Por: Diana Ximena Carreño Mayorga/ Aprender consiste en cambiar nuestra forma de pensar y/o nuestro comportamiento en función de las consecuencias de nuestras acciones. Cuando nuestras acciones anteriores son gratificantes, seguimos haciéndolas. Cuando no son gratificantes, es decir, no cumplen nuestras expectativas, probamos algo diferente. Nuestro cerebro es el mejor especialista en el aprendizaje. No es él quien tiene lo objetivos y los valores significativos que nos proyectan a realizar cambios, somos nosotros emocionalmente quienes si damos valor a cada acto o pensamiento.
Como bien sabemos el cerebro tiene neuronas y neurotransmisores que hacen del aprendizaje algo fascinante. Para nuestro cerebro el aprendizaje es como una creación de nuevas vías neuronales, nuevas sinapsis que conducen a resultados altamente gratificantes. Allí estas se esfuerzan, creando nuevos hábitos de pensamiento y acción. Y para contarles como se crean estas nuevas vías, primero debo contarles acerca de Ivan Pavlov y su experimento con perros.
Aquél experimento lo hizo alcanzar el Premio Nobel en 1904 por sus trabajos acerca del aprendizaje y el condicionamiento clásico. Sus valores motivadores en ese momento era la digestión, así que las ideas sobre el aprendizaje fueron un subresultado histórico. Estudiaba como los perros salivan al ver y oler la comida y dio cuenta que salivaban al oír campana que indicaba la hora de comer sin necesariamente tener que ver o realmente servirles la comida. Pues bien, los perros habían aprendido que la campana era una predicción fiable de que la comida estaba en camino.
A esto le llaman condicionamiento clásico: un estímulo (la campana) se asocia con una respuesta (comer) porque el estímulo se toma como una buena predicción. Para aplicarlo a una narrativa propia, el aprendizaje consiste en actualizar nuestras predicciones a través de la experiencia, de modo que podamos reaccionar de forma correcta y predecir con mayor fiabilidad el futuro. Entonces, cuando actuamos en función de nuestras expectativas puede ocurrir una de estas tres cosas:
Inicialmente, nuestras expectativas pueden ser correctas. No habrá necesidad de cambiar y pues, no hay aprendizaje. En segundo lugar, puede que los acontecimientos no funcionen como esperamos y nos decepcionen. Este se denomina error de predicción negativo; es una señal de que hay que actualizar la predicción y aprendemos de ello. En este caso, buscamos las diferentes maneras de que nos funcione, buscamos algo nuevo y aprendemos de la mejor forma: experimentando.
En tercer lugar, obtenemos una recompensa inesperada como lo que generó la explicación anterior al lograr algo de otras maneras. Nos damos cuenta de que funcionó nuestra propia manera de solucionar el asunto y el cerebro lo reconoce como algo autentico y satisfactorio. La gratificación de lograr algo nos hace querer repetir y a esto se le denomina: error de predicción positivo.
Para aprender, tenemos que hacer un seguimiento de nuestras predicciones, hacernos más preguntas sin ir por la vida creyendo que sabemos la respuesta de todo, aún así, lo único que generamos es dormir nuestro cerebro. Debemos también, actualizar nuestras predicciones cuando no funcionan, no simplemente pensar en que ya no podemos, ya olvidamos como hacerlo, ya no lo hago tan bien, ¡no!
Aprendemos actuando ante un error de predicción negativo o positivo y el cerebro lo hace a través del neurotransmisor: dopamina. El neurotransmisor favorito de todo el mundo por su relación con la acción, el aprendizaje, la motivación, la concentración y el placer. Por lo tanto, merece el próximo artículo, para mayor comprensión.
De momento, lo esencial está en experimentar, ensayar, errar y ¡voilá!: Aprendemos.
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*Psicóloga del Programa de Diversidad Sexual y Población LGBTIQ+ de la Secretaria de Desarrollo Social, alcaldía de Bucaramanga.