Por: Pablo Arteaga / El Complejo de Refinación y Petroquímica, conocido como la Refinería, solo es motivo de interés entre el grueso de la población, cuando una o todas sus teas, empiezan a lanzar al cielo gruesas y continuas columnas de humo que anuncian la existencia de una severa anomalía. Basta con que las mismas desaparezcan por las acciones de control realizadas para que de nuevo el olvido sea la actitud no solo de la población en general y de las autoridades en particular.
El que durante años esas teas estén las 24 horas del día encendidas, lanzando sus gases como residuos del proceso de transformación del oro negro, es solo un asunto de interés de algún funcionario de la Secretaría de Hacienda que tiene por costumbre mirar por la ventana a ver si están prendidas pues es la señal de que aún podrá llegar plata a las arcas del municipio por el pago del impuesto de Industria y Comercio.
Hoy por hoy ya existen ambientalistas, líderes comunitarios y profesionales de la salud que llaman la atención sobre esta peligrosa variable de contaminación. Sin embargo, sus voces no son atendidas. Se quedan, como podría quedarse esta opinión, en el cesto de las cosas de poca importancia, lo que es lamentable y refleja el grado de peligroso desinterés que existe en torno al activo más valioso no solo de la ciudad sino del país entero.
Tanto así que desde sus inicios se ha dedicado una fuerza militar especial ya de la policía, ya del ejército o de las agencias de seguridad para cuidarla y defenderla. En torno a ella surgen múltiples posibilidades de contratación, ya de mano de obra, prestación de servicios, ventas, mantenimiento o construcción. Su vitalidad ha sostenido por décadas la vida económica e institucional de la ciudad. Solo hasta hace pocos años se planteó un vigoroso interés por su modernización que se vio reflejado en la realización de la gran manifestación del 17 de mayo del 2017.
Lamentablemente no prosperó en los impactos requeridos pues los intereses de su máximo impulsor, el alcalde la ciudad, eran más de tipo personal y político que ciudadano. Fue una gran frustración.
La falta de una política pública en torno al manejo de los recursos fiscales generados por la industria petroquímica, así como la ausencia de una política ambiental derivado de la misma, han sido y son falencias poderosas que no dan más espera. Hay evidencias denunciadas de una continua actitud de elusión de impuestos municipales por parte no solo de la estatal petrolera sino de sus subsidiarias y de grandes y medianas empresas que tienen relaciones comerciales con ella.
Hay también serias denuncias de la alteración del medio ambiente aéreo y acuático que ponen en peligro no solo la salud pública sino las especies de la poderosa red acuífera de la ciudad y la región.
A quienes corresponde por su rol atender tal situación, funcionarios públicos y corporados no les pellizca tal problemática. No hace parte de su agenda. Tiene una actitud parasitaria no proactiva. Y eso les gusta los directivos de la petrolera, No tienen que pagar costos de ley acordes al tamaño de la acción. Saben que basta cumplir lo mínimo y llevar los encargados de velar por los intereses de la municipalidad con algunas baratijas y prebendas. Se tranzan por cualquier detallito. No están a la altura de los requerimientos de hacer de la ciudad un buen vividero ni de las obligaciones éticas y legales que les impone el cargo.
Al poner este tema en escena se busca abrir una diálogo que desemboque en acciones ciudadanas de cambio que contribuyan en primer lugar a abrir una agenda con las partes involucradas con una temática que supere lo que en algún momento se llamó el Gran Acuerdo Social y de otra parte que permita definir líneas de acción en el plano de inversión pactas por todas las fuerzas vivas de la ciudad en un horizonte de tiempo que supera el simple período de un Alcalde.
Hay que evitar morir asfixiados por la falta de oportunidades y esperanza. Se trata de no permitir que el humero de la refinería no nos lleve a perder una nueva perspectiva.
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