Por: Édgar Mauricio Ferez Santander/ Había una vez, un reino llamado el reino carnívoro donde las verdades eran tan escasas como el oro, una periodista llamada Victoria Nariño. Victoria había pasado años en los medios, forjando su carrera en un lugar donde las noticias no solo se informaban, sino que se convertían en espectáculos. Aquí, cada nota era un drama y cada titular, una declaración apocalíptica. Los ciudadanos, acostumbrados a la exageración, se alimentaban de estas historias como si fueran su pan de cada día.
Victoria, ambiciosa y astuta, pronto se dio cuenta de que en este juego no bastaba con reportar; había que controlar. Así que, con una sonrisa carismática y un corazón endurecido por los años de manipulación, comenzó su ascenso al poder dentro del medio. Su primera jugada fue identificar a los periodistas serios, aquellos que aún creían en la verdad, en el valor de la investigación honesta y en la ética profesional.
Uno por uno, fue socavando sus posiciones. Un rumor aquí, una trampa allá, y aquellos que no se alineaban con su visión fueron cayendo. Algunos fueron despedidos, otros se fueron por cuenta propia, incapaces de soportar el ambiente tóxico que Victoria había creado. Con el tiempo, el medio se transformó en un reflejo de su propia personalidad: frío, calculador y obsesionado con el poder.
Con la redacción completamente bajo su control, Victoria comenzó a moldear la narrativa nacional. A cada historia le añadía una dosis de temor, a cada noticia un toque de desesperación. Sabía que la gente tenía miedo, y que en ese miedo encontraría su camino al poder. Los ciudadanos, ciegos ante la manipulación, empezaron a ver en ella no solo a una periodista, sino a una líder que entendía sus miedos y prometía protegerlos.
El siguiente paso de Victoria era claro: la presidencia del reino de los carnívoros. Ya si había logrado controlar las mentes de los ciudadanos a través de los medios, ¿por qué no controlar el reino entero? Con sus discursos llenos de promesas y su imagen cuidadosamente construida, comenzó su campaña. Hablaba de seguridad, de unidad, pero, sobre todo, hablaba del miedo, ese miedo que ella misma había creado y que ahora usaba como arma.
Y así, en un reino donde la verdad era una mercancía rara y el engaño un entretenimiento diario, Victoria busca el ascender. Como en la tierra de los ciegos, donde el tuerto es rey, en este lugar, Victoria se quiere convertir en la reina. Los ciudadanos, enamorados de la figura que ella había creado, la aclaman como su salvadora, sin darse cuenta de que habían sido seducidos por su propio temor, un temor que nunca debió haber existido.
Ahora este cuento sigue a la espera que los ciegos del reino de los carnívoros sigan engañados.
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*Historiador, Magíster de la Universidad de Murcia y Candidato a doctor en estudios migratorios Universidad de Granada-España.
Muy buena narrativa y real, quien entendió, entendió, saludos historiador Edgar Mauricio