Lo de neoliberal es un cliché que carece de sentido, pero la crítica a la tecnocracia merece un comentario: ser “técnico” o “tecnócrata” implica haber estudiado los asuntos de política pública a profundidad y aplicar las mejores herramientas para el diagnóstico y diseño de políticas.
Por: Javier Quintero Rodríguez/ A propósito de ideologías, perfiles y candidatos para las elecciones regionales de Colombia, el próximo 29 de octubre, el más reciente expresidente de la Cámara de Representantes, el filósofo David Racero plantea una curiosa disyuntiva a partir de un comentario de un candidato a la Alcaldía de Bogotá quien promete una “gerencia” como estilo de gobierno, a lo que el representante, en prosa extensa, reacciona y explica por qué no es esta la necesidad del pueblo.
Racero considera que hablar de gerencia es “cool, de emprendedores visionarios” pero que esto es “todo lo contrario a lo que significa el servicio público”. Continúa explicando que, según él, la empresa privada tiene un solo objetivo: “hacer crecer lo que más se pueda la utilidad bajo la fórmula de aumentar los ingresos y reducir los costos”, una muy documentada conclusión. Así mismo, nos explica que como un Estado Social de Derecho no tiene ese objetivo, sino garantizar los derechos contemplados en la Constitución, la consecuencia es convertirse un Estado fallido. Es decir, el representante deduce que los gerentes, provenientes de una “tecnocracia neoliberal” nos llevan a Estados fallidos en los que el gobernante, al desviar su prioridad desde la garantía de derechos hacia la infamia de gerenciar, “utilizará el Estado para beneficiar a minorías y no a mayorías”.
Como primera medida, Racero confunde el alcance de un alcalde con el de un jefe de Estado, por más que se trate de una capital. Las ciudades no son pequeños Estados que puedan “fallar” sino que están inmersas en una estructura organizacional que obedece a regiones y naciones que determinan los elementos fundamentales de una sociedad. Por esto, las ciudades necesitan menos discursos ideológicos y más administradores eficaces.
El emprendimiento, demonizado y presentado como una falla de la sociedad que requiere de corrección, es por el contrario una virtud, un valor que debe promoverse tanto en el sector privado como público. Los emprendedores son inquietos y dinámicos, buscan constantemente soluciones a los problemas y para esto generan ideas, estructuran proyectos y los gestionan sin descanso hasta que logran su objetivo. Los emprendedores de lo público logran, por ejemplo, construcciones de vías y grandes obras de infraestructura para la salud y educación, transporte, servicios públicos y saneamiento básico.
La búsqueda de utilidades proveniente de una visión empresarial no solo es perfectamente aplicable a la administración pública, sino que es indispensable, especialmente en el manejo de las finanzas. La generación de ingresos, en este caso fiscales, debe ser el resultado de una economía boyante y los gastos deben ser controlados, en especial los relacionados con la burocracia, de tendencias siempre crecientes. Cuando una ciudad aumenta sus “utilidades” (superávit), estas generalmente vienen acompañadas de prosperidad económica y mayores recursos para el gasto social. Y cuando ocurre crecimiento, desarrollo y gasto social focalizado, de ninguna manera se puede afirmar que se “beneficia a una minoría”, lo cual puede pasar por razones muy distintas, generalmente asociadas a la corrupción.
Lo de neoliberal es un cliché que carece de sentido, pero la crítica a la tecnocracia merece un comentario: ser “técnico” o “tecnócrata” implica haber estudiado los asuntos de política pública a profundidad y aplicar las mejores herramientas para el diagnóstico y diseño de políticas. Para gobernar no es indispensable ser tecnócrata, pero rodearse de estos mitigará el riesgo de caer en la improvisación y la ejecución desenfocada.
Al contrario de lo planteado por Racero, la probabilidad de que se garanticen los derechos es mucho más alta cuando se aplican las mejores herramientas de política pública, cuando el liderazgo contiene un espíritu emprendedor que administra responsablemente los recursos públicos y los optimiza. Un buen gerente se rodea de un equipo altamente competente, tiene pensamiento estratégico, trabaja basado en datos, usa metodologías para diagnosticar los problemas y desarrolla sus soluciones con planes, cronogramas y presupuestos. Ningún favor se le hace al servicio público al pretender que sus líderes carezcan de estas aptitudes.
El Representante podría buscar mejores argumentos para justificar al candidato de su partido que, por cierto, como gerente o empresario ha sido principalmente un acreedor incumplido. No sugiero votar necesariamente por cualquier aspirante que promulgue un estilo gerencial de gobierno, pero de ninguna manera aconsejaría descartarlo por esa razón. El rótulo autoimpuesto deberá ser avalado por su perfil, experiencia y equipo que lo rodeen, además de la coherencia de su plan de gobierno con las necesidades de la urbe que pretenda administrar.
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*Economista, MBA.
Twitter: @javierquinteror