Por: Édgar Mauricio Ferez Santander/ En este retrato de Bogotá, emergen personajes como «El Muelas», el autodenominado habitante de calle estrato seis, que se pasea por la calle 33 y 34 como si fuera su oficina; o la señora de las bendiciones, que en las frías mañanas entre las 6:00 y las 8:00 a.m., en la carrera sexta, lanza frases de aliento y buenos deseos a quienes transitan en taxi. Parecen irrelevantes al ojo distraído, pero son parte del ADN urbano de la capital.
Conocido mencionado por transeúntes y habitantes del sector “El Muelas» no es un habitante de calle común. A diferencia de muchos en su situación, él se ha ganado un lugar casi simbólico en la calle 33, entre carreras 7ª y 13. Tiene una forma particular de hablar, con una lógica interna. Algunos lo consideran un filósofo urbano, otros un loco simpático. Su apodo se debe a su falta de dientes. A diferencia de la mayoría de los habitantes de calle, «El Muelas» no pide limosna, no vende dulces ni limpia vidrios. No trabaja, como él mismo lo afirma con convicción: “Yo lo tengo todo y la gente me ayuda aquí mi techo está aquí y lo otro me lo dan para meter”
Este tipo de personaje revela una dimensión poco explorada del espacio público: aquella donde la marginalidad se mezcla con la performance involuntaria, el discurso social y la identidad de un lugar. «El Muelas» no busca ser símbolo, pero lo es. Es parte del mobiliario emocional del centro de Bogotá.
Sobre la carrera sexta, muy cerca del centro histórico, en un cruce donde los taxis abundan en las mañanas, una mujer de edad incierta, siempre cubierta con un saco grueso y lanza bendiciones a todos los vehículos. No pide plata, no exige respuesta. Está ahí, todos los días, entre las 6:00 y las 8:00 a.m., como si fuera parte del protocolo de la ciudad.
Los conductores la reconocen, Esa pequeña rutina configura un momento de pausa en medio del caos matutino. Su presencia convierte esa calle en «la de las bendiciones», no por decreto, sino por costumbre colectiva.
Lo fascinante de estos individuos no es solo su singularidad, sino su constancia. En ciudades tan cambiantes y frenéticas como Bogotá, donde cada semana cierra un negocio y se levanta un edificio nuevo, estos personajes son puntos de anclaje. Son el reloj de la calle, los testigos del paso del tiempo. Hay decenas, tal vez cientos, de figuras similares en otros barrios de la ciudad.
Las ciudades no se componen solo de edificios y vías. Son organismos vivos, construidos por interacciones humanas. Y en este escenario, los personajes silenciosos como «El Muelas» o la señora de las bendiciones, son como actores recurrentes en una obra que se reescribe todos los días.
En el contexto académico, estos personajes podrían ser comprendidos bajo el lente de la “sociología urbana”, que estudia cómo se construyen las dinámicas sociales en el espacio urbano.
Tal vez en el futuro, cuando alguien escriba una historia íntima de Bogotá, no lo hará a través de sus alcaldes, sus arquitectos o sus megaconstrucciones. Tal vez lo haga a través de sus personajes anónimos, de esas presencias que parecen pequeñas, pero que han estado ahí por años, incluso décadas, como guardianes silenciosos de la vida urbana.
Bogotá no sería la misma sin «El Muelas», sin la señora de las bendiciones, sin el bailarín de salsa de la séptima o la cantante negra de salsa del septimazo, Son ellos quienes nos recuerdan que, más allá del concreto, lo que hace ciudad es la gente. Gente común, persistente, a veces extraña, pero siempre significativa.
Y tal vez ahí, entre el ruido de buses, el frío de la mañana y el apuro diario, está el verdadero rostro de Bogotá: en sus personajes silenciosos, que, sin saberlo, nos enseñan que la ciudad es un órgano vivo y social.
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*Historiador, Magíster de la Universidad de Murcia y Candidato a doctor en estudios migratorios Universidad de Granada-España.