Por: Fray Andrés Julián Herrera Porras, O.P/ El mes anterior, en medio de este mundo que parece estar en caos, sentí mucha desesperanza. Era complejo ver cómo el fenómeno del Niño hacía estragos en nuestro país y el no poder hacer nada, sumado a sentimientos de impotencia, tristeza y rabia, me hacía preguntarme constantemente por el fin.
A pesar de todo ese horizonte en llamas, se me dio la oportunidad de asumir una cátedra en la Facultad de Derecho en la Universidad Santo Tomás aquí en Bogotá; las clases iniciaron el pasado lunes 5 de febrero de 2024. Soy profesor de Analítica, una asignatura que busca enseñar a los futuros abogados algo de teoría jurídica y fundamentos para mejorar su capacidad argumental y promover su pensamiento crítico y humanista.
Crear el plan de trabajo, pensar en la dinamicidad que quiero darle a cada clase, conocer a los estudiantes y su mirada esperanzada —propia de quien está iniciando una carrera universitaria—, me llevó a ver en ellos una luz en medio de aquella oscuridad que venía opacando el panorama desde final de enero.
Siempre había querido asumir como profesor universitario, si bien había tenido algunas experiencias, nunca había sido el directo responsable de una cátedra. “Intento ser el profesor que quisiera haber tenido” decía José Luis Arias, un gran amigo, mi profesor de derecho constitucional. Aún no sé si yo quiero ser el profesor que quise tener, o si quiero ser el profesor que los estudiantes merecen tener.
El transcurrir del tiempo nos da experiencias, nos enseña cosas. Sin embargo, con los cambios generacionales también pueden venir las comparaciones y, en la medida en que se tiene un cierto “poder” sobre las generaciones que vienen en camino, también se puede incurrir en el gran error de juzgarlas por no ser iguales a las predecesoras, olvidando la responsabilidad que se tiene de legar lo bueno y advertir los errores cometidos con la esperanza de que no sean repetidos.
Escribo estas líneas con una cierta sorpresa de mí mismo, aún no puedo decir que conozca bien a cada uno de los estudiantes, ni siquiera sé si serán responsables con el camino que les he propuesto transitar en este semestre. Empero, el contacto de nuestras dos primeras clases y la posibilidad de construir junto con ellos me llenó de esperanza, esa que parece escasear en todos lados.
Ya decía Estanislao Zuleta en su Elogio de la dificultad que, a pesar del pesimismo de nuestra época, “se sigue desarrollando el pensamiento histórico, el psicoanálisis, la antropología, el marxismo, el arte, la literatura”. El filósofo colombiano veía cómo en medio de la dificultad era el pensamiento el que podía salvarnos. Yo creo en ello, serán la academia y las artes las que nos puedan brindar algo de esperanza.
Hacer de la academia un espacio para la esperanza implica que esta no se convierta en una mera espectadora de los acontecimientos históricos, pero que tampoco caiga en las dinámicas neoliberales de estudiar solo para enriquecerse. Estudiar en un país donde la educación es más un privilegio que un derecho debe llevar a quienes pueden hacerlo a preocuparse por los más vulnerables.
Los estudiantes están llamados, al igual que en todos los momentos complejos de la historia, a ser agentes transformadores de su entorno. La academia debe volver a Freire, a Sedano, y a tantos otros que se han preocupado por construir una academia al servicio de la transformación de los entornos locales, una academia liberada y liberadora.
Es tiempo de que los docentes comprendamos y ayudemos a los estudiantes a tomar conciencia de que, tal vez no cambiaremos el mundo, pero que, seguramente, sí podemos transformar muchos mundos, tantos como personas podamos acompañar por el camino.
Apuntaciones:
- No, señor presidente Petro, su misión es gobernar, no preocuparse directamente por su futuro predecesor. Efectivamente, usted representa un cambio en el gobierno, pero lo único que puede hacer para que el cambio se mantenga en el tiempo es terminar bien su periodo, demostrarles a sus votantes que realmente es el gobierno del cambio.
- Desde esta columna le envío un abrazo de solidaridad a la querida Carolina Sanín; la gran Dalia tuvo la mejor vida posible, quizá ya esté de regreso en París.
- El derecho de protesta siempre debe ser respetado. Empero, nada justifica la acción del pasado 8 de febrero de 2024 en la CSJ, ni siquiera la inoperancia en la elección de la futura nueva fiscal general.
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*Abogado. Estudiante de la licenciatura en Filosofía y Letras. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
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