Por: Fray Andrés Julián Herrera Porras, O.P/ Han sido días de muchas reflexiones, la vida en Colombia parece una distopía constante, un vivir en el mundo al revés. La cantidad de tiroteos y de asaltos por doquier parece sacada de una telenovela barata. No es la primera vez que este país se siente asediado por la violencia —lo esté de verdad o no—.
Varios años atrás, Héctor Abad Faciolince escribió Angosta, allí describe la ciudad así: “Salvo el clima, que es perfecto, todo en Angosta está mal. Podría ser el paraíso, pero se ha convertido en un infierno. Sus habitantes viven en un lugar único y privilegiado, pero no se dan cuenta ni lo dudan”. Se trata de una novela distópica donde se muestran realidades como la violencia, la mafia y otros males que aquejan Angosta y que aquejan también nuestras ciudades, aquellas en las que vivimos, aquellas que, igual que Angosta, podrían ser el paraíso.
Es apenas lógico que a Faciolince como a otros autores, el delito se les vuelva parte de sus narraciones; no existe colombiano vivo que no haya oído al menos un rumor de un delito cometido cerca de su residencia. Creo que lo mismo sucede —es una especie de condena— en toda Latinoamérica, quizá en todo el sur global.
Ahora bien, ¿realmente la seguridad está tan mal como la percepción lo indica? Lo menciono porque es bueno tener en cuenta que no siempre hay correspondencia entre la seguridad real y la sensación de esta. Menos aun cuando los encargados de publicar las noticias responden a intereses de grupos económicos y políticos.
Para referirme al tema debo decir que, aunque en 2023 se presentaron 108 homicidios menos que en 2022, otros delitos, como el de la extorsión, aumentaron. No hubo un cambio sustancial, se trata de una continuidad a diferentes problemáticas que nos aquejan desde años atrás y que ningún gobierno, ni los tradicionales de derecha que gobernaron por cerca de 200 años, ni tampoco el gobierno de izquierda llamado “gobierno del cambio”, han logrado superar. Es decir, la percepción es cierta, somos un país inseguro, —siempre lo hemos sido—
¿Y si en lugar de despilfarrar el erario con escoltas para que los políticos no sufran con los trancones, se usaran las motos de policía para dar paso a las ambulancias? ¿Si dejáramos de pensar que la solución a los problemas de seguridad se da a partir del uso de más violencia —como aquellos que aplauden la idea de tomarse la justicia por mano propia—? ¿Si dejáramos de ver los noticieros tradicionales como si fueran un fiel reflejo de la realidad sin intereses económicos de por medio y observáramos con lupa lo que hay detrás de cada noticia? Tal vez todo sería mejor. Todos tenemos algo que aportar.
Bien narra Enrique Serrano en El día de la partida que “el mundo no marchará bien mientras los sabios se encuentren al servicio de los imbéciles”; es una frase que al traerla a colación podría suponer que me pongo del lado de los sabios. Empero, teniendo en cuenta que tenemos los gobernantes que elegimos, creo que hemos estado, salvo contadas excepciones, del lado de los imbéciles. Somos responsables de los mandatarios que tenemos y de las políticas públicas que han implementado, esas que no alimentan la realidad actual, del abandono de los más desfavorecidos y muchos otros males convertidos en caldo de cultivo para la criminalidad.
En El otoño del patriarca aquel dictador que crea García Márquez logra controlarlo todo, hasta el clima y, a pesar de ello, al final del texto, después de todo lo ocurrido en la obra, se dice que, “la noticia jubilosa de su muerte (la del patriarca) y ajeno para siempre jamás a las músicas de liberación y los cohetes de gozo y las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado”. A pesar del panorama, hay esperanza, aún hay mucho que hacer para evitar que estos patriarcas, legales e ilegales, nos sigan robando la tranquilidad.
El temor es natural, pero debemos enfrentarlo y no dejarnos gobernar por el mismo cayendo en la inacción. Es tiempo de actuar. Necesitamos dar un giro, es tiempo de romper con el paradigma de violencia y superar por fin la cultura de criminalidad que nos aqueja. La solución está más de la mano de la cultura, las artes y la educación. No del lado de la violencia que engendraría más violencia, no podemos apagar incendios con gasolina.
Apuntaciones
- Se cumplen ya dos años de la invasión de Rusia en Ucrania, bien lo dijo Nietzsche “La guerra vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido”, nadie gana con ella.
- Señor gobernador de Santander, no sea irresponsable, usted no puede comparar la idea del gobierno de dar un millón de pesos a jóvenes que están en entornos vulnerables (delincuentes o no) a condición de estudiar, con darle la misma cantidad a otros jóvenes para que empuñen armas, así sean las del Estado. Eso de incentivarlos a disparar nos ha traído grandes males en el pasado, así usted aún no haya respondido por ello.
- Señores de la Corte, urge la elección de fiscal, ya no podemos esperar más.
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*Abogado. Estudiante de la licenciatura en Filosofía y Letras. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
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