Por: Fray Andrés Julián Herrera Porras, O.P/ Escribo esta columna desde un lugar majestuoso, rodeado de plantas y aire con poco smog, escribo desde el Monasterio de Santo Ecce−Homo, un bello lugar cerca a Villa de Leyva, donde me encuentro de retiro espiritual y pensando en muchas cosas. Sin embargo, mientras pienso y escribo, arde el país, arde el planeta.
Hace unos días, cuando estaba en Bogotá, presencié toda la catástrofe ambiental que se generó en los cerros orientales —incendios que aún no se controlan en un 100%— y observaba desde la ventana de mi habitación cómo se llenaba de humo la montaña. Me sentía impotente de pensar en la vegetación y en sus habitantes más próximos, especialmente en los más inocentes, en cada uno de los animales que tienen por hogar esos cerros.
Al tiempo, veía por televisión los desastres que ocurrían en mi tierra natal, cómo ardían algunas zonas del Área metropolitana de Bucaramanga y también cómo se consumían los frailejones por los que tanto nos hemos movilizado ante otras amenazas extranjeras. Era el apocalipsis tan anunciado por los ambientalistas y tan negado por los populistas.
Me encuentro sentado en una mesa en Boyacá, empero, el clima le indica a mi cuerpo que no estoy donde digo estar, me encuentro en otra región mucho más cálida, aquí no me atrevería a usar la típica ruana. Lo mismo me pasó hace casi un mes cuando llegué a la casa de mi mamá en Bucaramanga, no me sentía en el clima de la Ciudad Bonita, sino en el de alguna otra población costera. La deforestación, el aumento de la “agroindustria” y el exceso de cemento son algunas de las razones de todo este cambio.
Todo esto me ha llevado a pensar que urge realizar grandes cambios en las prioridades que tenemos como personas, como sociedad, como ciudadanos, como humanidad. Ahora bien, no se trata de un cambio sencillo; por el contrario, es un cambio muy complejo que requiere procesos de escucha, diálogo y conciencia.
Un ejemplo de lo complicado que esto puede llegar a ser lo viví hace poco cuando publiqué un trino con un pequeño mensaje diciendo: “Desde ya debemos empezar a reflexionar en el “después” de esta crisis… ¿cómo reestructurar nuestro país (empezando por las ciudades) de cara a mayor espacio para la vegetación y menor para el asfalto?”. Esto me respondieron vía WhatsApp: “De cara a dejar pensar que la izquierda sirve pa’ una mierda”. ¡El problema no es de izquierdas o derechas! Aquí la verdadera cuestión es de humanidad y compromiso con el planeta y sus habitantes.
La falacia desarrollista que nos impuso la modernidad, siguiendo las ideas del maestro Dussel, nos llevó a pensar que ser “desarrollados” implicaba salir de la oscuridad en que vivía el hombre agrario para llegar a la luz del hombre “civilizado” ¿o quizá “esclavizado”? El resultado es evidente, hemos llegado a ser más “desarrollados” a cambio de una aproximación poco inteligente a nuestra propia extinción.
Los bomberos han afirmado que, “el 95% de los incendios son provocados”; según ellos, dicho porcentaje es producto de malas prácticas humanas. No quiere decir que haya algún tipo de dolo, sino que algunas personas han contribuido a esta emergencia en el país; es un hecho. Nuestra gran “civilización” aún no ha comprendido que con el fuego no se juega.
Van aproximadamente 12 hectáreas de bosque y 300 de páramo quemadas en los cerros de Bogotá y en Santander respectivamente. Según cifras de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo (UNGRD) desde que empezó el fenómeno del niño, en noviembre del año pasado, y hasta el 26 de enero de 2024, van cerca de 7.401 hectáreas quemadas por incendios forestales. Nos urge tomar conciencia de la responsabilidad individual y comunitaria en materia ambiental, con todo lo que implica; urge hacernos cargo de la denominada “Casa Común”.
Debo cerrar esta columna con algo de esperanza, aunque con el panorama pareciera imposible. Ver a los héroes que han arriesgado su vida a lo largo y ancho del país para apagar el fuego; a los voluntarios que han ayudado a los animales; a los niños, jóvenes y adultos que han participado en limpieza de parques y humedales siempre será esperanzador. Ojalá todos podamos contribuir en algo, Colombia está en llamas y aún no sabemos cómo apagarlas.
Apuntaciones
No podemos dejar pasar sin reflexión las declaraciones del señor Aguilar ante la JEP, Santander tiene que seguir depurándose, limpiándose, de ese vergonzoso clan paramilitar que aún hoy sigue con tanto poder en la región.
Si bien es necesaria la crítica al gobierno Petro y también a cada gobierno local frente a la acción o inacción durante este tiempo del fenómeno del niño, también es importante tener presente que los incendios son el resultado de años de inoperancia.
Las declaraciones de Milei no son solamente falsas sino delictivas, afirmar que otra persona ha cometido un delito sin probarlo, atentando contra la dignidad y la honra de quien se acusa. El gobernante argentino incurrió en injuria y calumnia, delitos tipificados tanto en Argentina como en Colombia.
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*Abogado. Estudiante de la licenciatura en Filosofía y Letras. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
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