Por: Luis Eduardo Jaimes Bautista/ No es un el fin de una novela de terror. Es el vuelo de una mariposa que tendrá otra vigencia. No puedo tocar las llagas inmorales de mi país, pero él nos toca desde todas partes. En los siguientes días que seguimos en cuarentena, cuando en su mayoría en el antiguo continente, los países europeos están saliendo del azote de la covid-19. Intento repasar las situaciones de un Estado Colombiano, con un presidente que entre zonzo y manipulado, rodeado de corruptos y problemas económicos y sociales, no sé, si en el fondo haya interpretado todos los decretos firmados para enfrentarse a la pandemia de coronavirus, que se expande y nos lleva al traste, viendo espejismos. Solo haciéndole daño al pueblo trabajador para favorecer los bolsillos de los ricos.
Por algo dicen los “abuelos intelectuales”, en esta “revolución de las canas…” que somos un país tercermundista, porque todo nos llega tarde. Cuando el mundo entró en cuarentena y salió de ella, con aislamientos preventivos, confinados y en cuidados intensivos los contagiados, los médicos luchaban contra la muerte. Afuera se enterraban a sus muertos. Ellos tenían muy claro que los costos serían muy altos al tener una economía parada, en el gran descalabro económico. Acá nosotros hasta hora hemos empezado a convivir con el virus y la gente no tiene conciencia con la realidad.
En buena parte del planeta tierra está saliendo del aislamiento y la cuarentena, el silencio está pasando. Ese silencio que aprovecharon los animales de la selva, para tomarse por unos momentos los sectores urbanos. Todo se vuelve, más ya no es como antes. Del alba al crepúsculo, cualquiera que sea la hora, cada vez que miro por la terraza, al fondo veo el pueblo colonial Girón, sin escuchar las campanas, porque también entraron en silencio en medio del bochinche y me limito a sentir pasar el tiempo inmensurable de unas pocas vidas recogidas; mientras la mayoría en una desobediencia e indisciplina, desafiando al enemigo para llevarlo a los que huyen del contagio y el miedo.
Entre mis libros de cabecera de estos días tengo al novelista checo, Frank Kafka. “No es necesario que salgas de casa. Quédate junto a tu mesa y escucha atentamente. No escuches siquiera, espera sólo. No esperes siquiera, quédate totalmente en silencio y solo. El mundo se te ofrecerá para que le quites la máscara, no tendrá más remedio, extático se retorcerá de ti”. Estas lecturas son como si la penumbra de Kafka iluminara de nuevo.
Por eso he dejado de seguir los titulares, las cifras de contagios y muertos por la Covid-19. Todos los días salen boletines del Ministerio de Salud, los gobernadores que registran en las redes sociales, los periódicos, cifras y cifras que van creciendo en la curva. ¿Cuántos contagiados se van a tener por esa apertura de salvar la economía por unos meses, si los empresarios claman al gobierno auxilios porque están en la quiebra? No necesitamos fórmulas mágicas para detener el desempleo, de qué han valido el pico y la cédula, si la curva no baja.
La pandemia pasará y dejará un rastro de víctimas mortales considerable, al menos para esta parte del mundo que está acostumbrada a vivir entre los muertos. La realidad nos muestra que cada día somos más vulnerables, entre ricos y pobres, nadie la puede evadir, porque existimos en un tipo de sociedad, sin cultura, sin conciencia, con leyes y normas que jamás se respetan.
Ante esta situación me he encerrado en una torre de marfil para huir de la situación caótica. En lo alto de la torre, con mi familia y los libros, sin saber que pasa allá afuera. Las autoridades no tienen autoridad, la policía quienes deben poner orden viven escondidos y cuando ven a la gente infringiendo las normas, se hacen que no pasa nada. Colombia no está guardando los protocolos, en su mayoría nadie utiliza los tapabocas, los negocios se ven apeñuscados. Todo ha sido publicidad para los medios. La gente no se baña las manos, no utiliza los geles antibacterial, no existe filas, ni los espacios de separación cuando se pagan servicios públicos o se están en las cajas de los supermercados.
Qué decir del trasporte vehicular tanto público como particular, un desastre. Los buses y Metrolínea llenos. Los piratas igualmente, junto a las motos. ¿Cuántos contagiados asintomáticos llevaran el virus a las casas, a sus adultos mayores y niños? Pareciera una minucia, pero este tejido social colombiano, es una colcha de retazos.
Y, para terminar, los adultos mayores con enfermedades de base, se toman los parques y espacios abiertos para estar en sus tertulias, mirando de soslayo esos cortos años que les quedan para jugar con el virus de la muerte. En estos tiempos como una mueca irónica a la descomplicada e irracional vida que se lleva, vivimos en un estado anacrónico de desafíos malsanos.
*Poeta y escritor.
Twitter: @bizonteamarill1