Por: Diego Ruiz Thorrens/ La historia es la siguiente: en días pasados comenzaron a aparecer en redes sociales diversos relatos de víctimas de violencia, agresión y acoso sexual callejero. Las víctimas son en su mayoría, mujeres de la ciudad de Bucaramanga y en número reducido, mujeres de otros municipios del departamento de Santander. En las denuncias las víctimas relataban los hechos ocurridos, brindando también una descripción de los agresores. En la mayoría de las denuncias los agresores eran hombres anónimos, pero no en todos los casos. Casi la totalidad de las víctimas denunciaron la agresión ante los comandos de acción inmediata (CAI). Desafortunadamente, los agresores, hasta el momento presente, siguen sin ser identificados por la policía.
Uno de estos relatos provino de una joven periodista reconocida en la ciudad de Bucaramanga, quien valientemente, denunció ser víctima de acoso sexual callejero en días pasados (mes de junio) mientras se encontraba paseando a su mascota cerca a su lugar de residencia.
La periodista, en un ejercicio en redes sociales, realizó todo un relato del asalto, contando los pormenores de la tenebrosa y horrible experiencia. Posteriormente a la denuncia escrita, la periodista realizó un vídeo relatando una vez más su historia, adhiriendo detalles que pasó por alto en su primer testimonio (el documento escrito), y que ahora mucho más tranquila, vislumbraba de aquella pavorosa situación. En los comentarios del vídeo, muchas personas manifestaron consternación, preocupación y repudio por lo ocurrido. El vídeo es un testimonio difícil de ver, de oír, bastante fuerte y conmovedor. Contar dos veces la misma historia no es para nada sencillo.
En este, la joven comunicadora social (quien confieso y admito que es una mujer sumamente valiente), realiza un ejercicio que, para todos y todas aquellas personas que han sufrido la ira y violencia de una agresión por acoso sexual, no dejan de ser sencilla: tomando distancia de lo ocurrido como persona agredida, consigue traducir, como la excelente profesional en periodismo que es, una experiencia que ningún niño, niña, adolescente, mujer o adulta mayor debería vivir. Este es un acto potente, sorprendente, que ofrece la posibilidad de entender la violencia que viven día a día miles de mujeres, traducido a un lenguaje que ayuda a comprender la violencia en sí, creando empatía ante la víctima y repudio ante un acto que es denigrante.
Relatar una experiencia de acoso, agresión y/o violencia sexual nunca es sencillo. La desconfianza en la institucionalidad pública es lógica para estos casos, principalmente porque estas tienden a revictimizar a la persona agredida, culpándolas por lo ocurrido.
Cuando una mujer o cualquier persona es víctima de agresión, acoso o violencia sexual, debemos insistir en “escuchar a la víctima” y no solo como un mero acto de ‘escucha’. Hay que hacerlo prestando toda la atención y disposición hacia la persona que ha sido agredida. Hay que comprender su dolor, no juzgar la situación que acaba de vivir y brindar empatía por el impacto y las heridas que emocionalmente y psicológicamente imprimen en la victima una agresión sexual.
Hacer pública una denuncia puede motivar a que decenas de cientos de personas también denuncien y rompan con la cultura del terror y del miedo, lo cual es sumamente vital e importante.
Sin embargo, también existe el riesgo, al develar la violencia y hacerla visible, de exacerbar sectores que tienden a burlarse del dolor de la víctima, cuestionando la experiencia, buscando anular a la mujer. Es aquí, donde quiero manifestar mi mayor sentimiento de rabia, fastidio y hasta frustración al divisar (y reafirmar) que el ciclo de la violencia, los nuevos agresores, suelen ser personas con las que la víctima ha interactuado o compartido, ya sea desde un dialogo, una opinión o una actividad conjunta. Muchos de estos nuevos agresores pertenecen al círculo personal, hasta familiar y profesional, de las víctimas.
Me explico: las víctimas también han visibilizado y compartido las agresiones a las que nuevamente son sometidas por el hecho de compartir sus historias. Revictimización. Tristemente, como mencioné, provienen de hombres que se sienten con la autoridad moral para juzgarlas por lo ocurrido, burlándose y minimizando su impacto. Esto es terriblemente molesto y frustrante.
A estos señores yo les preguntaría: Qué carajos tiene de divertido decirle a la víctima ‘¿pero por qué no disfrutó la situación?’, o ‘ahí falta algo en el relato’, o ‘¿No será que usted lo provocó’? ¿A quién carajos se le pasa por la cabeza imaginar que una mujer desea ser ‘cortejada’ por medio de una agresión?
Para que los señores entiendan: Muchos hombres que han sido víctimas de violencia sexual quedan paralizados ante la agresión. Este es el tipo de experiencia que puede tomar a cualquier persona sin defensas, invalidando por completo nuestra capacidad de pensar, sentir o actuar de forma rápida.
En el caso de miles de millones de mujeres sucede exactamente lo mismo, aunque con variables aún más preocupantes: las posibles maniobras que ayuden a la víctima a zafarse de la agresión pueden ser reducidas cuando el agresor amenaza con lastimar su integridad física. También, debemos entender que ningún hombre o mujer están preparados para reaccionar ante este tipo de agresión. De por sí, ante ningún tipo de agresión, lo cual debería cuestionarnos como sociedad.
Quizá por esto en los últimos tiempos escuchamos sobre la necesidad de brindar herramientas de “autoprotección” a las mujeres, al igual que las otras víctimas de este flagelo, como son los niños, niñas y adolescentes. Sin embargo, pienso que las principales herramientas de protección siguen siendo la educación de la mano de la transformación social, enseñando a todos los varones a que el cuerpo de la mujer no es propiedad de nadie, sino de ella misma.
Para todas las compañeras, amigas y conocidas que han denunciado en los últimos días quiero decirles: yo les creo. A cada una. Cada relato.
A los señores, potenciales agresores: no les diré “pónganse en los zapatos de ellas” porque ahora comprendo que para muchos esto no sirve de nada mientras exista el machismo, la arrogancia y la violencia. El agresor nunca sentirá empatía ante su víctima, lo cual imposibilitará siquiera llenar los espacios de los zapatos de ellas.
Señores, ¿qué diablos les pasa? Aprendan a escuchar y crear empatía con las víctimas de violencia, agresión o acoso sexual, callejero, intramural, intrafamiliar entre otros. Este puede ser el primer paso para transformar la realidad de miles de mujeres que callan para no morir, y la realidad de la institucionalidad pública, que está conformada en muchos casos por hombres, quienes están encargados de recepcionar este tipo de denuncias y que, gracias a los prejuicios, quedan sepultadas en un folder o una gaveta.
* Estudiante de Maestría en derechos humanos y gestión de la transición del posconflicto de la Escuela Superior de Administración Pública. Director de la Corporación Conpázes – Proyecto Santander Vihda.
Twitter: @Diego10T