Por: Claudia Acevedo Carvajal/ Históricamente, la violencia contra la mujer ha estado normalizada y legitimada dentro de estructuras patriarcales que han impuesto roles de género rígidos y desiguales. Durante siglos, las mujeres han sido relegadas a espacios privados y dependientes de figuras masculinas, limitando su autonomía y derechos. No obstante, gracias a los movimientos feministas y a los avances en derechos humanos, esta violencia ha pasado de ser un tema invisibilizado a una problemática reconocida en ámbitos jurídicos, políticos y sociales.
Hoy en día, la sensibilización y el marco legal han evolucionado significativamente, con la creación de leyes y tratados internacionales que buscan proteger a las mujeres y garantizarles acceso a la justicia. Sin embargo, aún persisten resistencias culturales y sociales que perpetúan la desigualdad y dificultan la erradicación total de la violencia.
Prevenir la violencia contra la mujer implica un cambio cultural profundo. La educación es la herramienta más poderosa para erradicar mitos y estereotipos de género que justifican la agresión. Desde la infancia, es crucial enseñar valores de igualdad, respeto y resolución pacífica de conflictos, fomentando relaciones libres de control y dominio.
Las instituciones, tanto educativas como laborales y gubernamentales, deben comprometerse activamente en la promoción de políticas de equidad de género y en la implementación de protocolos de prevención y actuación ante situaciones de violencia. Asimismo, los medios de comunicación tienen un rol fundamental en la construcción de narrativas responsables que no revictimicen a las mujeres y que visibilicen la importancia de la denuncia y la protección.
Las mujeres que han sido víctimas de violencia requieren apoyo integral para sanar y reconstruir su vida. Desde la psicología, se enfatiza la importancia del acompañamiento terapéutico para trabajar el trauma, fortalecer la autoestima y recuperar la autonomía emocional. La terapia individual y grupal permite resignificar la experiencia y desarrollar estrategias para enfrentar el miedo y la dependencia emocional que muchas veces acompaña a estas situaciones.
Además, es esencial fortalecer redes de apoyo que brinden contención y seguridad a las mujeres que han sufrido violencia. La denuncia, aunque es un derecho, sigue siendo un proceso complejo debido a barreras institucionales y al temor a represalias. Por ello, se requiere que el sistema de justicia y los servicios de atención sean accesibles, seguros y libres de revictimización.
Conclusión
El 8 de marzo no es solo una fecha de conmemoración, sino un recordatorio de la deuda pendiente con las mujeres que aún sufren violencia. La evolución de esta problemática nos muestra que, aunque ha habido avances, aún queda un largo camino por recorrer. La prevención desde la educación y la promoción de relaciones equitativas, junto con un abordaje psicológico y social que respalde a las víctimas, son claves para erradicar este flagelo. Solo con un compromiso colectivo lograremos sociedades donde las mujeres puedan vivir libres de violencia y con pleno acceso a sus derechos.
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*Psicóloga, Magister en Psicología Jurídica y Forense Técnica en Investigación judicial y criminal.
LinkedIn: Claudia Acevedo