Por: Julián Silva Cala/ El Gobierno de Iván Duque está proponiéndole al país el embeleco de la guerra como trayectoria necesaria para el desarrollo y los medios parecen estar haciendo eco de su propuesta. De hecho no ha propuesto sólo una guerra, como podría proponer un gobernante belicoso promedio que enarbola banderas de “mano dura” como estrategia necesaria para el desarrollo. Nos está invitando sin pudor a desatar tres guerras simultáneas: una contra las drogas que se librará ahora en terreno urbano a discreción de la Policía, otra contra Venezuela que presumiblemente se vivirá con mayor intensidad en la zona fronteriza y nuestra propia guerra interna, casi eterna, que se relaciona con las otras dos y afecta desproporcionadamente a campesinos pobres, civiles en la lógica del conflicto armado interno, en las regiones periféricas del país.
No cabe duda que en campaña los tres temas subyacentes en cada escenario resultan de interés para el público, cuando los candidatos compiten por ver quién es el mejor y en demasiadas ocasiones resulta atractiva la posición del “más fuerte”. Desde luego nadie sensato puede querer que sus hijos se pierdan en el mundo de las drogas; tampoco que la dictadura venezolana se prolongue y mucho menos que las guerrillas sigan haciendo parte de nuestro paisaje nacional indefinidamente. A la inversa, todos concurriríamos a los anhelos de una sociedad que garantice el derecho la salud, que se preocupe por la salud mental de sus miembros y priorice la prevención de enfermedades. Todos aplaudiríamos la celebración de elecciones transparentes en el vecino país y respaldaríamos un proceso democrático que logre canalizar el descontento del pueblo venezolano y unas mínimas garantías institucionales como el equilibrio de poderes. Así mismo queremos para nuestro país un orden social más justo, respetuoso de las reglas de juego e incluyente la arena política, un arreglo que le dé voz a tan variada gama de expresiones sociales y celebre la vida y la palabra. Eso es la paz.
El problema no radica entonces en los objetivos que nos podemos trazar como sociedad, sino en la forma de aproximarse a cada uno de estos grandes problemas y en las alternativas propuestas para encontrar salidas viables. Curiosamente en los tres casos el discurso oficial, ya sea de boca del presidente o de su bancada en el Congreso, apunta hacia la violencia como solución. Para el “problema de las drogas” ha propuesto la criminalización del consumo, desconocido la sólida jurisprudencia en la materia y a partir de mañana autorizado el decomiso de la dosis mínima y su respectiva sanción pecuniaria para el infractor. En la práctica es una declaratoria de guerra urbana que enfrentará a humildes policías y con humildes jóvenes en cada uno de los municipios del país. Difícilmente resolverá el problema pero seguramente producirá miles de capturas, multas y resultados operaciones “positivos” para la fuerza pública que le servirán al gobernante como victorias tempranas para mostrar a las cámaras.
Frente al “problema de Venezuela” en lugar de destinar recursos significativos para atender lo que a todas luces constituye una crisis humanitaria de grandes proporciones, una verdadera tragedia internacional, ha propuesto incrementar el presupuesto nacional en $3.5 billones para completar la bicoca de $36 billones y así supuestamente disuadir a Maduro de cualquier mal pensamiento. Le recomendaríamos respetuosamente al señor presidente un recorrido terrestre entre Bogotá y Cúcuta para que apreciara de primera mano cuáles son las verdaderas necesidades de los venezolanos que huyen de su país con el dolor de patria a cuestas. Difícilmente la compra de escudos antiaéreos, aviones, tanques o fusiles va a resolver la dramática situación de los millones de migrantes, antes bien podría agravarla.
Y qué decir de la anhelada paz y el posconflicto colombiano, hoy condenados a morir agónicamente, sin presupuesto ni voluntad política para cumplir los compromisos adquiridos por el Estado ante sus propios ciudadanos, que depusieron las armas bajo la promesa de un futuro mejor, ante el mundo, que respaldó moralmente el proceso y aportó valiosos recursos para posibilitar el sueño. Cerrar los caminos del diálogo con el ELN, aumentar el gasto en defensa y no destinar recursos para atender las necesidades de la población víctima del conflicto armado y todo el andamiaje institucional que comprende el posconflicto son la mejor manera de hacer trizas los acuerdos de La Habana, soterradamente. Como lo prometieron en campaña. Y los colombianos ahí, engañados, una vez más.
Twitter: @JulianSilvaCala
