¿Observará el mundo el juramento de la primera presidenta de Estados Unidos? Sería la primera mujer negra y la primera sudasiática estadounidense en lograr el hito.
Pero los antecedentes de Harris remarcan el resultado de una trayectoria, más allá de su género o raza: abogada, fiscal, senadora, y vicepresidenta resaltan en su currículum. Años de vida y trabajo invertidos que finalmente la dejan ad portas de ocupar el cargo ejecutivo más importante de su país.
Una hipotética victoria de la lideresa demócrata frente a Donald Trump no es nada lejana en los cálculos de las encuestadoras y en el panorama de los analistas.
Una economía de oportunidades para la clase media
Estabilizar la economía para la clase trabajadora. Esa ha sido la principal bandera de campaña y el foco en el que ha centrado Harris todos sus esfuerzos. Si para Barack Obama, su gran insignia de gobierno fue el conocido ‘Obamacare’- que se enfocó en servicios de salud asequibles-, para Harris, según sus promesas, son los alivios financieros para las familias con menores ingresos, desde los impuestos hasta la vivienda.
De cumplir esas afirmaciones, nada más llegar a la Presidencia, Harris, presentará un presupuesto con mayores impuestos sobre beneficios para las empresas: de un 21 % a un 28%, lo que ubica a EE. UU. como uno de los países con los gravámenes más altos para las compañías en el mundo. Y es que ha quedado por encima del promedio de la Unión Europea, con un 21 % y de Asia, con un 19%.
Los reproches no se han hecho esperar por parte del sector empresarial y, por supuesto, desde el Partido Republicano, donde destacan las acusaciones de Donald Trump que señala a Harris de pretender «asfixiar a los empresarios» del país y arriesgar puestos de trabajo.
Pero Harris defiende que pretende un mayor equilibrio en la balanza fiscal y reducir la desigualdad, ya que considera que los más adinerados no pagan la parte justa de impuestos.
“Cuando la clase media es fuerte, Estados Unidos es fuerte”, repite la demócrata desde su campaña.
Por ello, plantea aprobar un recorte de impuestos para la clase trabajadora que beneficia a más de 100 millones de estadounidenses, como ya había anunciado en la Convención Nacional Demócrata en la que entonces se oficializaba su candidatura.
Además, Harris impulsa la iniciativa de Joe Biden de no aumentar las obligaciones fiscales para quienes ganan menos de 400.000 dólares al año.
Sin embargo, en el camino pueden quedar diluidas otras de las grandes banderas de cara al Ejecutivo.
Es el caso de la primera ley federal contra el aumento de precios por parte de los proveedores de alimentos, una polémica iniciativa con la que siempre ha sugerido que zanjará los altos costos de vida, pero en la práctica, y al igual que ocurrió con la Ley para la Reducción de la Inflación de Biden, puede quedarse más en retórica que en medidas dirigidas al control de precios.
Y es que a falta de medidas específicas al respecto, Harris se ha limitado a un discurso sobre promover la competencia, por lo que solo podría enfocarse en una mayor exigencia a cumplir las leyes antimonopolio.
Pero la lideresa también plantea poner en marcha un programa más agresivo en la columna vertebral de su plan económico a favor del estadounidense promedio: el acceso a la vivienda.
Harris anunció el macro plan federal para ampliar la oferta de vivienda y congelar su precio, estimulando créditos para las constructoras y ayudas de hasta 25.000 dólares para los compradores de vivienda por primera vez.
Un programa con el que aspira a edificar hasta tres millones de viviendas para cuando termine su mandato. Una de sus grandes banderas políticas. Lo dejó claro en sus mítines en los que prometía reducir “la burocracia, incluso a nivel estatal y local” para ofrecer a más estadounidenses “un camino hacia la clase media y la oportunidad económica”.
Inmigración y seguridad fronteriza, un vaivén
Puede que Kamala Harris se posicione en el ala más progresista del Partido Demócrata frente a algunos aspectos, provenga de padres inmigrantes y venga de la Administración Biden, cuyos inicios fueron flexibles ante la inmigración –aunque eso cambió al final de su Gobierno– pero, como avisó previo a las elecciones, Harris busca implantar políticas más firmes para frenar los cruces fronterizos irregulares y mayores medidas de seguridad en las zonas limítrofes con México.
En su campaña de 2020, cuando buscó la candidatura presidencial demócrata, Harris se mostraba mucho más progresista al respecto. Incluso, prometió entonces cerrar los centros de detención de migrantes.
Pero su primera acción en esta materia, de llegar al Ejecutivo, es traer de vuelta al Congreso el proyecto de ley de seguridad fronteriza, que había sido presentado por una comisión bipartidista, el más fuerte que el país ha visto en décadas.
Harris impulsa la ley destinada a cambiar fuertemente las normas de inmigración, con la contratación de más de 1.500 agentes fronterizos para restringir los cruces no autorizados, así como de jueces y funcionarios de asilo que han acelerado las deportaciones en la frontera y endurecido los requisitos para convertirse en refugiado en EE. UU.
Bajo la norma, quien cruce la frontera sin autorización es detenido, posteriormente deportado y queda inelegible para presentar una solicitud de asilo. Para los reincidentes, habrá una sanción que les prohíbe volver al país durante cinco años, tal y como advirtió durante su campaña.
Kamala Harris ya apuntaba en su discurso de aceptación en la Convención Demócrata que trabajaría para “traer el acuerdo bipartidista sobre seguridad fronteriza que Trump había destruido” con el fin de convertirlo en ley, en referencia a la influencia del exmandatario en el partido conservador para que el plan fuera rechazado.
Los republicanos la han acusado de cambiar de discurso y de repente apoyar la financiación de un gigantesco muro fronterizo, como el propuesto por Trump, aunque en partes ya había sido construido décadas antes bajo otros gobiernos, como el del demócrata Bill Clinton en la década de 1990, el del republicano George Bush, con la Ley del Cerco Seguro de 2006 e, incluso, Barack Obama, que gobernó entre 2008 y 2016. La diferencia fue que evitaron la retórica antiinmigrante de Trump, la cual es una fuerte bandera del republicano.
Pero desde un inicio, la ley fronteriza, respaldada y luego firmada por Harris, también incluyó 650 millones de dólares de los fondos asignados durante la Administración Trump, para usarlos en la construcción del muro.
“Como en cualquier proceso legislativo, ningún partido se lleva todo lo que quiere, y en ese sentido se ha negociado ese dinero que va para la seguridad fronteriza, incluye más muro, pero a la vez se incrementan fondos para el proceso de asilo, de recursos, residencias y ciudadanías”, subraya en entrevista con France 24 el analista político y experto en asuntos de Estados Unidos, Luis Montes.
Ya se vislumbró en la última etapa de su tiempo como vicepresidenta, cuando el Gobierno de Biden anunció una ofensiva contra las solicitudes de asilo y que, de hecho, redujeron drásticamente las llegadas irregulares en la frontera entre EE.UU. y México. Esto en comparación con las cifras récord que marcaron la primera etapa de ese mandato.
“Si bien entendemos que mucha gente está desesperada por llegar a Estados Unidos, nuestro sistema migratorio tiene que ser ordenado y seguro”, advirtió Harris menos de un mes antes de las elecciones.
Harris también sigue defendiendo sus medidas bajo el paraguas de la seguridad: detener el crimen organizado, el tráfico de armas y de fentanilo. Sin embargo, ninguno de estos problemas han acabado ni la inmigración irregular ha desaparecido y según los analistas, seguirán siendo desafíos de grueso calibre en los años venideros.
Política exterior: continuidad de posiciones, otro tono
A Harris no le es ajeno el manejo de asuntos exteriores. Al menos los viene encarando desde su tiempo como senadora y, por su puesto, en su etapa posterior como vicepresidenta, lo que ya dio pistas de sus posturas en temas críticos a nivel global.
De llegar a la Casa Blanca, la demócrata asumiría el Ejecutivo justo un mes después de cumplirse un año de la escalada de la guerra en curso en Gaza y a pocos meses del tercer año de la invasión rusa a Ucrania, dos claros desafíos para iniciar un mandato, al mismo tiempo que remarca que “Estados Unidos, no China, ganará la competencia por el siglo XXI”, con la mirada puesta en fortalecer y no abdicar en el “liderazgo global”.
La alineación en política exterior con la Administración de Joe Biden es casi total, como ya ha dejado entrever, solo con algunos matices en sus posturas.
Siempre defenderé el derecho de Israel a defenderse y siempre me aseguraré de que Israel tenga la capacidad de hacerlo
Durante su tiempo en la Vicepresidencia, Harris se ha mostrado más contundente a la hora de rechazar las hostilidades en el enclave palestino, en comparación con Biden. Fue una de las primeras figuras del Gobierno en pedir un “cese el fuego inmediato” y pronunció la reprimenda más dura contra el manejo de Israel de los flujos de ayuda a Gaza. También describió los hechos como una “catástrofe humanitaria para los palestinos”.
“Siempre defenderé el derecho de Israel a defenderse y siempre me aseguraré de que Israel tenga la capacidad de hacerlo, porque el pueblo de Israel nunca debe volver a enfrentar el horror que una organización terrorista llamada Hamás causó el 7 de octubre”, remarcó Harris en un discurso en la recta final de la campaña presidencial.
La demócrata “lleva un componente permanente que es la negociación o vía en la cual los dos Estados, tanto el de Israel, como el palestino puedan coexistir”, destaca Montes.
No obstante, el respaldo al Estado de mayoría judía en Washington se da por sentado independientemente del partido político que gobierne, pese a algunas voces en desacuerdo. “Es una cuestión histórica, una cuestión que también refleja el poder del cabildeo judío en Estados Unidos”, resalta Montes.
Harris ahora hereda la responsabilidad de expresar una posición demócrata sobre la guerra en Gaza, un asunto que ha dividido a la bancada azul bajo la Administración saliente y deberá hacerlo sin las décadas de experiencia de Biden en política exterior.
Sus maniobras determinarán si en el poder podrá satisfacer a los progresistas y a los votantes árabes estadounidenses que han condenado el apoyo de Biden a Israel, sin el riesgo de ser acusada de abandonar al aliado clave de Estados Unidos en Medio Oriente.
Entretanto, y frente a Ucrania, la líder demócrata ha reiterado su apoyo al país invadido por Moscú “sin importar el tiempo que dure” esa guerra.
Harris ha recordado que cinco días antes de que el líder del Kremlin ordenara la invasión a su vecino país, ella se reunió con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, para advertirle sobre el plan de agresión de Rusia y ayudó a movilizar una respuesta global de más de 50 países para ayudar a Kiev a defenderse contra “la brutal agresión de Vladimir Putin”.
En este sentido, Harris se ha posicionado como una firme defensora de la cooperación multilateral y, por ende, de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
En asuntos internacionales, Kamala Harris maneja “una cuestión más de consensos, como hemos visto con la OTAN, una visión de expandirla y fortalecerla, a diferencia de lo que hizo Trump en cuatro años, que la debilitó, al igual que fortalecer el Pacífico, con Australia, Japón, Corea del Sur, reconociendo amenazas”.
Y es que la dirigente demócrata ha dejado claro que “siempre defenderá los intereses estadounidenses frente a las amenazas de China”, por lo que, como destaca en su página oficial, viajó al Indo-Pacífico en cuatro ocasiones para promover las asociaciones económicas y de seguridad. Además, visitó la Zona Desmilitarizada de Corea para afirmar el compromiso “inquebrantable” de Washington con Corea del Sur con respecto a los riesgos frente a Pyongyang.
Defensa del aborto, un eje central
Harris mantiene su postura frente a restaurar y proteger las libertades reproductivas.
Si bien siempre se ha mostrado a favor de la facultad de las mujeres a acceder al aborto legal y seguro, desde que se revocó el fallo Roe vs. Wade, la demócrata ha impulsado una defensa fehaciente de la libertad reproductiva, así como a favor de salvaguardar la privacidad de los pacientes y los proveedores médicos.
Desde el histórico revés con la anulación del fallo que garantizaba ese derecho a nivel nacional, Harris emprendió una gira por todo el país, abogando por una legislación que garantice los derechos reproductivos de las mujeres. Una postura que se prevé, no cambie.
De hecho, fue la primera persona en la Vicepresidencia en visitar una clínica de abortos y sentenció lo que haría al respecto como presidenta: “Cuando el Congreso pase una ley para restaurar los derechos reproductivos de las mujeres, como presidenta de EE.UU. yo voy a firmar esa ley”, insistía Harris en un mitin político en Atlanta. Compromiso que reiteró en su discurso de aceptación de la candidatura demócrata.
Para ese cometido, Harris cuenta con un antecedente clave en su fórmula vicepresidencial. Y es que durante su tiempo como gobernador, Tim Walz llevó a Minnesota a convertirse en el primer estado del país en aprobar una ley que protegiera el derecho de la mujer a elegir después de la revocación de Roe vs. Wade.
La exfiscal “ha insistido en que esto sea una ley federal y de llegar al poder va a empujar por esa ley federal, no dejar la decisión a los estados, porque pone en peligro la salud de las mujeres”.
En definitiva, con Kamala Harris, Estados Unidos tendría una Presidencia “con un corte más tradicional”, que tome en cuenta mucho de las medidas económicas en el gasto social, subraya el analista Luis Montes.
Un Ejecutivo que también apuntaría a navegar entre la continuidad del Gobierno que termina y las pinceladas de cambio con distinto tono, especialmente en los asuntos que aborda de forma más abierta, como el aborto, pero sin alejarse de la política tradicional; preponderante para el grueso de los estadounidenses.