado que corazón nos sobra.
Así que no nos dejemos vencer. Sigamos exigiendo transparencia, justicia y, sobre todo, que nuestros recursos naturales se usen para el bienestar de todos, no solo para unos pocos. Porque, al final del día, el verdadero oro no está en el subsuelo, sino en un pueblo que lucha por su futuro.
Y ahí les dejo el balón, señoras y señores. ¡A no aflojar! Que la lucha por la libertad y la justicia es tarea de todos, no solo de unos cuantos iluminados.
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*Tecnólogo ambiental, ingeniero ambiental.
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