Por: César Mauricio Olaya/ Hace unos días concluyó el Festival de cine de Santander con la proyección del documental Yo no me llamo Rubén Blades, donde el cantante, músico, compositor y hasta actor de cine panameño, comparte con los espectadores un detrás de cámara de ese Rubén tras las bambalinas de la fama, el ser humano que se despoja de su careta de ídolo para mostrarse como una persona más en su día a día.
El Leitmotiv de la obra cinematográfica en palabras del propio protagonista, busca que a través de los 90 minutos de duración de la película, le pueda entregar a sus seguidores una especie de testamento visual sobre sí mismo, mostrando facetas de su vida contada desde adentro.
Pues bien, usando este principio se me ocurrió hacer lo propio con un tema muy cercano a nuestros afectos, pero sobre el cual hay muchas lecturas, muchas miradas, muchas voces, muchas versiones, pero en muchos casos, mucha información a medias y mil tergiversaciones, no pretendiendo por supuesto, que esta sea la última palabra, pero con la certeza que esta información algo aportará a la causa de descubrir ese Yo No Me Llamo Santurbán.
Empecemos por el principio acotando que Santurbán, de cuyo nombre no existen señales que nos acerquen al porqué de esta nominación, hace parte de esa geografía de vida que corresponde apenas al 2,6% del territorio nacional y que en cifras determina 1 millón 379 mil hectáreas, que constituyen las 36 áreas de páramo en Colombia (hasta la firma de ley de páramos por parte del expresidente Juan Manuel Santos, solo 17 unidades del total gozaban de algún grado de delimitación), subrayando que nuestro país, por otra parte, conserva cerca del 50% del total de estos ecosistemas únicos en el mundo.
Así Santurbán con sus hermanos, entre otros, el de la Sierra Nevada de Santa Marta, Almorzadero, Chingaza, Belmira, Tatamá, Barragán, Sotará, La Cocha, Sumapaz, Guerrero, Igüaque, Yariguíes, Guatinva, La Rusia, Güicán, Jurisdicciones y El Tamá, conforman unos territorios, cuya principal virtud es el ser literalmente fábricas de agua y estructura ambiental de características únicas para centenares de seres vivos.
Cada una de estas unidades, está a su vez, conformada por un conjunto de áreas o microcosmos que suman a los llamados complejos. Santurbán por ejemplo, lo conforman en una extensión total cercana a las 142 mil hectáreas, de las cuales 44 mil pertenecen al Distrito de Manejo Integrado Páramo de Berlín, 14 mil al Parque Natural Regional Santurbán – Salazar de las Palmas, 12 mil al Parque Natural Regional Sisavita y con un aporte bastante menor, el complejo lagunar del Norte que conserva en su territorio más de 40 lagunas.
Hasta aquí, el Yo No Me Llamo Santurbán se ha limitado a definirlo en términos de cifras y extensiones geográficas, por lo que siguiendo el símil escogido, puede decirse que es así como se revela la cara visible, cuantificable, la sustantividad de este espacio vital. Sin embargo, la intención es abrirnos a la esencia, si se quiere, poética de este escenario, que solo cuando se está frente a cualquiera de sus imponentes montañas, los extensos valles de frailejones, la danza de vida de sus riachuelos, la observación de aves que adornan de color sus cielos o la inexplicable sensación de majestuosidad de sus lagunas es cuando ese No Me Llamo adquiere sentido.
Ubiquémonos por ejemplo, frente a uno de estos cerros de negro profundo que enmudecen toda expresión y que los geólogos han clasificado como pertenecientes en su formación a los periodos silúrico, devónico y carbonífero, tres divisiones de la Era Paleozoica, para más señas, cuando el planeta apenas comenzaba a enfriarse y no existían los continentes ¿Hay alguna razón que se oponga a esa genuflexión del alma que evoca el estar frente a estas gigantescas elevaciones terráqueas, manifiesto vivo de nuestro pasado lejano?
Ahora, depositemos en manos de un ornitólogo que, binóculos en mano, llegare a cumplir con su tarea de registrar estos ángeles alados. Seguro nos sorprendería datos como que de las 293 especies de fauna registradas en estos sistemas, 42 corresponden a aves, entre ellas la más grande de las especies aladas del planeta, el cóndor de los Andes, que en Santurbán tiene su espacio de frecuente presencia en la zona llamada Páramo Rico y en los alrededores de la majestuosa laguna Verde de Morronevado.
Y si hasta ahora la veneración es más que evidente ante este regalo de la madre tierra, qué nos quedará por enmarcar entre signos de admiración, cuando tras seguros ingentes esfuerzos escalando las montañas o superando largas travesías, se logre estar cara a cara con una de las 35 lagunas que se distribuyen en su territorio?.
Lagunas vibrantes de color abrigadas entre las montañas, algunas de valor incalculable al ser matriz de ríos que alimentan nuestros acueductos, como por ejemplo la de Monsalve, donde nace el río Suratá o la menor de la triada del complejo de Cunta donde nace el río Vetas y claro, las orladas en el espíritu del observador por su belleza como La Pintada, para mí como fotógrafo de todas ellas, la reina de todo Santurbán.
Para cerrar esta visión desde adentro del corazón palpitante de este páramo insigne de nuestro territorio, qué mejor que sea el rey del páramo, quien despida estas palabras de homenaje. En efecto, por su presencia insigne, por lo que representa en materia de conservante del factor hídrico que traduce en vida, por la variedad de especies registradas, el frailejón es la especie natural que mejor identifica al páramo. De hecho, Colombia es el primer país en número de especies de esta planta, con un número cercano a las 98 especies que varían en su tamaño, cantidad y lamentablemente de fragilidad, puesto que 36 de ellas hoy están categorizadas bajo el grado de amenaza.
Concluido este periplo, si se ha logrado en cualquiera de los lectores el menor de los impactos sobre lo que representa este páramo para Santander y Colombia, podremos pasar la página y ahí si decir con todo orgullo, Yo Me Llamo Santurbán.
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