Por: Carlos Monroy/ De acuerdo con Albert Einstein, “locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”. Pese algunos tímidos intentos de negociaciones fallidas con la guerrilla de las FARC-EP y el ELN, en Colombia los Gobiernos ensayaron por más de cincuenta años la intensificación de la violencia como forma para resolver el conflicto armado, ha sido casi una política de estado la aplicación de la conocida Pax Romana, donde el Imperio Romano pacificaba las regiones en conflicto eliminando al enemigo a través del uso de la fuerza.
Esta locura que ha sido el imperativo durante estas últimas cinco décadas sin lograr resultados positivos, priorizando la inversión en defensa y sacrificando la educación y la salud, parece sucumbir ante un asomo de lucidez por parte del Gobierno saliente, quien se jugó todo su capital político reconociendo el conflicto armado en Colombia y poniendo todo su gabinete a trabajar para la consecución de una paz negociada ensayando con el diálogo.
Una paz que por grandes motivos de conveniencia pública flexibilizó la justicia con sanciones blandas y reconocimiento de derechos políticos para los guerrilleros que se reinsertaron a la vida civil, a cambio de verdad, reparación a las víctimas y compromiso de no repetición, en aras de ponerle fin al conflicto armado y todas sus execrables consecuencias.
Como el mismo Presidente Santos lo reconoció: “La paz acordada es imperfecta”, el proceso llevado a cabo también lo fue; se invirtieron más esfuerzos y tiempo para lograr apoyo internacional que para obtener respaldo nacional y hacer oportunamente pedagogía con la ciudadanía sobre lo pactado, se confió en la errónea idea de que si la mayoría de los representantes del pueblo en el parlamento apoyaban los acuerdos, la mayoría del pueblo también lo haría en la consulta plebiscitaria y en su momento no se tuvo en cuenta las dudas e inquietudes de algunos sectores sociales y de la oposición de derecha, quien pese a ser escuchada con posterioridad a la consulta insistió en su estrategia de desinformar y manipular la opinión pública aprovechando las falencias mencionadas sobre el proceso de paz.
Lo anterior concluyó como sabemos en un resultado desfavorable a los Acuerdos, en un plebiscito que el Presidente Santos no estaba obligado a convocar y que si contribuyó a profundizar la polarización del país y el fortalecimiento político del uribismo quien con el caballito de la pax y el fantasma del castrochavismo logró regresar al poder, generando entre los que apoyamos el Sí mucha tristeza, decepción y preocupación que hicieron tránsito a la incertidumbre en la cual nos encontramos hoy en Colombia sobre el proceso de paz.
El Presidente Electo Iván Duque, a quien de manera directa no se le hizo ninguna crítica sobre corrupción debido a que llega a la Casa de Nariño sin equipaje, es decir sin experiencia para ponerla sobre la mesa de la opinión pública y permitir la formación de un juicio de valor a posteriori, tiene la oportunidad histórica de gobernar por sí mismo y consolidar el proceso de paz como un acto de grandeza con el país, o de permitirle a Álvaro Uribe Vélez gobernar en cuerpo ajeno, algunos analistas internacionales aseguran que una vez el contacto con la suave banda presidencial la experiencia les dice que gobierna quien la recibe como lo ocurrió con Michel Temer en Brasil, Lenin Moreno en Ecuador y Juan Manuel Santos en Colombia, casos en los cuales al parecer la traición se convierte circunstancialmente en una virtud y no en un defecto.
Esperemos que el Presidente Electo Iván Duque no sea un loco más por la pax y actúe como Presiente de todos los colombianos, especialmente de aquellos que hacen parte de la Colombia profunda, de lo contrario enfrentará la presión social y política de quizás la Oposición más grande en la historia de Colombia.
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