Por: Gustavo Ortiz/ De esta estudiante solo puedo decir que es la economista más agradable que he conocido en Quinta Estrella, le había agendado esta clase del hacer poético, a si que inicio. Muchos se bautizan poetas por imprimir versos, eso solo lo puede hacer el canon lector. Por ende el tiempo. Así quien no ha editado, jamás se puede buscar un rol de escritor.
Otra cosa es hacer textos poéticos a la pareja o a la familia, hay un otro, un lector. Regreso a mis noches de 1996, en la cafetería de Mélida, en la carrera 7 con calle 46 por Bogotá, cuando en mis tertulias con un profesor de análisis del discurso, conocimos a una comunicadora de la Javeriana, muy intertextual en saberes que saltaba de su pasión por el cine hasta las intimidades de la publicidad, Isanella Contreras.
Algún día pensé en hacerle un poema, me cautivó su espíritu pero el elíxir fue que me enseñó que la intertextualidad de imágenes y significados construye la emoción de la memoria, de allí la catarsis del poema. Ella que es como mi hermana eterna, rola guajira, si es muy hermosa, es hermana de una virreina del reinado de este platanal, si no me equivoco del 93.
Dos detalles, intertextualidad y reescritura. La intertextualidad es la mezcla de discursos que hacen un discurso que es nuevo a interpretar. En una tarde por la cafetería de Sociología UN, un camaján vigilante de dos metros me presentó a un joven estudioso de la literatura comparada, un guitarrista de los cafetines del barrio Galerías cantando a Cerati y sacando su hilo propio de letras.
Con Francisco Pineda, recorrimos esos años entre eventos de literatura, cine, uno que otro mitin y allí con este amigo de profesión aprendimos que solo somos maneras de hablar. Por tanto, un poema no es un ejercicio subjetivo, del autor, tomamos de la realidad que vivimos para acuñar nuestras emociones. O sea, intertextualidad. Respetando esto, la otra mitad del poema, la hace el (la) lector(a) elegido(a). Solo somos lectores de contexto, dice por ahí en radio Carolina Sanín.
Reescritura. Unas líneas recién digitadas merecen reescritura y guardarse en la nevera. Para mi tercer libro toqué al alma de una barranquillera hecha de retazos de cielo, lectura protegida de jóvenes canónicos como William Ospina o Álvaro Mutis y a pesar que nuestras carreras nos habían fortalecido el discurso, me ordenó ciertas reescrituras. Había ganado el respeto de una crítica literaria de un peso inmenso en el extranjero. Reescribir siempre muestra un afecto más intenso para ese lector del corazón, bella Cristina. Mover una o dos palabras, potencia la expresividad del enunciado. Es creíble y agrada el alma del escribiente cuando lo realiza. Ja, me recuerda este tono mi artículo anterior.
Puedo decir que he leído a Lauren Mendinueta -mi compiladora prologuista- y como crítico lector de su obra desde siempre, leo de más y debo callar redactando con otras palabras de crítico y esta reseña pasa a ser reseña y una carta personal a la poeta a la vez. Eso se llama lectura inferencial.
Este poemario, Libre en la jaula, nacido en este diciembre de pandemia 2020 es un duelo con una vida pasada, con un habitante que se perdió de su lenguaje pero la poesía regresa como una ola a su ahora natal “Lisboa”. Y se vuelve a posar sobre sus hombres como una poética de detalles – pájaros, moscas – para no hablar de los asuntos “objetivos”.
A pesar de su mala memoria y esa voz como vocación suspendida a la que no renuncia, ahora es directa sin entrar en la delicia semántica de la exigencia interpretativa, pero buena exigencia concatenar este libro con sus pasadas obras poéticas. Leer a esta poeta no es fácil, sabe amar el lenguaje.
“Hay un poema de amor que quiero escribir
para celebrar tu espléndida compañía,
un poema como mar, como bosque, como acantilado,
Un poema isla única en el que jamás nos separamos”
Hay textos con un desvelamiento tan fuerte, un rescatamiento pragmático de la felicidad mítica que dan los instantes, ejercicio fundamental no solo del poema sino del vivir en el ejercicio poético; hoy recuerdo los pasillos de Corferias cuando la vi por vez primera y a pesar de yo ser alto de estatura sentí que ver una especie de sol mujer me hizo un simple espectador de la inmensidad de un lenguaje, así recuerdo a Lauren, quien ha sido la incógnita más macondiana cuando vivía por Fundación, Magdalena.
“Tú, que mirabas hacia las colinas,
no viste mis lágrimas encendiendo las primeras lámparas”.
Hagamos un ejercicio de clase, las lágrimas mojan -literalidad, aquí encienden -inferencialidad. La creadora hace nuevas palabras, potencia su realidad poética que pasa a ser su realidad cotidiana que en aquellos seres como ella, yo también caigo allí, es la única forma de vida: Objetiva, crítica y artística. Poetas literales a ultranza, dejan muchas dudas, solo son mensajeros y de eso abunda en la región.
¿Qué vale en la vida de un poeta? Nada material es tangible en éste (a) y de verdad el poema que me causa una poiesis lectora, catarsis y escalofrío, es Lo que en verdad pesa en la página 34.
“Ahora lo sé: estoy vida porque resistí.
Escribo poesía para acostumbrarme a vivir.”
Acotación. Aprendí a tropezar entre libros gracias al arquitecto Fabio Antonio Agudelo y sus viajes recurrentes a Tres Culturas. Fue como mi primer padre que tuve.
*Profesional en Estudios Literarios Universidad Nacional de Colombia.
Twitter: @estacionpoetas
Correo: geortizc@unal.edu.co
“A la cacería de una imagen crítica” (Lslq)