Por: Óscar Prada/ Las aulas de clase, un bosque inofensivo para disfrutar la libertad de pensamiento; sin embargo, a medida que se avanza en su interior, se torna una espesa jungla que le da prevalencia a la ley del más fuerte. Salirse del camino delineado por el docente es interpretado por aquel, como un desconocimiento de su autoridad, y menoscabo de su conocimiento.
La libertad de catedra no es un derecho absoluto en Colombia; no obstante, esta interesante facultad del profesor convierte el desarrollo de la materia impartida en una verdadera “república independiente”. Algunas de estas republicas son incluyentes y participativas; otras en cambio son el escenario de la real deshumanización del estudiantado donde se obedecen los dictados del dictador y la libertad de pensamiento del estudiante, se castiga a rajatabla.
El ego interno de las personas invade gran parte de sus facetas y roles; inclusive y muy a menudo en el ámbito profesional. Algunos de aquellos docentes formadores –sin generalizar -, auspician con gran fervor la competencia, la depredación, el canibalismo y las tácticas más feroces para enseñar a sus cachorros- los estudiantes-, a sobrevivir en la pirámide de la cadena alimentaria. Por el contrario, aquellos formadores con su soberbia apuntillada, no aceptan la superación de sus alumnos y lo perciben como verdadera ofensa a sus propias enseñanzas; es decir ancho para ellos y angosto para los demás.
La paradoja de lo anterior inmediatamente dicho, es la no aceptación de los mentores al momento de dar sus pupilos muestras de superación. El imaginario del común dice “el alumno supera el maestro”; por el contrario, para algunos dictadores de las aulas el viejo dicho es rechazado con total furia. El solo hecho de cuestionar, lo presumen como un intento de sublevación o golpe de Estado por parte de sus cachorros, y exteriorizan sus propias inseguridades y miedos en forma de aversión al discípulo “rebelde”, o como se dice comúnmente “se la montan”.
El desalentador panorama de aquellos docentes enchapados de manera rancia de la legitima autoridad a través del miedo y la sumisión absoluta forjada en el siglo pasado; comienza a reevaluarse con el acceso a la información de forma fácil y rápida; escenario por excelencia de la libertad y critica del común, que desnuda sin censura las enseñanzas de terror de los dioses de las aulas, los cuales no están habituados a escuchar la verdad en boca de otros ajenos a su catedra.
Aquellos que conciben el desarrollo de una materia como la mera transmisión de conocimiento, se equivocan en su enfoque; en realidad el escenario académico transmite más que solo conocimiento puro; transfiere una genuina formación integral de las personas. El común de los catedráticos con el pensamiento de la “vieja escuela”, donde enseñan a obedecer mas no a pensar, se ha convertido como la verdadera caja de Pandora de los males de la nación.
El aprender a obedecer sin pensar, inculcado en las cátedras de algunos dictadores, es el germen de una serie de eventos desafortunados, -como la serie-, y condiciona a deshumanizar el pensamiento y a convertir a las personas en reales masas autómatas y vivientes, que cada periodo condena su propia suerte, depositándola en las urnas de la ignorancia por medio de la obediencia. Los que ostentan el título de formadores, deforman el pensamiento y el futuro de la propia sociedad. –No todos, solo algunos-.
En un contexto más digerible, las políticas de los gobernantes en el país, han normalizado el silenciamiento, la opresión, la censura, el castigo, la discriminación y el genocidio-entre otros-, como los ingredientes por excelencia de la falta de garantías para el debate abierto y sin censura a nivel nacional. A las libertades de pensamiento y expresión diariamente se les rinde culto en sus tumbas, al presenciar a diario la manipulación de los medios masivos de comunicación, parcializándolos a favor de los influyentes y condenando a los que no comulgan con estos últimos. Los resultados de una catedra castigadora en la sociedad actual saltan a la vista, donde tragar entero indigesta a las necesitadas mayorías, y sacia las ansias de las atiborradas minorías.
La masificación del pensamiento en el mercado, donde el cuestionamiento de unos pocos salta a la luz de las tinieblas de la sociedad, genera escozor y el solo hecho de expresar desacuerdo con la idea de las mayorías, es verdadera blasfemia; en consecuencia, se encarcela la libertad de pensamiento. El sacar a la luz un pensar distinto es castigado con severidad-incluso la muerte-, consolidándose como la moderna inquisición que condena a la hoguera, la frescura de ideas cambiantes que apuntan a la renovación. Acaso ¿escuchar al otro hace daño?
“Solo sé que nada se”-por Sócrates-, invita a tomar conciencia de la no existencia de la verdad absoluta; es decir todo es cuestionable. Paradójicamente las grandes personalidades de los distintos ámbitos que son reconocidas por sus aportes a la humanidad, y figuran en los libros de historia y en el recuerdo colectivo, lo son precisamente por salir del molde; es decir por cuestionar su presente y escaparse del corral. La dicotomía de lo anterior, es en el reconocimiento de los personajes in fluyentes en la historia de la humanidad que reside en un culto avalado por la masa; mas no porque las personas de a pie sepan de su proeza; es decir son reconocidos sin reconocimiento.
En una sociedad, donde el cuestionar con argumentación y pensar distinto, representa un castigo severo, es hoy por hoy la nueva forma de salir del closet; es por ello que muchas de las ideas permanecen ocultas a la espera de ser sacadas por miedo a la condena colectiva; condena instaurada con fervor desde los tiernos jardines infantiles y trasladada con rigor a los patios de la adultez. ¿Qué esperan? Liberen el pensamiento, hagan que las ideas salgan del closet.
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*Ingeniero Civil, estudiante de Derecho.
Twitter: @OscarPrada12