Por: Diego Ruiz Thorrens/ Comenzaré repitiendo una línea que compartí en otro artículo: ‘Santander es un departamento machista, inseguro para las mujeres’. Vivimos en un departamento violento, un lugar donde la integridad y la vida de las Mujeres pareciera valer muchísimo menos por el hecho de nacer y/o construir su identidad como mujeres; donde el silencio y el miedo a denunciar son resultado de la paupérrima respuesta estatal ante la investigación y la carente/lenta justicia de crímenes pasados cometidos contra la humanidad de muchas de ellas.
El machismo, la violencia en razón del género y de la identidad de género arrastran otros escenarios también preocupantes. El primero, tiene que ver con nuestra carente capacidad de asombro, de reacción ante la violencia ejecutada (incluso cuando la misma transcurre en tiempo real), perdiendo nuestra agilidad en atender a la víctima. ¿Debemos esperar que una mujer sea asesinada para reaccionar y decir que sí podíamos intervenir?
El segundo escenario, tiene que ver con la inmersión del machismo, la violencia de género e identidad de género en el escenario institucional, espacios que deberían garantizar protección, acompañamiento u orientación pero que, al final, terminan justificando la violencia, revictimizando a la mujer agredida.
Para entender esto los invito a revisar el número de mujeres asesinadas en sus propios círculos familiares y privados sólo en el 2020, mujeres que pidieron o solicitaron protección, muchas veces recibiéndola de forma tardía (cuando ya habían sido asesinadas). El departamento de Santander nunca ha brindado un espacio seguro y de protección para muchas mujeres cuyas vidas corren peligro, debido a que nuestro machismo impregna todo lo que atrapa, y con su hedor, corroe y destruye lo que toca.
El machismo se manifiesta como una pandemia potenciada por otras pandemias. Esto, principalmente, adquiere mayor sentido en el actual escenario ocasionado por la pandemia por Covid–19, dónde no sólo se dispararon los casos por agresión hacia mujeres: También se exacerbaron los casos de violencia intrafamiliar, de pareja, en contra de la niñas y adolescentes, violencia que (nuevamente) tienen como base el género y la identidad de género.
En sólo una semana, ocurrieron en Bucaramanga distintos sucesos de violencia que deberían llevarnos a reflexionar y preguntar qué carajos están pasando. De estos, sólo compartiré los siguientes: dos distintas mujeres que fueron víctimas de violencia en razón del género e identidad de género en dos estaciones diferentes de la empresa Metrolínea, y otro caso que tiene relación con la grave denuncia de una mujer amenazada con arma de fuego por un intolerante conductor.
El primer suceso ocurrido en la estación Provenza de Metrolínea en los primeros días del mes de octubre. Según el testimonio, la víctima fue agredida verbal y sexualmente por dos funcionarios (conductores) de la institución.
La joven víctima relata que se dirigía hacia su trabajo a tempranas horas de la mañana cuando fue abordada por dos trabajadores uniformados del transporte público. El calibre de las palabras que fueron expresadas por estos señores, sumado a la violenta insinuación sexual de los mismos, obligaron a la joven a retroceder sus pasos y a tomar otro medio de transporte que la alejara de aquella estación. La joven manifestó que varias personas se percataron de lo sucedido. No obstante, nadie hizo algo para defenderla o protegerla. “Las personas que observaron (lo sucedido), literalmente, bajaron la mirada”, finaliza.
El segundo caso ocurrió en otra estación del centro de la ciudad perteneciente a la misma empresa. La víctima, una joven mujer trans, solicitó información de rutas y padrones a un funcionario de la empresa, cuando fue ultrajada verbalmente por el operario. Según su testimonio, el funcionario despectivamente se refirió a la mujer como ‘señor’, de forma morbosa y en repetidas ocasiones. También en tono de burla.
En ambos casos, las víctimas manifestaron sentirse agredidas, desorientadas, corriendo peligro y sin herramientas para exigir una respuesta o al menos poner una denuncia. Posteriormente, ambas decidieron que, ante lo sucedido, era mejor olvidar y pensar que nada de aquello había pasado.
La historia de la mujer amenaza con un arma de fuego, por más inverosímil que pudiese parecernos, está sustentada y afortunadamente registrada en vídeo. Ella, iba de conductora y acompañada por su madre (una mujer adulta mayor). La amenaza ocurrió al reaccionar pintando al conductor que iba delante de ella dado que éste no movía su vehículo, impidiendo su circulación.
En su relato, manifiesta que “Yo le pité, esa fue mi reacción. Él decidió acelerar y frenar, como para que yo, que iba detrás, le pegara a su carro”, contó.
“No solo me insultó, sino que me amenazó con un arma de fuego. Siento que se aprovechó de mi situación de mujer para amenazarme”. Afortunadamente el asunto no pasó a mayores y ambas mujeres pudieron seguir su trayecto. Sin embargo, el peligro la acompañó durante varios segundos que pudieron sentirse como minutos u horas. La amenaza pudo haber terminado en tragedia.
¿Qué carajos nos sucede? Pienso que debemos hacer frente y seguir insistiendo al estado, a las instituciones, a las empresas, a las comisarías de familia, a las ONG entre otras, garantías en protección y en derechos de todas las mujeres (tanto cisgénero como transexuales). Y debemos comprender, tener claro que no podemos ni debemos permitir que estos tipos de violencia sigan sucediendo.
En todos los anteriores escenarios no puedo evitar preguntarme: ¿Qué harían ustedes si la victima de agresión fuese su hija, su hermana, su madre, una vecina, alguna conocida o alguno de sus seres queridos?
No permitamos que el machismo se convierta en el enemigo que nos destruye como sociedad y humanidad. La tarea para transformar esta realidad es ardua, y podríamos comenzar cuestionando la frágil masculinidad santandereana, esa misma que obliga al macho a demostrar que ‘tiene la fuerza’; que le impide permitirse respirar, sentir y detenerse a pensar dos, tres, diez, cincuenta veces antes de actuar con violencia. Pensemos qué carajos está sucediendo, y encontremos pronto una respuesta.
No permitamos que nos falte una, unas, algunas, todas. Bajémosle el tono a la violencia en razón del género y la identidad de género antes que pueda ser tarde.
*Estudiante de Maestría en DDHH y Gestión de la Transición y Posconflicto de la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP) Santander.
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