Bashar al-Assad consiguió una aplastante victoria que no sorprendió a nadie. En unos comicios cuestionados como fraudulentos por líderes opositores y buena parte de la comunidad internacional, el presidente sirio se aseguró un cuarto mandato tras recibir un 95,1% de los votos.
Las elecciones -celebradas el 20 de mayo en el exterior y el miércoles 26 de mayo en los territorios sirios bajo el control de Damasco- contaron con otros dos contendientes poco contendientes: Mahmud Marai, líder de la oposición interna tolerada por el Gobierno sirio, logró 470.276 votos y Abdulá Salloum Abdulá, un exviceministro de Asuntos Parlamentarios que se lanzó como candidato independiente, sumó 213.968. Apoyos mínimos en comparación a los 13.540.869 sufragios computados para Al-Assad.
En una conferencia de prensa, el jefe del Parlamento, Hamuda al Sabag, anunció los resultados y cifró la participación en alrededor del 78%, con más de 14 millones de sirios que acudieron a las urnas.
Del proceso electoral quedaron afuera millones de sirios del noroeste del país, que está en manos de grupos opositores y facciones yihadistas, y del noreste, una zona gobernada por una autoridad autónoma kurda.
Con la victoria, Al-Assad, en el poder desde el año 2000, tendrá otros siete años como presidente, un cuarto mandato que, de acuerdo con la Constitución, debería ser el último. Además, Siria cumplirá, cuando culmine ese curso, casi seis décadas bajo las órdenes de la familia, teniendo en cuenta que su padre, Hafez al-Assad, dirigió Siria desde febrero de 1971 hasta su muerte en 2000.
«Gracias a todos los sirios por su alto sentido de nacionalismo y su notable participación. Por el futuro de los niños y jóvenes de Siria, comencemos desde mañana nuestra campaña de trabajo para construir esperanza y construir Siria», escribió Al-Assad en la página de su campaña en Facebook. Sus seguidores protagonizaron extensas manifestaciones de apoyo tras conocerse los resultados electorales.
Contrario al proceso de paz de la ONU
Los comicios se llevaron adelante a pesar de que el proceso de paz liderado por la ONU desde 2015 había pedido una votación bajo la supervisión internacional para allanar el camino hacia una nueva constitución y un acuerdo político.
Previo a las elecciones, los Ministerios de Relaciones Exteriores de Francia, Alemania, Italia, Reino Unido y Estados Unidos cuestionaron su realización a través de un comunicado, en el que denunciaron que los comicios no serían «libres ni justos».
En la misma línea, el jefe de la diplomacia de la Unión Europea, Josep Borrell, advirtió que las elecciones «socavan los esfuerzos para encontrar una solución sostenible al conflicto sirio» y que «no cumplieron ninguno de los criterios de un voto genuinamente democrático».
Lo mismo señaló el Ministerio de Asuntos Exteriores de Turquía, rival de Al-Assad, que calificó los comicios de «ilegítimos» porque no se celebraron «en condiciones libres y justas».
Una economía en declive
Mediante sus campañas militares, Bashar al-Assad ha logrado retomar el control de alrededor del 70% del país. En ese escenario, el principal desafío de su cuarto mandato será lograr la reactivación de una economía fuertemente golpeada.
Las perspectivas de recuperación no son buenas si se toman en cuenta el endurecimiento de las sanciones de Estados Unidos, la crisis financiera en el vecino Líbano, la pandemia de Covid-19 que afecta a las remesas de los sirios en el extranjero y el alivio insuficiente de aliados como Rusia e Irán.
Los ciudadanos también se ven afectados por la escasez de productos básicos como combustible y pan, situación por la que el Gobierno sirio culpa a los castigos de Estados Unidos implementados contra Al-Asad y su entorno.
Según la ONU, más del 80 por ciento de los sirios viven debajo de la línea de la pobreza; más de 11 millones de una población de poco más de 17 millones necesitan ayuda humanitaria; y a un 60% no le alcanza ni siquiera para una comida al día.
En el aspecto militar, luego de una década de guerra civil, Al-Assad ha logrado una relativa calma en los últimos meses. Las operaciones le permitieron retomar el control en la mayor parte del territorio, mientras que los frentes de batalla activos y las áreas que todavía escapan a su poder se han mantenido sin actividad desde hace meses.