Por: Óscar Prada/ Como el máximo influencer del catolicismo, o como un poderoso jefe de Estado; los pasos del fallecido papa son interpretados después de sus días.
Representando la fe a través de la cabeza de una institución humana como la Iglesia Católica, encarnó muchas de las contrariedades irreconciliables de la sociedad.
Entre ellas, posturas como el acogimiento al seno de la iglesia hacia las personas divorciadas o con orientaciones sexuales diversas; contrastaron con el reproche público de la pederastia dentro de la institución.
Al igual, y de forma determinante en cuanto al despojo del boato y rituales ostentosos, fueron de los cambios más palpables de su papado. La austeridad mezclada con tintes irreverentes de progresismo tímido, lo desmarcó notoriamente de la tradición pontificia.
Esa austeridad se hizo tangible al desprenderse del suntuoso Palacio Apostólico para vivir en la modesta Casa Santa Marta. Al igual que ordenar a sus ministros a “oler a oveja”, haciendo referencia al desprendimiento de lo material, evocando los pasos de San Francisco de Asís.
Más que logros políticos, Francisco conquistó con su carisma y tono renovador los corazones de sus feligreses, como de los no creyentes. Él no pedía creer en Dios; sino enarbolaba la búsqueda del camino para ser mejor persona.
Como un mosaico de contrariedades, fue una chispa incómoda de modernidad y cuestionamiento, en medio de una opaca institución milenaria reacia al cambio.
El iniciador de que las cosas pueden redefinirse, con mensajes fáciles de entender, pero con profundidad de contenido, era la mezcla adecuada entre contundencia y sencillez.
Esa fue quizás su mayor victoria; el desmarcar su mensaje del rito abstracto para compartirlo de forma fácil y masiva. Una ventaja otorgada por las redes sociales sin duda.
Para muchos, un jerarca de cosmética; es decir, osado en sus declaraciones, pero con poco peso al no cambiar sustancialmente la dinámica de la Iglesia Católica. Para otros, un líder que redefinió la fe en las realidades sociales del hoy.
Una de sus frases más profundas fue en 2018, tras el escándalo de abusos en Chile al decir: “La iglesia ha fallado, yo he fallado”. Francisco admitió el horror enquistado de la pederastia; ordenando investigaciones y creando un sínodo como medida de no repetición; sin embargo, desmontar una maquinaria de siglos requiere más que mensajes de condolencia.
No obstante, Francisco impulsó cambios sustanciales como el abandono de la inquisición moderna, a través del juzgamiento de las conductas humanas desde la mirada del pecado. En su lugar adoptó la postura misericordiosa resumida en su frase célebre: “¿Quién soy yo para juzgar?”
Enseñó a sus sucesores que el encarnar la autoridad de la iglesia, no necesariamente es sinónimo de hostilidad y reproche, sino de amor y compasión como arma que ablanda los corazones.
Definir en una sola pieza al protagonista de este escrito, es imposible; las dimensiones y el alcance de sus ideas son tendencia y cobran fuerza póstuma.
Y mientras el mundo sigue girando, con sus crisis y sus esperanzas, su figura permanece como un eco. No como un ente inmaculado, sino como un hombre que, con sencillez y fe, intentó reconciliar lo divino y lo humano. Simplemente Francisco.
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*Estudiante de Derecho
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