Por: José Federico Pelayo Rueda/ Hace unas semanas atrás, en una cafetería donde me encontraba disfrutando un delicioso café y esperando el horario de oficina para hacer unas diligencias personales, hubo algo que realmente me partió el corazón. Se sentó al frente mío una adulta mayor, como de unos 75 años, de mas o menos 1.55 cm de estatura, con una ropa un poco desgastada por el uso y con una mirada totalmente perdida. Son de esos momentos que uno es ajeno a aquello que lo rodea así físicamente estemos presentes, y eso se da precisamente por toda la carga emocional que podamos llevar, como lo expresaba aquella mujer en su rostro, su mente no estaba ahí, estaba en el problema que posiblemente afrontaba.
Pero dentro de esa escena hubo algo que realmente me llamó la atención, ver a aquella persona en esa silla sentada, expulsar lágrimas por montones por más de 5 minutos sin emitir ningún ruido. Esto no es una apología al chisme o a estar pendiente de la vida de los demás de manera negativa, es precisamente lo contrario, a partir del sufrimiento, del dolor del prójimo, del próximo, buscar alguna forma para ser luz en aquellos que en determinados momentos nos necesitan.
Aunque es claro que hay que ser prudentes, hay personas que simplemente buscan espacios un poco solitarios para expulsar dolor, algunos buscamos una iglesia, otros se refugian en su cuarto, otros buscan la soledad del campo, etc.
Pero ¿a que voy con todo esto? Sencillo, omitimos en nuestra vida cotidiana muchas veces algo fundamental, la compasión. Vivimos en un entorno lleno de personas que sufren más de lo que pueden gozar, no porque quieran, sino porque somos una sociedad de carencias y de conflictos. Las oportunidades laborales son muy reducidas, conozco personas que estudian 10 o 12 años en la universidad, logrando hasta maestrías y donde terminan ejerciendo cualquier labor porque en su campo no tuvieron oportunidades, o peor aún no consiguen ningún tipo de trabajo, llega la frustración, el dolor, y mientras que luchan en un país con pocas oportunidades se encuentran en el camino con personas inhumanas que les llegan a gritar en la cara “fracasados”. Además, es común ver una buena cantidad de personas alteradas o adoloridas por frustraciones amorosas, muchas de ellas en estados depresivos que llevan al borde del suicidio, y donde es comúnmente ver mas burlas que consolación.
Y dentro de tantas expresiones de dolor y frustración y eso viene ligado muchas veces a la carencia de trabajo, está la desesperación por problemas económicos. Dicen que el dinero no es lo más importante, exacto, podemos desde una perspectiva de la austeridad decir que si, pero el dinero es realmente necesario para un buen vivir, personas que tienen una carga de responsabilidad familiar, de pagar arriendo, servicios, colegio de los hijos, alimentación entre otros, y donde revisan la cartera o el cajero y no hay un peso, debe ser de los momentos más desesperantes que puede afrontar un ser humano, porque no solo es la responsabilidad por si mismo, es por un núcleo familiar.
Podemos seguir enumerando varios factores que detonan sufrimiento en las personas, otros así lo tengan todo materialmente, sufren por carencia de afecto, por maltratos, por abusos o por la pérdida de un ser querido etc.
Realmente el sufrimiento es algo inherente al ser humano, según como lo afrontemos podemos superar esas etapas y transformarnos en personas más fuertes emocionalmente.
Pero, a todo lo anteriormente dicho hay un ingrediente esencial para enfrentar los episodios mas dolorosos de la vida, y son aquellos que nos rodean, aquellos que nos encontramos cotidianamente, y si hay algo que puede ser detonante de la depresión y el suicidio, son los entornos tóxicos que se afrontan en el diario vivir.
Hay gente perversa, hay gente que destruye y que vive sembrando cizaña por donde quiera que va, con poca compasión por los demás, con un sentido del egoísmo terriblemente grande, por eso, en los episodios de dolor debemos alejarnos de esos familiares, compañeros de trabajo o algunos vecinos de nuestra vereda o barrio que quieren ver el mundo arder constantemente. El mundo necesita gente compasiva, familiares que nos impulsen a salir adelante, amigos que aparecen en las buenas y en las malas, o simplemente ciudadanos del común que así no conozcamos siempre están dispuestos a un comentario positivo o una voz de aliento. Es mas la gente buena que la mala, pero son aquellos que tienen malas intenciones, los que terminan haciendo más ruido.
Pero, ¿qué pasó con la adulta mayor del inicio del artículo? Difícilmente me acerqué, no sabía si hacía mal o bien, si la persona necesitaba al menos que alguien le preguntara que pasaba, o simplemente quería estar sola, lo único que tenía seguro es que estaba sufriendo profundamente. Cuando estaba a punto de preguntarle, vi una expresión en su rostro que cambiaba prácticamente todo su semblante de dolor y sufrimiento, al parecer un hijo llegaba al lugar y con un fuerte abrazo le dijo “mamá”. Me alejé como el que simplemente pasaba por ahí, ellos entablaron una conversación y finalmente madre e hijo se fueron, eso sí, ella con una expresión más tranquila.
Nos pasa constantemente, a veces queremos ayudar, pero no ser entrometidos, no sabemos como actuar o nos da miedo dar el siguiente paso. Con esto no quiero dármelas del buen samaritano, me falta mucho para ser una persona íntegra, y quizás con acercarme y preguntar que pasaba no iba a solucionar nada, a veces nos cansamos de sentir solo lástima por los otros. La lástima nos deja tristes y preocupados, pero a la vez estáticos, no salimos de la famosa frase “pobrecitos o pobrecitas”, necesitamos es actuar, pasar de la lástima a la compasión, aunque es difícil, pero hay que intentarlo.
Un mundo tan carente de afecto, de amor, una sociedad tan convulsionada por la ansiedad y la frustración, no aguanta mas pelmazos (personas molestas, fastidiosas e inoportunas) que vivan pisoteando a los demás, o porque ostentan un cargo importante, o sencillamente porque su formación humano-ética es muy reducida. (Puede usarse como párrafo de inicio)
Es mejor soportar al que todo le vale, al que no daña, pero tampoco aporta. Pero resaltar sobremanera al compasivo, al que no solo siente lástima, sino que esa lástima la transforma en compasión, y la compasión nos lleva a actuar, a ponernos en los zapatos del otro, de los otros.
A veces los mejores seres humanos son los que mas sufren, pero también los que más buscan hacer el bien. Ser buena persona no es ser perfectos, creería que a veces los que son mas humanos se terminan equivocando un poco mas que el resto, pero sus errores no van intencionados a destruir a los otros, esa bondad los hace mas vulnerables al error. Pero dejaremos el tema de la bondad y la maldad para el próximo artículo.
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*Caficultor, estudiante de Licenciatura en Filosofía de la UNAD y concejal del Municipio de Zapatoca.