Por: Andrés Julián Herrera Porras/ En mi vida siempre he estado vinculado con distintos procesos juveniles, algunos muy cercanos a mi propia juventud —que, admitámoslo, ya no es tan juvenil— y otros desde la perspectiva del acompañamiento a nuevas generaciones, en espacios de reflexión, de trabajo pastoral, en entornos académicos y cotidianos.
En ese recorrido, y cayendo en el lugar común que a veces es inevitable, he constatado lo diversas que son las generaciones… pero también sus fascinantes similitudes. Hay algo constante en la juventud: ese impulso de confrontar las normas establecidas, de creerse dueños no solo del destino propio sino incluso del ajeno, y luego la amarga sorpresa de descubrir que no es tan sencillo, que hay estructuras que nos superan, inercias que duelen.
Hasta ahí, lo bonito. Pero hoy quiero compartir una inquietud que me ha dejado un sabor amargo: la actitud de muchos jóvenes actuales, especialmente aquellos que están culminando la secundaria, me tiene profundamente pensativo —en el presente y, sobre todo, en el porvenir—.
Antes de que el juicio fácil se imponga, déjeme aclarar, lector: no responsabilizo a esta generación de jóvenes por completo. Muchos de ellos son incluso mis propios estudiantes, y sería una injusticia culparlos sin matices. El malestar no proviene solo de sus actitudes, sino de nuestra generación, los «adultos responsables», que les hemos fallado en el arte de legar, en particular, la posibilidad de soñar.
“Lo trágico no es cuando los jóvenes creen que todo es posible, sino cuando dejan de creerlo”, escribió alguna vez Albert Camus. Estamos siendo testigos de una generación que parece estar dejando pasar la etapa más propicia para soñar —ese tiempo en que uno se imagina siendo, explorando, proyectándose en múltiples caminos, aún con incertidumbre, pero con hambre de posibilidad—. Sin embargo, hoy parece primar una inmovilidad resignada. Como si muchos hubiesen asumido, sin lucha, que su papel en el mundo se define por lo que «les toca», y no por lo que pueden proponer.
Es desconcertante observar que, aun con enormes avances científicos y tecnológicos, esta generación no anhele ser protagonista de tales transformaciones. El sistema los ha domesticado en la técnica. No aspiran al conocimiento para transformar, sino para emplearse cuanto antes. Les urge el ingreso económico, pero no el crecimiento del ser. Prima el parecer sobre el ser.
Quizás esta tendencia no sea exclusiva de esta generación, pero lo que me alarma es que hoy parece haber una celebración del conformismo. “La mayor amenaza para el pensamiento no es el error, sino la pereza”, dice Hannah Arendt. Y la pereza a la que asistimos no es solo intelectual: es existencial. Lo novedoso —y peligroso— es el aplauso de los adultos. Aplaudimos la inmediatez, celebramos la obediencia sin reflexión, promovemos la adaptación como única estrategia de supervivencia. Hemos renunciado a fomentar el espíritu crítico, como si hubiéramos hecho las paces con un mundo injusto, y lo único que nos queda fuera transmitir la resignación como herencia.
Y en ese gesto, al aplaudir la renuncia al sueño, también renunciamos nosotros al deber de la esperanza.
Apuntaciones.
- Llevar o no a cabo una consulta popular no es un inconveniente, de hecho, es un mecanismo de particpación ciudadana consagrado en nuestra Constitución y que bueno que se use. Sin embargo, ¿será el camino ideal para lo que se propone el presidente Petro?, es más, ¿qué es lo que realmente se propone? En el podcast de la revista Cambio quizá se den más elementos para la reflexión consciente que necesitamos como ciudadanos.
- Ojalá todos los que participamos en esta Semana Santa de actos litúrgicos e incluso llegamos a preguntarnos si realizar x o y actividad era pecado durante esta semana comprendamos que seguir a Cristo es un asunto de coherencia de vida y no solo de una semana.
- Necesitamos menos nombres de precandidatos y más propuestas serias. Por ejemplo, a Vicky lo de los bailecitos no deja ver más que su falta de discurso serio.
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*Abogado. Lic. Filosofía y Letras. Estudiante de Teología. Profesor de la Universidad Santo Tomás de Bogotá. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
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