La guerra contra las drogas, en vez de disminuir su impacto, ha crecido horizontalmente, potenciado 3 nuevos y peligrosos escenarios: (1) la conquista y expansión de nuevos mercados; (2) el aumento en el número de víctimas y muertos y (3) la tecnificación del producto.
Por: Diego Ruiz Thorrens/ En el año 2009, el periódico El País de España publicó el artículo “La guerra perdida contra la droga. Tres ex presidentes latinoamericanos reclaman una nueva estrategia para combatir el narcotráfico y sus secuelas de violencia y corrupción”. Luego, en 2022, el medio publicó “La guerra contra las drogas: 50 años de muerte y fracaso. Colombia lleva décadas de destrucción de ecosistemas y asesinatos de jueces, periodistas, policías, civiles y líderes sociales pese a la ofensiva de EE.UU. en Latinoamérica. El objetivo de frenar el comercio nunca se ha cumplido y las fortunas del tesoro público se han dilapidado”.
Ambos textos recogen la tesis del origen de la guerra contra las drogas… y su eventual y estrepitoso fracaso, tanto en Colombia como en el resto del Mundo: “La guerra contra las drogas comenzó hace 50 años cuando el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, declaró “una ofensiva total” contra lo que consideraba “el enemigo número uno”: las drogas ilegales. Esto se hizo inmediatamente extensivo a Colombia pues en los años setenta desde el país se exportaban inmensas cantidades de marihuana por el Caribe, y después las organizaciones criminales hicieron el tránsito a la cocaína. La guerra ha buscado reducir a toda costa la oferta, con la premisa de que si no hay drogas no habría consumidores, pero lo que ha venido ocurriendo es un crecimiento desmesurado en la producción, venta y consumo. En el único ámbito donde se puede medir la eficacia de la guerra contra las drogas es en el mercado, y este no se detiene en ningún lugar del mundo: alrededor de 284 millones de personas de entre 15 y 64 años consumieron drogas en 2020, un aumento del 26% respecto del 2010, según el Informe Mundial sobre las Drogas de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) (El País, 2009 – 2022).
La guerra contra las drogas, en vez de disminuir su impacto, ha crecido horizontalmente, potenciado 3 nuevos y peligrosos escenarios (entre muchos más escenarios): (1) la conquista y expansión de nuevos mercados de drogas, (2) el aumento en el numero de víctimas y muertos debido a la disputa entre carteles por la conquista de los territorios y (3) la tecnificación del producto, permitiendo llegar a nuevos segmentos poblacionales (entre ellos, niños y jóvenes). Este último escenario, la tecnificación de la droga, es sumamente inquietante, especialmente, por la potencia (los efectos) que tienen las drogas sintéticas y, porque cada vez, son más y más jóvenes (directamente, menores de edad) los que se sumergen en ellas, atrapados por redes de distribuidores y traficantes que han encontrado en este segmento población una mina de oro que consolida el consumo y su venta.
Desde hace varios años, los gobiernos del mundo han construido estrategias buscado frenar el impacto del crecimiento de la distribución de la droga. Uno de ellos, quizá de los más potentes, tienen que ver con la consolidación de procesos educativos que tiene como fin transformar los imaginarios que (aún) persisten sobre las drogas, imaginarios que potencian el concepto de criminalización y castigo contra consumidores de drogas, dejando de lado los impactos que el uso (y abuso) tienen en la población consumidora.
En el departamento de Santander existen programas de salud mental que, desde lo teórico, promueven el autocuidado y la prevención del uso de sustancias alucinógenas. Desde lo práctico, la realidad es distinta, puesto que no existen ni realizan un verdadero trabajo. Ejemplo de ello, es la no existencia de apoyos y/o programas entre las dimensiones de salud y educación orientadas a la prevención y disminución del uso de drogas alucinógenas entre menores, lo cual es una falencia titánica que, si lograra ser implementada, permitiría salvar la vida de cientos de menores atrapados por culpa de la droga y la desinformación. Es decir, la no existencia de procesos que, desde lo educativo, promuevan información sobre las consecuencias del uso de drogas sintéticas dirigida a menores, permite que cada día sean arrastrados a un abismo del que difícilmente podrán escalar y salir sin el acompañamiento psicosocial que los casos requieran.
El fracaso de la guerra contra las drogas continúa permeando a los más vulnerables, y es por ello que se requiere, de manera urgente, nuevas y más potentes estrategias, entre ellas, la implementación de acciones preventivas que, desde lo educativo, permitirían acabar con algunos de los infernales ciclos a los que muchos menores de edad, con el pasar de los días, quedan atrapados, indefinidamente.
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*Estudiante de maestría en derechos humanos y gestión de la transición del posconflicto de la escuela superior de administración pública – ESAP Seccional Santander.
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