Por: Diego Ruiz Thorrens/ Hace pocos días, mientras caminaba por el centro de Bucaramanga, escuché un griterío de personas pidiendo que persiguieran a dos hombres que acaban de hurtarle el bolso a una joven por raponazo o raponeo (es decir, robar algo arrebatándolo y dándose a la fuga). Mientras continuaba mi camino, atento a que las autoridades aparecieran y atendieran a la víctima, escuché a alguien manifestar lo siguiente: (…) es que la inseguridad está grave, ya uno no puede salir a calle. “¿Qué ha quedado de la llamada “ciudad bonita”, “ciudad de los parques” o de la que alguna vez fue una de las ciudades más seguras y el mejor vividero de nuestro país?”.
La respuesta a tan larga pregunta es sencilla: de ese lugar que conocimos queda muy poco, y las razones de esta situación (el aumento de la violencia, la criminalidad y la inseguridad) son tan disímiles como múltiples. No obstante, una de estas razones adquiere más y más fuerza con el pasar de los días, y es que parece acentuarse la distancia entre la visión de ciudad que nos quiere vender el alcalde Jaime Andrés Beltrán en contraste con lo que realmente conocemos que sucede en las comunas, en las calles y en todos los rincones de la ciudad.
Iré por partes: desde mucho antes de arrancar el gobierno del alcalde Beltrán, él y su incipiente equipo crearon, fortalecieron y proyectaron la imagen del político como el de un adalid comprometido con su promesa de regresar la calma y la seguridad a las calles de una ciudad en caos y con una palpable percepción social de inseguridad y violencia.
Siendo ya mandatario, el alcalde no sólo reforzó su promesa de campaña, sino que apostó por endurecer su discurso contra la criminalidad y las “fuerzas externas” que quieren desestabilizar la paz y la calma en nuestro territorio (la migración, el crecimiento de los carteles de drogas, etc.). En su momento, el alcalde manifestó que más del 60% del presupuesto de su gobierno iría para temas sociales (“Yo puedo poner más policía, pero no puedo resolver el problema de violencia intrafamiliar. Yo puedo poner cámaras en todas las cuadras, pero no voy a resolver el problema de delincuencia. Tengo que sacar al pelado del delito, y crear un programa de resocialización. Esto es arrecho, esto es duro”, expresó a finales del mes de abril del presente año), pero la realidad es que dicha “inversión” aún no se ha visto materializada, contrastando con el creciente nivel de inseguridad, criminalidad, de sicariato y violencia que se observan en las calles.
En sus primeros meses de gobierno, el burgomaestre visitó distintos establecimientos y sitios de rumba ubicados en la zona de cabecera donde los niveles de intolerancia e inseguridad perturban la tranquilidad de los residentes de la comuna 12. Sin embargo, una de las principales críticas que han lanzado varios presidentes de juntas de acción comunal (JAC) ha sido que este ejercicio no se replica en sus barrios y/o comunas, donde muchas veces, no cuentan con policías, autoridades o mecanismos que garanticen la paz y la tranquilidad a sus residentes.
En varios espacios, incluyendo en encuentros con ediles y presidentes de JAC, la comunidad le ha exigido al mandatario prestar mayor atención a la crisis social que viven sus comunidades. Sin embargo, pareciera que todos estos reclamos caen en saco roto, sin importar que, por solo poner un ejemplo, las muertes por sicariato se han disparado, haciéndonos recordar los peores momentos de la violencia en Colombia.
En múltiples declaraciones, el mandatario ha culpando y responsabilizando a la población migrante con vocación de permanencia por los altos niveles de criminalidad y deterioro del tejido social. Sin embargo, mientras que la xenofobia y aporofobia en nuestro territorio parece endurecerse, los niveles de violencia cometidos a manos de ciudadanos colombianos pasan a un segundo plano. Está claro que se requiere responsabilizar a alguien, tener un chivo expiatorio de lo que actualmente sucede, así este no sea siempre el principal responsable.
¿Qué ha quedado de la llamada “ciudad bonita”, “ciudad de los parques” o de la que alguna vez fue una de las ciudades más seguras y el mejor vividero de nuestro país?, no creo que mucho. Ojalá que el alcalde logre conectarse, así sea un poquito, con lo que se vive y se siente en las calles de la ciudad. Sí, es cierto que mucho antes que se posesionara, la violencia existía y estaba presente, aunque de otras formas y decibeles.
No obstante, un gran porcentaje de quienes eligieron al mandatario, precisamente, lo hicieron debido a su promesa de alcanzar y brindar seguridad a todos los ciudadanos de Bucaramanga. El alcalde debe responder por su promesa, así sea por aquellos que votaron por él.
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*Estudiante de Maestría en DDHH y gestión del posconflicto de la Escuela Superior de Administración Pública – ESAP Seccional Santander
X: @DiegoR_Thorrens