Por: Gustavo Herrera Acelas/ Así, como la famosa novela de Gabo de 1985 donde los amores contrariados de sus padres lo inspiraron a la que sería su libro favorito y por el que, según él decía, le gustaría que fuera recordado ‘El amor en los tiempos del cólera’…
Una gran novela que rinde homenaje a los destinos amorosos del siglo XIX en plena pandemia de la fiebre del cólera, protagonizada por Florentino Ariza y Fermina Daza. Se basaba en el amor inocente y profundo hasta el delirio no correspondido que se espera toda la vida, la espera compensada «cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches» después.
Pues pareciera que se repite la historia. En estos últimos meses, todos hemos podido comprobar lo que ha cambiado la forma en la que nos relacionamos con nuestros familiares, compañeros de trabajo o incluso con nuestros vecinos, que hasta hace poco eran desconocidos y con los que ahora compartimos aplausos diarios. Algo que antes nos hubiera parecido una locura, como estar sin salir de nuestra casa más de un mes o tener restricciones en nuestros movimientos y actividades, ahora lo hemos normalizado.
Se ha hablado largo y tendido sobre el impacto económico que esta crisis va a originar. Pero, ¿y el impacto que tendrá en nuestra organización social y el modo en el que nos relacionamos? Es interesante realizar esta reflexión, tanto para nuestras relaciones personales, como laborales.
Pero ¿cómo ha cambiado nuestra forma de relacionarnos en estos días? Podemos hacernos una idea si tenemos en cuenta los siguientes datos: Durante el confinamiento se ha producido un aumento del 55% del uso de las redes sociales, el teléfono móvil se usa más y ha aumentado en un 53% su uso para llamadas y para aplicaciones de mensajería instantánea.
Resulta curioso, además, que el mayor crecimiento se ha realizado en las llamadas realizadas desde el teléfono fijo, que lo hemos rescatado para tener un contacto más directo con nuestro entorno más cercano. Nos hemos convertido en una población que llama como nunca lo había hecho, aumentando nuestro uso del teléfono en casi una hora al día.
Para las empresas y los empleados es uno de los aspectos más críticos en estos momentos y la OIT ha estimado que podrían perderse hasta 25 millones de puestos de trabajo en todo el mundo como resultado de la crisis. Lo que acrecienta, sin duda, la sensación de inseguridad que genera el haber perdido el empleo o poder perderlo.
Es difícil imaginar cómo afectará esta situación al modo en que nos vamos a relacionar en el futuro. Pero podemos pronosticar que no serán necesarios tantos desplazamientos para realizar nuestro trabajo diario, o incluso para disfrutar de nuestro ocio. Las charlas (con amigos y compañeros de trabajo) virtuales se mantendrán, compraremos más por internet y se incrementará el teletrabajo. Además, la formación (escolar, académica y laboral) tendrá un componente más tecnológico.
Pero también nos costará tener cierta cercanía fuera del entorno familiar, tendremos una sensación de desprotección y cierto reparo a la asistencia a eventos multitudinarios. Esta pandemia nos ha recordado que la interconexión humana tiene un efecto en la propagación de enfermedades, pero también es necesaria para nuestro bienestar social.
En definitiva, cuando el Covid-19 pase, que pasará, tendremos una sociedad con una mayor tolerancia al cambio y más telemática. Tanto en la forma de manejar nuestras relaciones personales y nuestra forma de trabajar, como en la forma en la que se van a gestionar las crisis. Pero tenemos que ir un paso más allá, si estaremos mejor preparados para responder a la emergencia climática y otros desafíos urgentes en materia de sostenibilidad como resultado de esta experiencia.
Tenemos que pensar que sí y que todo lo que estamos viviendo va a servir para algo. Esta experiencia debe hacernos ver que no somos invencibles, debe hacernos entender lo que realmente es esencial para nuestra vida y debe hacernos reflexionar sobre el tipo de sociedad que queremos tener.
A los solitarios que amábamos la soledad y que disfrutábamos la ”libertad”, todo este “paraíso” se nos derrumbó como un castillo de naipes cuando por una circunstancia del azar llamada pandemia del coronavirus te ves obligado a cambiar tu condición de soltero privilegiado por la de reo en prisión domiciliaria sin vida conyugal, absolutamente solo y por un tiempo que en principio se prevé de unos meses pero que podría prolongarse, dependiendo de cómo evolucione la curva del contagio.
Lo anterior se traduce en que durante estos días de forzada prisión doméstica envidio a todo mortal que vive con su pareja, así ya no la soporte y ahora le ha tocado las 24 horas del día, muchos dicen que ha servido para conocerse más, otros para odiarla más, en fin, pero lo que sí puedo confirmarles que lo que antes era el deleite de mi soledad de soltero sin compromisos se ha convertido en una carga un poco difícil de sobrellevar.
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