Por: César Mauricio Olaya/ Santander tiene 87 municipios en su geografía, muchos de ellos cuyos nombres ni siquiera aparecen registrados en los anales noticiosos de un periódico, pues me atrevería a asegurar que a estas geografías no llega ni para remedio un periodista a indagar por noticias, pues ya sea por su mínima tradición, el aislamiento de los ejes viales y de los núcleos de desarrollo regional, su muy escasa representación en la dinámica económica, mínima presencia o un haber cultural, patrimonial o turístico, e incluso por los pocos referentes históricos, son pueblos condenados a ser vistos casi como fantasmas. (Ver imagen)
Albania es uno de estos municipios. Alejado como el que más de cualquiera de los centros que dinamizan la economía regional y provincial (pertenece a la provincia de Vélez), de hecho sus vínculos de relación se dan mayoritariamente con los municipios vecinos de Tununguá y Saboyá, ambos pertenecientes al departamento de Boyacá.
Para llegar a Albania se tienen varias alternativas viales, todas con grandes limitantes en especial cuando el invierno hace presencia y las carreteras se convierten en un verdadero reto a la destreza del más hábil y experimentado de los conductores. La primera, naturalmente debería ser usando la red vial del propio departamento, que no es precisamente la mejor opción o la que registra las condiciones más propicias para hacerlo. Utilizar esta alternativa significa desplazarse desde Puente Nacional hasta el municipio de Jesús María y de ahí, hasta la vereda llamada La Venta, de donde parte un tramo que comunica con el sector llamado El Diamante. Una vía estrecha y en permanente ascenso que con las lluvias, se convierte literalmente en un tobogán carreteable.
Las segundas y terceras opciones parten de los municipios de Boyacá. La primera entrando por el ramal que comunica la vía Barbosa – Chiquinquirá con el municipio de Saboyá (el pueblo famoso por su vereda de Velandia donde se elabora la cucharita de hueso que recorrió medio mundo en las tonadas de Jorge Veloza y los Carrangueros del Ráquira). Una de las pocas vías críticas que tiene Boyacá un departamento que se harta de tener una de las mejores redes viales del país. (Para el caso, acá tocó bailar con la más fea).
La última alternativa, que fue finalmente la escogida para llegar a este destino, parte del municipio de Chiquinquirá y por un trazado de irregulares condiciones, llega a la población de Berbeo y de ahí por una vía pletórica en bellos paisajes matizados entre cultivos de Lulo y guyabos, llegar a Tunungá, conocida como la capital colombiana de la guanábana, por donde se conecta finalmente con Albania ya en territorio de Santander.
Una cinta de protección y aislamiento le da la bienvenida al cansado viajero. La cinta atraviesa de lado a lado la calle principal y obliga tomar una calle alterna que igual llega al parque central. Con la cinta y con el encuentro con un parque tomado por la maleza y en total abandono, una alerta temprana comienza a prenderse en el ambiente. Pronto la alerta se convertirá en alarma al estacionarnos en frente a lo que evidentemente son las ruinas de lo que alguna vez fuera el palacio municipal, del que solo queda visible las letras que lo nominan.
No más descender y empezar a dar el consabido y obligado ciclo turístico debido a todo pueblo que se visita por vez primera: iglesia, parque y calle principal, lo que era primero advertencia y luego alarma, se convierte en una cruel certeza al observar las casas que rodean el parque, sino algunas abandonadas, otra a medio habitar y la totalidad de ellas, tatuadas de figuras informes de grietas que marcan un evidente futuro: su destrucción.
La administración municipal con todas sus dependencias funciona desde hace aproximadamente dos años en las instalaciones del colegio, pues el peligro de que las paredes cedieran era un hecho evidente que venía en aumento desde los últimos veinte años, cuando comenzaron a hacerse visibles las primeras grietas en pisos y casas tanto del palacio municipal, como de la mayoría de las 200 casas que conforman el casco urbano.
Como si fuera cuestión de milagros divinos, escasamente la iglesia y el colegio integrado Sagrado Corazón, se mantienen intactos y sin presencia notoria de las consecuencias del fenómeno de reptación que hoy amenaza con dejar piedra sobre piedra a este pueblo, precisamente en vísperas de la celebración de su primer centenario de creación a cumplirse el 20 de agosto del próximo año.
“Nosotros estamos cruzados de pies y manos ante esta situación. Qué más quisiera yo como alcalde que poder al menos mantener en buen estado el parque principal, pero un peso que le meta a su mantenimiento, es un peso que me va a glosar la Contraloría por la condición de amenaza crítica que se alza sobre el casco urbano municipal”, asegura el alcalde Roberto Reyes Ortíz.
Y mientras el fenómeno avanza y cada día las grietas aumentan su tamaño, mientras cada día los habitantes de las casas afectadas se acuestan con el rosario en la boca, esperando no tener que despertar a la pesadilla de ver su techo como piso, las entidades del orden nacional que deben velar por atender de manera prioritaria este tipo de situaciones, o se hacen los de las gafas o simplemente se enredan en las tramitologías del aparato burocrático, sin tomar cartas serias en el asunto que implica como medida única y principal, la necesaria reubicación del sector urbano del municipio en un sector seguro y alejado de la amenaza geológica que lo afecta.
Advertencias similares se dieron a su debido tiempo en casos como el del municipio norte santandereano de Gramalote, que un sábado 17 de diciembre del 2010 amaneció en ruinas y con un saldo desbastador de 271 personas heridas, 62 desaparecidas, 3.001 casas destruidas y 300 más con daños graves en su estructura.
Será acaso necesario esperar a que la naturaleza haga su correspondiente pase de cuentas para que se tomen las medidas urgentes e inaplazables ¿Quién quiere la palabra?
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