Por: Óscar Prada/ Jurídicamente Metrolínea está vivo; sin embargo, estaciones en completo abandono, carencia de rutas y frecuencias, al igual que una aniquilada e insuficiente flota de buses; hacen del sistema un cadáver que empieza a oler mal.
Ni el gobierno nacional, ni la administración local quieren ser ese amigo que ayudaría a esconder un cadáver a otro. El dinero no alcanza, y ninguno quiere aportar un quinto al sistema; ni mucho menos gestionar su liquidación.
Arguyendo su falta de responsabilidad, el Ministerio de Transporte no gestionará el desembolso previsto de 30 mil millones de pesos para Metrolínea. Además, la propuesta de pago de 15 mil millones, de los 400 mil millones de pesos que el sistema adeuda a su principal acreedor; también fracasó.
Los habitantes del área metropolitana de Bucaramanga, sufren el caos y la deficiencia en el servicio de transporte público; exista o no Metrolínea. La administración, no sabe cómo sortear la difícil situación.
Liquidar Metrolínea, implica aceptar el fracaso y repensar el futuro del transporte público en la ciudad. Hoy la administración no ofrece un más allá de una sepultura al sistema; en dicho caso ¿Qué sucedería con los portales y estaciones en ruinas?
De crearse un nuevo ente operador, no garantizaría solución; de todos modos, el recién nacido cargará con las deudas de Metrolínea. Se requiere un plan financiero serio y realista que asuma no solo los pasivos; sino el costo de funcionamiento garantizando a su vez un buen servicio. Nada fácil.
En caso de resucitar el sistema, el mero funcionamiento no asegura su éxito. Es necesario garantizar un servicio eficiente, que desincentive el uso de vehículos particulares y transporte informal; y con ello, mejorar la movilidad en el área metropolitana.
Para que perdure el milagro; se requieren estudios periódicos de tráfico que definan los puntos críticos de movilidad a intervenir, como las estrategias futuras a implementar. Lo anterior para ejecutar con responsabilidad y eficiencia la inversión resucitadora.
Cabe considerar, que sistemas de transporte masivo como el metro de Nueva York o Ciudad de México, son subsidiados en mayor medida por recursos públicos; con el fin de ofrecer un servicio eficiente con tarifas benévolas.
La movilidad debe concebirse como un deber estatal en lugar de un incómodo gasto. En ese orden de ideas, Metrolínea no es la excepción; el sistema requiere financiación pública generosa y continua, para garantizar un funcionamiento eficiente y asequible al público.
El paradigma de la movilidad del área metropolitana ha cambiado. Se requiere un sistema de transporte público que haga frente al difícil panorama. Sea liquidando el actual, creando otro, o resucitándolo; vale decir “que venga el diablo y escoja”.
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*Estudiante de Derecho
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